Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
Un Mundial es el momento de esplendor del fútbol. Siempre hay partidos extraordinarios, pero cualquier partido es interesante. Y siempre aparecen nuevas estrellas. Aunque tengo un pie en Europa y otro en América no tengo un problema de lealtades contrastadas: el Perú no tiene ninguna opción (no estamos en Sudáfrica); España, sin embargo, las tiene todas. Para mí no hay, pues, dilema.
Yo vivo el Mundial como lo viven todos los aficionados, con gran expectativa. Y soy muy aficionado, desde chiquito. Yo llegué, y es uno de mis grandes orgullos, a jugar por el Universitario, que es mi equipo en el Perú (aquí soy del Real Madrid). Llegué incluso a jugar una vez en el Estadio Nacional contra el rival clásico: el Alianza Lima. Jugaba como defensor derecho con los calichines, los más chiquititos. Alcancé a patear una sola vez la bola, pero lo importante es que me puse el uniforme y salí a la cancha de ese estadio. Estoy orgullosísimo de esa hazaña infantil. No lo hice muy bien, pero sí con gran entusiasmo.