Por Shlomo Avineri
JERUSALÉN. – La inminente reanudación de las negociaciones directas de paz entre palestinos e israelíes en Washington es una buena noticia. Sin embargo, no se sabe si estas negociaciones conducirán a un acuerdo, y tampoco si será en menos de un año como lo desea el presidente estadounidense Barack Obama.
Cuando Obama, en el segundo día de su presidencia, nombró al ex senador George Mitchell como su enviado especial en Medio Oriente, muchos esperaban que en dos años sus esfuerzos conducirían a un acuerdo entre israelíes y palestinos –y a una paz integral entre Israel y todos sus vecinos árabes.
Sería irrelevante atribuir estas esperanzas exageradas a la inexperiencia de Obama o a su arrogancia –o a las dos: lo que es claro es que después de 18 meses y numerosas visitas a la región, Mitchell pudo concluir un solo acuerdo de principio entre israelíes y palestinos para empezar a tener los primeros intercambios.
El problema es que han estado teniendo intercambios durante 17 años, con diferentes líderes palestinos e israelíes, y con 2 presidentes estadounidenses. Sentarlos de nuevo a la mesa de negociaciones no es un gran avance sino un intento de mitigar los daños. Además, si bien la exitosa experiencia de Mitchell en lograr la reconciliación en Irlanda del Norte parecía un excelente antecedente para realizar su actual encargo, es probable que signifique un obstáculo en Medio Oriente.
El conflicto en Irlanda del Norte siempre fue territorial: ningún grupo, ni siquiera el grupo republicano irlandés más radical jamás negó la legitimidad de Gran Bretaña –sólo su gobierno en las seis provincias del norte de lo que ellos consideran Irlanda Unida. El quid del conflicto palestino-israelí, en cambio, tiene que ver sólo en parte con las fronteras de Israel. Los palestinos no sólo cuestionan la ocupación posterior a 1967 en Cisjordania; desde el plan de partición de las Naciones Unidas en 1947 –que establecía la creación de dos Estados, uno judío y otro árabe- los palestinos se han negado a reconocer el derecho de Israel a existir, y la mayor parte de los israelíes no están convencidos de que hayan abandonado del todo esa opinión.
Al no haber entendido estos asuntos fundamentales, Mitchell empezó mal al aceptar desde el principio, con el impulso de Obama, la demanda de los palestinos de suspender la construcción de más asentamientos israelíes en Cisjordania antes de empezar las negociaciones. Es una exigencia razonable de los palestinos pedir que se suspendan los asentamientos en sus territorios, y naturalmente podrían insistir en ello durante las pláticas. Sin embargo, establecerlo como precondición para empezarlas era obviamente inaceptable para el gobierno israelí, que sostiene que no se deben establecer precondiciones para las negociaciones.
Se perdió más de un año en ello, causando, entre otras cosas, tensiones entre el gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu y la administración Obama. De mala gana Netanyahu finalmente aceptó una suspensión temporal –que expirará a finales de septiembre- y a la larga los palestinos, en esta ocasión bajo la presión estadounidense, aceptaron el inicio de las negociaciones sin la garantía explícita de Israel de que la suspensión continuaría.
No solamente se perdió tiempo valioso, sino que se ocasionaron mayores daños. Incluso a los israelíes, que no están de acuerdo con las posturas de línea dura de Netanyahu, no les gustó ver que su primer ministro era tratado por los Estados Unidos como si fuera el dirigente del Alto Volta. En efecto, después de todo, el año pasado anunció que al contrario de la postura anterior de su partido, Likud, ahora estaba dispuesto a aceptar una solución de dos Estados –una postura que sigue siendo un anatema para muchos miembros del Likud, así como para al menos tres de los partidos más chicos de su gobierno de coalición.
Ahora que las negociaciones van a comenzar, ¿se logrará algo sustancial o la reunión de Washington será sólo otra oportunidad para tomarse la foto, como lo fue la cumbre de Annapolis de 2007 del presidente George W. Bush? Solamente un optimista recalcitrante daría a las negociaciones más de un 50% de probabilidades de tener éxito.
Las razones son más inmediatas que el carácter espinoso del proceso de paz en Medio Oriente. Incluso si Netanyahu está dispuesto a ser realista, algunos de los socios de su coalición podrían abandonar su gobierno.
Por el lado de los palestinos, en 2006 la Autoridad Palestina de Mahmoud Abbas perdió el control de la Franja de Gaza –que ahora está gobernada por un gobierno ilegítimo encabezado por Hamas—y por lo tanto ya no puede hablar en nombre de todos los palestinos. Puesto que ha habido más de 600 palestinos muertos en Gaza desde el violento golpe de Hamas, lograr la paz entre los palestinos puede ser tan difícil como obtenerla entre ellos e Israel.
Además, antes de que las pláticas palestino-israelíes se interrumpieran hace dos años, el gobierno israelí del primer ministro Ehud Olmert y la ministra de Relaciones Exteriores Tzipi Livni negoció durante dos años con la Autoridad Palestina. Este fue el gobierno israelí más moderado que se pueda concebir, y lo mismo se puede decir del movimiento Fatah que controla la Autoridad Palestina. No obstante, tras múltiples reuniones, públicas y privadas, las partes no lograron llegar a un acuerdo.
Ni siquiera los líderes más moderados de ambos bandos pudieron ponerse de acuerdo sobre las cuestiones centrales del conflicto: las fronteras, los asentamientos, Jerusalén y la suerte de los refugiados palestinos de 1947-1948 y sus descendientes. Para ambos lados era importante llegar a un acuerdo: en el caso de Olmert, podría haber rescatado su posición como primer ministro, y habría sido una carta poderosa para Abbas en la guerra civil de facto entre Fatah y Hamas.
El que no se haya llegado a un arreglo bajo condiciones tan aparentemente favorables no es un buen presagio para las próximas pláticas. No obstante, Netanyahu ha dicho que una vez que las negociaciones comiencen “sorprenderemos a todos” y los palestinos han avanzado más que nunca en la creación de las instituciones necesarias para la independencia nacional. Incluso alguien que dejó de ser optimista puede darse cuenta de que, con todo, esta vez las probabilidades de reconciliación pueden ser mejores.
Shlomo Avineri ex director general del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Copyright: Project Syndicate, 2010. www.project-syndicate.org Traducción de Kena Nequiz