La profesora Deborah Lipstadt, autora de un libro reciente sobre el juicio de Adolf Eichmann, del que se cumple ahora medio siglo, ha sido la primera en comparar lo ocurrido a Osama bin Laden en Abbottabad con la forma en que Israel manejó el caso del teniente coronel de las SS o escuadras de protección nazis secuestrado por el Mossad y llevado ante un tribunal en Jerusalén. Según la académica de Emory University, si Bin Laden hubiera sido capturado y enjuiciado como se hizo con el ex responsable del transporte de millones de judíos hacia los campos de concentración, "al peor enemigo de Estados Unidos se le habría dado una notable ilustración de la democracia norteamericana: el estado de derecho se aplica incluso para los acusados más nefastos".
Es una opinión compartida por una minoría en la comunidad académica y liberal estadounidense, y ampliamente rechazada a nivel popular y en la clase política, donde demócratas y republicanos coinciden en que los riesgos de un juicio eran demasiado grandes. Se temía por el efecto propagandístico que para el terrorismo islámico hubiese tenido un proceso judicial, el caos que se habría producido en la localidad elegida, donde probablemente habría existido una fuerte resistencia de los vecinos a ser la sede el juicio, el riesgo de revelaciones que podrían haber comprometido secretos de Estado y el desafío desde el punto de vista de la seguridad.
Estas razones, curiosamente, se parecen mucho a las que llevaron durante parte de la década de los 50 tanto a Alemania Federal como a Estados Unidos a evitar una persecución muy activa de antiguos oficiales nazis, incluyendo, entre los principales, a Adolf Eichmann. Como se sabe, Eichmann fue finalmente secuestrado en 1960 por agentes del Mossad y el Shin Beth israelíes en Buenos Aires, quienes lo trasladaron clandestinamente hasta Jerusalén. En 2006, al desclasificarse miles de documentos de la época pertenecientes a la CIA, se supo que por lo menos desde 1956 los servicios occidentales tenían información de que Eichmann estaba viviendo en Argentina y no hicieron nada. Pero más recientemente ha aparecido una ficha de la BND, donde la inteligencia alemana menciona a un contacto suyo en Argentina, editor de una revista llamada Der Weg, que atestigua que el ex teniente coronel de las SS está en ese país. La ficha está fechada en 1952, lo que resulta altamente inculpatorio con respecto a la actitud de la Alemania democrática en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Quiere decir que a lo largo de casi toda la década había información sobre la que Alemania Federal y en general Occidente no actuaron. Tuvo que ser Israel quien lo hiciera por su cuenta mucho tiempo después.
Según la biógrafa de Eichmann, Bettina Stangneth, Alemania y Estados Unidos, que habían permitido a muchos nazis o colaboradores del Tercer Reich reciclarse y servir bajo la democracia, querían evitar procesos judiciales en los que los oficiales revelaran información sobre colaboradores de gobiernos democráticos con pasado funesto. El Canciller Konrad Adenauer era el más vulnerable a estas revelaciones, pues tenía a un ex colaborador de los nazis como asesor cercanísimo.
En cualquier caso, Israel tuvo la información por su lado. Formado apenas en 1948, el Estado hebreo había creado un año después el Mossad en buena cuenta para cumplir la misión de perseguir a los nazis que habían logrado escapar y eludir los juicios de Nuremberg de 1945 y 1946. Todo indica que la primera información sobre Eichmann la obtiene en 1954 por vía de Simon Wiesenthal cuando el célèbre cazador de nazis recibe una postal desde Buenos Aires avisándole que el ex oficial de las SS está en esa ciudad. Pero hay versiones encontradas sobre el papel del propio Wiesenthal, pues algunos de los que participaron después en la operación lo acusan de haber abortado una captura programada antes. Lo que no admite duda es que pocos años después Lothar Hermann, trabajador judío que había estado en el campo de concentración de Dachau y vivía en Argentina, se topó por casualidad con la confirmación de que quien había sido responsable de la logística de la "Solución Final", vale decir el Holocausto, estaba allí.
Su hija Silvia, sin sospechar la verdadera identidad de Eichmann, entabló una relación romántica con uno de sus cuatro hijos. Este se jactaba de que su padre había sido personaje importante en el régimen nazi. Cuando el padre de Silvia cayó en la cuenta de quién se trataba -Eichmann vivía bajo el apellido de Clement-, lo hizo saber tanto a Alemania como a Israel.
Israel pudo haber tomado la decisión de hacer con el nazi algo parecido a lo que hizo Barack Obama con Bin Laden, pues cuando los servicios de inteligencia israelíes le entregaron a David Ben-Gurion, el primer ministro de entonces, la confirmación, éste meditó la posibilidad de ordenar que lo mataran. Pero prefirió lo difícil: un operativo para secuestrarlo en un territorio sobre el cual no tenía jurisdicción y trasladarlo a Israel en secreto para enjuiciarlo. El Holocausto era hasta entonces un tabú del que padres e hijos preferían no hablar; a pesar de que uno de cada cuatro israelíes era sobreviviente del Holocausto, había dudas sobre por qué las víctimas no se habían rebelado contra los nazis, y en general se evitaba confrontar un pasado que suscitaba tanta culpa como humillación. La decisión de Ben-Gurion tomó en cuenta este contexto para lo que a la postre significaría un vuelco psicológico y emocional entre sus compatriotas con el juicio de Eichmann.
