Madrid. - En tres días se desvelará la incógnita del nombre del sucesor/a de Lula. El domingo 31 de octubre por la noche tendremos sobre la mesa los resultados de las elecciones presidenciales, que determinarán el rumbo de Brasil en los próximos cuatro años.
Conoceremos además los nombres de los gobernadores de algunos estados menores que celebrarán una segunda ronda de votaciones (Pará, Piauí, Paraíba, Alagoas, Goiás, Rondonia, Roraima, Paraíba o el Distrito Federal de Brasilia), con lo que podremos completar el mapa del poder y la nueva correlación de fuerzas entre la saga de Lula (con Dilma Rousseff del Partido de los Trabajadores (PT) aglutinando a un gran número de siglas en su base de apoyo, con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño – PMDB – repartiendo el juego y siendo la clave de la gobernabilidad futura) y la saga de Serra (del Partido de la Social Democracia Brasileña – PSDB – y de la derecha del partido Demócratas – DEM, en proceso de descomposición).
Las últimas encuestas dejan poco espacio a la esperanza en las huestes de la social-democracia tupiniquim (a la brasileña) de José Serra. Después de pasar una fase de euforia, que alcanzó su auge el 14 de octubre cuando los sondeos decían que apenas le separaban un 5 % de Dilma Rousseff, la candidata de Lula, la realidad se fue imponiendo gradualmente y su declive se fue confirmando.
En el otro extremo de los estados de ánimo, casi acariciando una victoria más difícil de lo previsto inicialmente, Dilma comenzará a pensar en los nombres de su equipo de gobierno, para lo cuál el consejo y las habilidades negociadoras de Lula serán más necesarias que nunca.
El sondeo del Instituto Datafolha, publicado el 26 de octubre, muestra a Dilma con 49 % de los votos frente al 38 % de Serra. Por regiones, la diferencia de Dilma es enorme en la región del Nordeste (64 a 27) y más apretada en el Norte y Centro-Oeste (47 a 43) y en el Sudeste (44 a 40), donde se encuentra el mayor colegio electoral. Serra gana sólo en la región Sur (48 a 41). Según el nivel de escolaridad, los votantes universitarios se inclinan por Serra (49 a 39) mientras que aquellos que tienen la educación básica y secundaria prefieren a Dilma, en una proporción de 55 a 32 y de 47 a 41 respectivamente. Entre los que reciben algún subsidio federal, Dilma tiene el 64 % de votos (lo que significa el 30 % del electorado). Cuando los electores no reciben ninguna ayuda estatal las distancias se acortan, con Dilma recibiendo el 46 % de los votos y Serra el 44 %.
El viernes 29 se publicarán los resultados de la siguiente encuesta de Datafolha, y el sábado 30 (la legislación electoral brasileña permite la publicación de sondeos el día antes de la elección) una batería de “pesquisas” (Ibope, Sensus, Vox Populi) terminarán de medir los humores de los 135 millones de brasileños llamados de nuevo a las urnas electrónicas. Los partidarios de Serra aún anhelan “ganhar de virada” (expresión equivalente a nuestra remontada futbolística) y los de Dilma repiten que “Brasil não pode descer Serra abaixo” (juego de palabras que ironiza con el apellido del candidato opositor y el descalabro que supondría su elección).
No hay dudas sobre la dureza de la campaña en esta segunda vuelta, sucia como ha sido calificada, incluso con conatos de agresión física a Serra y Dilma. Los candidatos se han dicho de todo. Se ha acusado a Dilma de no tener ideas propias ni principios, de estar teledirigida por Lula y ser una oportunista, que por miedo a perder el voto religioso tuvo que rechazar la penalización del aborto y buscar la foto con los líderes evangélicos. A Serra no le fue mejor en el capítulo de las acusaciones, pues fue señalado como un hipócrita dado que, según denuncias que circulaban por internet, su mujer le habría confesado a una amiga de juventud que tuvo que abortar hace muchos años.
En el capítulo de la corrupción el ventilador funcionó en las dos direcciones: Serra acusaba a Dilma de los desmanes de su sucesora, Erenice Guerra, en la Casa Civil, y Dilma señalaba a Serra de haber financiado irregularmente su campaña con comisiones desviadas de las obras de São Paulo, gracias a las artimañas del ingeniero Paulo Souza.
Estas elecciones han vuelto a sacar a la luz algunas de las deficiencias de una democracia que tiene enormes virtudes y grandes fortalezas, pero que cuenta con problemas serios que se repiten cíclicamente.
