Por Pablo Sirvén
La Nación
Es verdad: nunca como ahora circularon libremente tantas ideas diferentes. Pero con un inquietante matiz, para nada menor: desde que el kirchnerismo llegó al poder, en 2003, y, particularmente, desde el conflicto con el campo en 2008, la fuerza que comanda la Argentina se ha abocado cada día, de múltiples maneras y por medio de sus más variados voceros, formales e informales, a desprestigiar al periodismo, hostigar a los medios más importantes, crear crecientes mantos de sospecha en su torno, amedrentar a sus firmas más reconocidas y fomentar el enfrentamiento entre colegas simplemente porque piensan diferente.
Los intentos de clara intervención estatal en los soportes en que el periodismo se expresa (el papel, el ámbito audiovisual y las compañías telefónicas y de Internet) son cada vez más explícitos, como también la cooptación de voluntades y la creación de medios "amigos" sostenidos por empresarios cercanos al poder y alimentados con generosa publicidad oficial y el atractivo reparto de puestos bien remunerados en esas activas usinas.