Una de los temas más apasionantes y polémicos para el anarco-capitalismo es la posibilidad real y práctica de una sociedad en la que no exista Estado. Para la mayor parte de la gente, anarquía es sinónimo de caos y desorden, pero no así para el anarco-capitalista, que limita el significado al etimológico, esto es, ausencia de Estado.
Desde un punto de vista teórico, una sociedad sin Estado es perfectamente viable. En efecto, Rothbard, en su clásico Power, and the Market, demuestra que no existe ningún servicio que necesariamente haya de ser proporcionado a los individuos por una entidad monopolista de la violencia. Más en concreto, el primer capítulo de dicho libro se dedica a explicar de qué forma se podría dar la competencia en los servicios de protección y defensa, bastión irrenunciable para los estatistas.
En cambio, la evidencia histórica parece jugar en contra de la viabilidad del anarco-capitalismo. Así, se aduce que la historia de la humanidad parece probar que la existencia de un Estado, de un grupo de privilegiados que mantiene su preponderancia mediante la violencia, es casi consustancial al ser humano. No se han registrado periodos históricos prolongados, quizá ni siquiera significativos, en que la sociedad humana no haya convivido con un Estado.
Sin embargo, aun siendo una evidencia contundente, lo cierto es que la presencia continuada del Estado no resulta una prueba de que el anarco-capitalismo sea inviable. Estamos ante una instancia de la falacia del "cisne negro" popularizada por Taleb en su ensayo del mismo nombre: el hecho de que únicamente se hubieran visto cisnes blancos en Occidente durante más de 3000 años no probaba la inexistencia del cisne negro. Únicamente probaba la existencia del cisne blanco.
También en el ámbito de la evidencia histórica hay que destacar que prácticamente todos los servicios que en uno u otro momento se han usado para justificar la necesidad del Estado han sido, en algún otro momento histórico, suministrados por el libre mercado. Al respecto, conviene la lectura de The voluntary city, editado por D.T. Beito.
Sea como fuere, lo cierto es que hasta el día de hoy el Estado es una realidad en nuestras vidas, como lo ha sido durante casi toda la historia de la humanidad, con una u otra denominación.
Antes de proseguir, quizá convenga aclarar qué se entiende por Estado, por lo menos a efectos de estas líneas. Estado es aquella entidad a la que se atribuye el monopolio de la violencia legal; la violencia practicada por otras entidades es reputada como contraria al ordenamiento, y (supuestamente) condenada y perseguida por el Estado. Al concentrar todo el ejercicio de la violencia en el Estado, los individuos pueden (supuestamente) dedicarse libremente a sus quehaceres pues sus derechos de propiedad están protegidos.
Volviendo a la evidencia histórica, el Estado ha demostrado ser una solución manifiestamente mejorable para el fin al que (supuestamente) se dirige. Por un lado, ha demostrado una discutible eficacia a la hora de proteger a los ciudadanos y a sus derechos, como se observa en el nefasto funcionamiento de la justicia y demás organismos del orden público. Por otro lado, ha demostrado una indiscutible eficacia en extender su ámbito de acción mucho más allá del originalmente encomendado por la sociedad, hasta llevarlo a extremos totalitarios, con casos también sobradamente conocidos.
En resumen, el Estado ha resultado ser una solución chapucera y muy poco efectiva para un problema básico en la convivencia humana y el funcionamiento del mercado, cual es la protección de los derechos de propiedad.
Llegados a este punto, volvamos la vista a la teoría económica para recordar de qué forma consiguen mejorar los individuos el desempeño de sus distintas actividades. Como es bien sabido, la productividad solo se puede mejorar mediante estructuras productivas más largas y complejas.
Robinson Crusoe puede recolectar muy pocas bayas si lo hace con sus manos; en cambio, multiplica la producción si puede utilizar una vara para sacudir los matorrales. Pero la elaboración de dicho palo hace que se dilate en el tiempo la obtención de las bayas. Y para que pueda subsistir durante ese periodo más largo, resulta imprescindible que Robinson haya ahorrado unas cuantas bayas que le proporcionen sustento mientras se hace con la vara.
Dicho de otra forma, para conseguir mejorar la eficacia de una estructura productiva, es necesario previamente disponer de un ahorro, de un cierto nivel de riqueza que permita la subsistencia mientras se pone en marcha el nuevo sistema productivo.
¿Y si fuera esto lo que ha pasado en la historia de la humanidad en relación con el Estado? Quizá las sociedades se han tenido que conformar con una solución low cost, con una solución cutre, para satisfacer su necesidad de protección de la propiedad. Quizá durante toda la historia, la humanidad no ha sido capaz de acumular el ahorro suficiente para pasar a soluciones más caras, aunque más productivas, con que obtener esta protección. Y quizá por eso, durante toda su historia, el hombre se ha tenido que conformar con el Estado para dar solución a sus conflictos.
Pero parece que la humanidad sigue aumentando su riqueza (y ello pese a la nefanda acción de los Estados). La sociedad del siglo XXI es más rica que la del siglo XX, como ésta lo era que la del siglo XV. Si sigue este proceso de acumulación, ¿cabe alguna duda de que en algún momento llegará a ser asumible una solución para la protección de la propiedad mejor que el Estado?
La cuestión entonces pasa a ser en qué momento se habrá acumulado suficiente riqueza. ¿Podría ser ya ese momento?