En primer lugar, falta avanzar mucho en lo referente a la democracia interna de los partidos políticos (nosotros, en España, no somos precisamente un buen ejemplo para los brasileños). Los dos candidatos fueron impuestos a las bases y al propio partido sin la celebración de elecciones primarias.
En el caso de la oposición por un triunvirato de pro-hombres tucanes (hermosa ave símbolo del PSDB conocida por su plumaje, pico colorido y hábitos depredadores de los nidos ajenos, como le gusta recordar al presidente Lula) que, temerosos de una derrota de Serra, el candidato preferido y anteriormente preterido (Alckmin fue el ungido en las elecciones de 2006), decidieron evitar unas elecciones internas que, puede, hubieran dado la victoria a Aecio Neves (entonces gobernador de Minas Gerais, el colegio electoral más grande del país, y hoy flamante Senador por goleada en un Estado donde Lula ha recibido una severa derrota).
En el caso de Dilma, su elección como candidata siguió el método digital, pero no el de las urnas electrónicas, sino el del “dedazo” de Lula (así lo han llamado en Brasil), que prefiere la aclamación como forma de seleccionar a los candidatos en el PT.
En segundo lugar, el nivel de la campaña electoral está por los suelos. Los embates televisados no concitan el entusiasmo de los brasileños, tanto por su formato, como por su horario (millones de ciudadanos ya están en la cama a las 22.30, hora de inicio de los debates). Los candidatos no ayudan, pues nunca responden directamente a las preguntas formuladas, limitándose al auto-bombo y al menosprecio de la labor del adversario.
Cuando se debaten temas serios, como las privatizaciones, la candidata Dilma agita el fantasma del pasado y recuerda el gobierno Cardoso. Si el debate se centra en la corrupción, Serra saca a relucir el escándalo de las mensualidades a los diputados que José Dirceu, antecesor de Dilma, habría organizado y que hicieron tambalearse a Lula en 2005.
En tercer lugar, quién gana las elecciones es el que mejor se ha trabajado en los años anteriores las alianzas con los partidos y las relaciones con los caciques regionales. Claro está que quién maneja el presupuesto (federal o estadual) tiene más fácil el ofrecimiento de benesses y cargos públicos a los políticos regionales y locales para que convenzan a los ciudadanos de la conveniencia de votar a esos benefactores.
Si nada extraordinario sucede de aquí al domingo, Dilma debe ganar las elecciones presidenciales, dando continuidad al proyecto de Lula y enterrando, de paso, la carrera de José Serra, posiblemente uno de los hombres públicos más capacitado, más honesto y más terco en reconocer unos errores que le pueden llevar al cementerio político.
Es cierto que las encuestas se equivocaron en la primera vuelta, pero Dilma sólo necesita conquistar un 4 % más de votos que los obtenidos el 3 de octubre, mientras que Serra necesita ganar un 19 % y que Dilma pierda algunos. Tarea difícil que desmentirá algunos de los mitos construidos en la campaña, como el que aseguraba la transferencia mayoritaria al candidato Serra de los votos de Marina Silva, del Partido Verde (la tercera en discordia en la primera vuelta con el 20 % y que optó por la neutralidad). O el que afirmaba que el factor “Minas” (la hipótesis de una amplia victoria en el estado dominado políticamente por Aecio Neves) y la concentración de la campaña serrista en el sudeste, equilibrarían la contienda y reducirían el gran caudal de votos de Dilma en el Nordeste.
En fin, dejemos las especulaciones. Es hora de pensar en el futuro gobierno de Dilma, sobre el que cabe hacerse algunas preguntas:
¿Cuál será el grado de autonomía en sus decisiones?
¿Será el ex – presidente Lula un mero consejero, un jubilado de lujo o dirigirá los hilos de la política brasileña?
¿Resistirá Dilma las presiones de los sectores más a la izquierda en el PT que sueñan con un giro en la política económica?
¿Cuál será el precio a pagar al PMDB para asegurar la gobernabilidad en los próximos cuatro años? ¿Les cederá Dilma ministerios estratégicos?
¿Qué papel le cabrá al vice-presidente Michael Temer, del PMDB, primero en la “línea sucesoria” ante cualquier eventualidad grave?
¿Conseguirá Dilma llevar con firmeza y guante de terciopelo las riendas de la coordinación política de una base aliada tan heterogénea cómo ávida de cargos?
¿Se rodeará Dilma de políticos pragmáticos y moderados? ¿Será el sustituto de Henrique Meirelles en el Banco Central un celoso guardián de la ortodoxia monetaria? ¿Llegará Luciano Coutinho, con una fuerte impronta desarrollista, al puesto de ministro de economía? ¿Continuará Celso Amorim al frente del Itamaraty?