Por Alvaro Vargas Llosa
El Plan de Gobierno de casi 200 páginas que usted presentó al iniciarse la primera vuelta contiene muchos elementos que ponen los pelos de punta a un sector que no quiere poner en peligro el avance notable del país.
Usted ha entendido bien -lo demuestran sus múltiples gestos y afirmaciones en ese sentido- que ha llegado la hora de dejar atrás muchas de las intenciones, ideas y amistades que en un momento dado marcaron su carrera política. También ha dejado en claro que los referentes latinoamericanos que ahora forman su visión política son los de la izquierda democrática y que usted está por completo alejado de Caracas. Dicho todo esto, subsiste un déficit de credibilidad por la sencilla razón de que el Plan de Gobierno de casi 200 páginas que usted presentó al iniciarse la primera vuelta contiene muchos elementos que ponen los pelos de punta a un sector que no quiere el regreso del régimen de Fujimori, pero tampoco poner en peligro el avance notable del país. Por ello, es indispensable que despeje las dudas con mucha claridad y de una forma documentada.
Menciono, a vuelapluma, cuatro grandes temas: nacionalizaciones, medios de comunicación, reforma constitucional y tratados de libre comercio.
Su propuesta habla de "nacionalizaciones" y "no necesariamente de estatizaciones". La frontera entre ambas cosas es demasiado tenue -cuando Alan García quiso estatizar la banca en 1987 dijo que la quería nacionalizar- para dejar tranquilos a los creadores de riqueza. Tal como está escrita la propuesta, parecería que se refiere a la conducción de las 36 empresas estatales que existen todavía y no a la captura de nuevas, pero es fundamental que deje en claro que la propiedad de las que no lo son no sufrirá alteración alguna.
La renegociación de los tratados comerciales está planteada en términos ambiguos que no sugieren denunciarlos unilateralmente, pero dejan abierta la posibilidad de algo más ambicioso que ciertos reajustes puntuales. Urge que usted dé un respaldo al conjunto de los tratados, sin menoscabo de alguna objeción puntual. Porque los tratados han permitido una expansión de las exportaciones de muchos productos no tradicionales (no es cierto que sólo de las materias primas) que han contribuido a la movilidad social y el surgimiento de provincias que estaban muy postradas.
Pocas cosas asustan más que la idea de cambiar la Constitución. Tiene usted razón cuando dice que la actual tiene origen espurio, porque es hija de la mafia fujimontesinista. También es cierto que el ex Presidente Valentín Paniagua, un demócrata, quería cambiarla por ese motivo. Pero, dados los antecedentes venezolanos, bolivianos y ecuatorianos, la impresión general es que esa modificación acabaría entronizando el caudillismo al estilo Hugo Chávez en el Perú. Su Plan de Gobierno menciona la posibilidad de hacer el cambio a través de una Asamblea Constituyente o del Congreso. Usted debe ratificar de forma tajante que renuncia a la primera vía porque es el mecanismo que se empleó en los regímenes autoritarios del Alba. Lo segundo implica negociar con otras fuerzas y, por tanto, renunciar a modificaciones sustanciales.
La prensa, con razón, ve con espanto la posibilidad de un "consejo consultivo" para evaluar las concesiones del espectro radioeléctrico y más aún que se invoque el modelo argentino. Estos consejos han acabado siendo arietes contra medios existentes, no protectores de los derechos de nuevos medios a operar o, mucho menos, del pueblo desinformado. Los medios de comunicación peruanos cometen abusos, lo estamos viendo en estos días con el vuelco obsceno de la televisión a favor de Fujimori, y las licencias no siempre se dieron de forma adecuada. Pero ese es el precio que un demócrata debe estar dispuesto a pagar en una democracia todavía altamente mediocre como la peruana. Mejorar el sistema es posible: hacerlo a la argentina sería un grave error.
Esas cuatro áreas son las que más preocupan y creo que debe abocarse en lo que queda de campaña a hacer un propósito de enmienda definitivo. Por lo demás, hay aspectos puntuales de política exterior que a un sector del país le inspiran desconfianza. Dados los antecedentes, la mención en su Plan de Gobierno a la necesidad de "profundizar las profundas asimetrías con Chile para lograr una relación equitativa" pueden leerse de dos formas. Una -impecable-, supone simplemente que Chile permita hacer a los peruanos lo que los peruanos permiten hacer a los chilenos. En muchos sentido ya está ocurriendo: a medida que ha ido creciendo la economía peruana, sus capitales han empezado a expandirse hacia países aledaños, incluido Chile.
Pero hay otra forma de leer esa frase, especialmente si tenemos en cuenta la exigencia que hizo a Santiago de que pida disculpas a Perú. Usted sabe bien que ningún presidente elegido democráticamente duraría cinco minutos si, ante la exigencia de un vecino, pidiera disculpas por abusos históricos en medio de una controversia limítrofe y teniendo en cuenta que quien la pide es percibido como un nacionalista hostil. Por ello, busque formas de promover la equidad bilateral sin quedar atrapado en el pasado. Sebastián Piñera ha tomado una decisión que Perú debe valorar: la renuncia a la Ley Reservada del Cobre que otorgaba a las Fuerzas Armadas un porcentaje de las exportaciones con el cual se ha financiado el equipamiento militar año tras año. Es casi seguro que la decisión será aprobada por el Congreso. El próximo gobierno debe aprovechar este clima de confianza para no interrumpir los crecientes intercambios integradores. Nada de ello implica perder orgullo o cambiar de parecer sobre la atroz guerra del siglo XIX. Implica una inteligente lectura del presente y el futuro. Ojalá ayude usted a liberar de una vez a Perú del fantasma de 1879-1883.
Alvaro Vargas Llosa es escritor y columnista peruano.