Los agentes del Mossad, con ayuda del Shin Beth (seguridad interna), secuestraron a Eichmann, que trabajaba como capataz en una fábrica de Mercedes Benz, y lo interrogaron, ofreciéndole finalmente escoger entre morir allí mismo y ser sometido a juicio en Jerusalén. El ex nazi eligió lo segundo. Para sacarlo del país, lo drogaron y lo disfrazaron de aeromozo de El Al, la línea aérea israelí, que volaba desde Buenos Aires hasta el Medio Oriente. Una vez que lo tuvieron en Israel y su captura se anunció en el Knesset, el escándalo internacional llevó a Naciones Unidas a exigir a Ben-Gurion que procesaran a Eichmann, cosa que ya el Primer Ministro tenía decidido desde el momento en que tomó la decisión de no organizar una misión para ejecutarlo en Buenos Aires.
La discusión jurídica sobre la violación de la soberanía argentina -el gobierno de Arturo Frondizi protestó internacionalmente y acudió al Consejo de Seguridad de la ONU- se zanjó cuando Jerusalén y Buenos Aires llegaron a un acuerdo amistoso. Ese acuerdo, según Ben-Gurion, eliminó la premisa de que se había violado la soberanía argentina.
El juicio, presidido por el juez Moshe Landau, que acaba de fallecer a los 99 años, se llevó a cabo en el Beit Ha´am. Empezó el 11 de abril de 1961 y duró cuatro meses. Eichmann, protegido detrás de un cristal blindado -imagen que ha pasado a la historia-, usó la misma defensa que los otros acusados nazis habían empleado en Nuremberg: que sólo había seguido órdenes. Miles de documentos, apoyados en testimonios abrumadores de sobrevivientes y familiares de víctimas, así como el texto de una persona que lo había entrevistado en Argentina y a la que había dicho que lamentaba no haber acabado con todos los judíos, porque habían podido reconstituirse, mantuvieron electrizado al mundo. Los israelíes lo siguieron con una mezcla de asombro, recogimiento y dolor, muy lejos de las manifestaciones de júbilo que la muerte de Bin Laden ocasionó en Estados Unidos. En diciembre se dio el veredicto y, tras perder la apelación, en mayo siguiente fue ahorcado por el Estado israelí. Irónicamente, sus cenizas acabaron en un lugar no muy distinto del lugar donde dieron a parar los restos de Bin Laden: el mar. En su caso, el Mediterráneo.
Gracias al juicio, el público pudo reconstruir su historia -el ascenso desde que se enroló en el Partido Nazi en Austria hasta que le encargaron el transporte de los judíos deportados hacia los campos de concentración- y la increíble historia de cómo pudo eludir a las fuerzas estadounidenses, de cuya custodia escapó en 1946, para refugiarse en un pueblo alemán antes de ir como refugiado a Italia. De allí pudo trasladarse a Argentina con ayuda de un fraile que le consiguió un salvoconducto, obtenido mediante fraude, de la Cruz Roja.
Pero lo importante, para Israel, en el juicio de este hombre que resultaría el único sometido a pena capital por un tribunal civil en ese país, es que ayudó a forjar la identidad de un Estado relativamente reciente, confrontar un pasado paralizante y despejar las sombras que habían oscurecido mucho la idea que se hacían muchos israelíes del comportamiento de los judíos ante sus victimarios.
Quizá la gran diferencia con lo hecho por Estados Unidos en Pakistán (independientemente de que no hay comparación en el número de víctimas de un lado y otro) sea que Israel estaba pensando más en sí misma que en el mundo exterior cuando decidió no ejecutar a Eichmann en Buenos Aires. Para Jerusalén, el juicio a Eichmann podía ser un instrumento que ayudara a revivir el pasado de un modo que estableciera en el imaginario de los propios judíos una versión canónica y definitiva. En el caso estadounidense, se pensó muy poco en la situación interna y mucho más en las consecuencias externas de capturar a Bin Laden vivo. ¿Por qué? Porque a diferencia de los nazis, que ya no existían como tales cuando Eichmann fue capturado y habían perdido toda simpatía entre los propios alemanes, Al Qaeda y el fundamentalismo musulmán son fuerzas vivas y con capacidad para seguir haciendo daño no sólo físico, sino también moral a través de la conquista de muchos jóvenes del mundo árabe y otras zonas donde el Islam es influyente. Un Bin Laden convertido en prisionero icónico de Estados Unidos habría tenido un efecto mítico que Eichmann jamás hubiera podido tener en 1961 detrás de su cristal blindado.
En ambos casos, la estricta juridicidad de los actos que llevaron a acabar con el enemigo estuvo en cuestión. En el caso de Eichmann, la violación de la soberanía argentina fue el tema más delicado, pero no el único: Eichmann alegó que Israel no era la jurisdicción adecuada para juzgarlo y, no habiendo precedentes de pena capital en un caso de fuero civil, hubo quienes cuestionaron que esa fuera la condena. Mayor es el cuestionamiento, por cierto, en el caso estadounidense, donde se suma la ausencia de juicio a la violación de soberanía. Pero el argumento ensencial de Estados Unidos es que está en guerra contra Al Qaeda, organización que le declaró el conflicto, lo que permite invocar el principio de que Bin Laden era un combatiente. Esta figura es la que, para Washington, pone en vigencia el Derecho Internacional para situaciones bélicas. No era el caso de Israel contra los nazis en 1960, al producirse el secuestro de Eichmann.