Por Ricardo Valenzuela
Era la madrugada de un bello día de enero de 1995 y luego de una larga noche, al abrir los ojos observo inerme el verde e interminable mar de la selva amazónica. El vuelo nocturno Miami—Santiago de más de 10 horas, se me hacia eterno para arribar y con los pies sobre suelo chileno, comprobar el mítico “Milagro Andino” que durante los últimos 20 años los economistas de Pinochet habían construido ante el asombro, la envidia, las agresiones y también la admiración de sectores del mundo entero.
En septiembre de 1973, impresionado atestiguaba las agonías de nuestro Presidente Echeverría cuando un golpe militar derrocaba al marxista Salvador Allende e instalaba en Chile una dictadura militar. Se iniciaba así un capítulo de nuestra historia que enfrentaría con pasión a la comunidad internacional durante las siguientes casi dos décadas: la férrea dictadura de un hombre que, en lo político, se le llegaría a considerar el verdugo de opositores y de la democracia chilena y, en un confuso contraste, el arquitecto del milagro económico del país andino que hoy día lo clasifica como el único desarrollado en América Latina.
Siendo la década de 1970 incubadora de dictadores, llamaba la atención la forma agresiva y enfermiza en que se atacaba a este oscuro general que violentamente le arrebataba el poder al camarada Allende. Aun recuerdo con vaguedad aquel enero de 1959, el arribo de la noticia al rancho de mi abuelo del triunfo y la toma de La Habana de parte de un joven y carismático rebelde; Fidel Castro, y cómo el mundo celebraba en euforia colectiva y México, en particular, iniciaba una de las relaciones mas “apasionadas” de su historia diplomática a través de la cual el mundo intelectual llegaba a idolatrar al tirano.
Dormitando durante mi vuelo hacía comparaciones entre los dictadores que, en algunas cosas, se asemejaban y en otras se repelían violentamente. Ambos derrocaban gobiernos que estaban arruinando sus países. En el caso de Castro la dictadura de Batista. Pinochet el gobierno de Allende elegido con poco más del 30% del voto popular de los chilenos, pero que ya en esos momentos apuntaba hacia el desfiladero. En esa primera comparación me parecía favorecido Castro; Pero luego recordaba la introducción de la declaratoria de independencia de los EE.UU.: “Cuando cualquier forma de gobierno se torna destructiva de los principios que lo instalaron, es el derecho del pueblo abolirlo para instituir uno nuevo, construido sobre las bases de esos principios.”
Los siguientes días recorrí Chile desde la frontera con Perú hasta casi sus límites con la Antártica. No podía creer lo que observaba; me parecía estar en algún país europeo. La prosperidad se respiraba en todos los rincones del país. La economía de Chile, de 1952 a 1970, había crecido en promedio de 3% al año con un déficit presupuestal de un 3.5% de su PIB. La inflación el problema que lo afligía desde el siglo XIX, promediaba más de un 40% al año.
En contraste, de 1984 a 1994, el crecimiento sería de casi 8% anual y de 1985 a 1989 crecía un 14%. Finalmente, lo que había sido un déficit permanente se convirtió en un saludable superávit de un 2% de su PIB. La inflación era sometida a cerca de un 10%.
En 1973 el gasto del gobierno de Allende alcanzaba ya un 70% de su PIB, el comercio internacional estaba 100% controlado por el Estado, y más de 5000 precios eran fijados por agencias estatales. Don “Salvador” había nacionalizado las la mayoría de las empresas privadas y ahora expropiaba las tierras. Allende no solo provocó un caos económico, también violaba reiteradamente la constitución. Así lo afirmaron los históricos pronunciamientos de la Corte Suprema y la Cámara de Diputados. La intervención de las fuerzas armadas chilenas, no fue el clásico golpe militar latinoamericano, sino una acción conjunta de las cuatro instituciones armadas para evitar una dictadura comunista similar a la cubana. Chile, antes que Reagan y la Thatcher, iniciaba el liderazgo de las reformas liberales en el mundo moderno.
Los seguidores de Pinochet argumentaban que el establecimiento de un orden liberal en países doblegados como los nuestros, requiere de regímenes autoritario. Afirmaban; “Una sociedad libre regulada por el mercado, tiene que ser implementada a base de autocracia.” La razón era simple: La sociedad chilena—al igual que la de todos los países latinoamericanos—había sido moldeada durante siglos por un Estado interventor y como el prisionero de la caverna de Platón, la luz de la libertad la cegaba. Durante una eternidad poderosas organizaciones—partidos políticos de izquierda y la iglesia católica—promovieron un clima social marcado por un pronunciamiento hacia la “justicia social”—pero definiendo ellos el significado. En lugar de una robusta sociedad civil, nosotros desarrollábamos el concepto de “manada”.
Años después tuve la oportunidad de visitar Cuba. El vuelo de México—La Habana también me parecía eterno. Tenía prisa de observar la hermosa isla y sobre todo, “los logros de la revolución.” Mi estancia en ese bello país se ha convertido en una experiencia de lo más triste de mi vida. Tanta pobreza, tanta desesperanza, tanta opresión, tanta soberbia y tanta ceguera. Cuba es el único de los graduados de la cuna de dictadores que aun guarda su etiqueta. La gran diferencia entre Castro y Pinochet, es que el General después “meter orden”—llevó a cabo un referéndum para regresar el país a la democracia, pero como obsequio especial para los chilenos, una economía sólida y prospera. Una economía que es ejemplo inclusive para algunas naciones europeas.
Castro, sin embargo, antes de pasar la estafeta al verdugo Jr, llegó a casi 50 años de opresión, miseria, esclavitud sobre los cubanos. Fue patético observarlo cuando, hace unos años, apareciera en Monterrey no solamente balbucear sus seniles acusaciones; sino ahora hacer el ridículo con un juego de banalidades y de adivinanzas. Bien descrito por Mario Soares cuando lo llamó dinosaurio político; Pero el periódico ABC de Madrid fue más preciso en la clasificación zoológica al catalogarlo como Tiranosaurio. Sí, ambos fueron tal vez asesinos, aunque Castro todavía practica el oficio. Pero la diferencia es que a Castro el mundo entero, y en especial México se lo festeja, mientras que a Pinochet lo acosaron como fiera herida hasta el día de su muerte aun ante la oposición de gran parte de los chilenos.
En Chile las agencias internacionales de los derechos humanos estiman que durante la revuelta hubo 3000 desaparecidos. Las organizaciones de inteligencia americanas e inglesas estiman que en Cuba ha habido no menos de 100.000 desaparecidos y encarcelados. La diferencia es que a Chile esa guerra le trajo democracia y prosperidad; a Cuba le apretó las cadenas y la mantiene humillada y hambrienta. Sin embargo, el máximo líder permanece inmutable y, ahora senil y tembloroso, aun piensa que hay grandeza en su terca estupidez.