Por Alejandro A. Tagliavini
Pedro Greham es un argentino que, el 11 de septiembre de 2001, estaba en las torres gemelas cuando Dios lo invitó al cielo. Desde allí, inspiró a su hermano, Agustín, a escribir una carta publicada el pasado 6 de mayo por La Nación: "Nunca una muerte reparará el dolor ocasionado por otra... La muerte de Osama bin Laden... jamás reparará el dolor de la muerte de mi hermano Pedro... sólo el amor y el recuerdo de la enorme persona que fue Pedro hacen justicia... Y, creo yo, también en cada uno de los familiares de las víctimas del atentado".
Desconozco la opinión de Agustín sobre la ejecución de Bin Laden, ni tuve el desatino de preguntarle, pero hay que decir la enorme verdad de que el infinito valor de Pedro, y de todos, solo se compara con otras vidas de valor infinito, como los que lo recuerdan. La venganza, en cambio, trae mucha angustia.
Vengo de una larga "tradición de escuchar amenazas" de violencia incluidas las de muerte, realizadas por terroristas y delincuentes, recibidas por conocidos, amigos y parientes. Las pocas que recibí personalmente no eran serias, más temor me producen los guardias en los aeropuertos de EEUU, no sea que me confundan con un terrorista o se les escape algún disparo. Temor fundado ya que, por algo, intentando cruzar la frontera, solamente con México, desde 2001 murieron más de 4.000 mientras que en las gemelas fallecieron unos 3.000 y en ese mismo año, por exceso de alcohol, en EEUU murieron más de 20.000. Espero que no le declaren la guerra a los bodegueros e invadan Italia y Francia, donde viven muchos.
Obama triplicó los soldados en Afganistán, llegando a los 100.000. Haciendo honor a la ineficiencia estatal (cualquier mafioso lo hubiera hecho más rápido y por menos dinero), tardaron diez años a un costo sideral de US$ 1,28 billones, equivalente a la economía de Canadá, para ejecutar a un terrorista casi en desuso, derrotado estratégicamente por las rebeliones civiles y laicas que revuelan el mundo árabe.
No haré imprudentes predicciones como hacen estos racionalistas, pero la verdad es que la evidencia histórica parece confirmar a la ciencia que dice que la autoridad real es "el liderazgo por influencia" y no la coacción (violencia) que, por el contrario, siempre destruye. Al mal, al no tener existencia propia (sino que es ausencia de bien, como la oscuridad es ausencia de luz), no se lo puede matar sino que se lo erradica introduciendo bien.
Científicamente hablando, es muy creíble que de no haber existido la Segunda Guerra Mundial (SGM), esta violenta reacción del estatismo que impuso definitivamente el "Estado de Bienestar" desencadenada por los Aliados, Hitler por su propio peso hubiera terminado cayendo provocando mucho menos destrozos y muertes que la SGM, cuyo resultado más trágico fue el fortalecimiento de la URSS y la "guerra fría" que financió guerrilleros, la dictadura castrista y la invasión rusa de Afganistán y, el consecuente fortalecimiento de Al Qaeda por parte de la CIA. Si además de la SGM, quitamos las guerras en Iraq y Afganistán y la "guerra contra el terrorismo", el mundo hoy sería enormemente más rico, desarrollado y pacífico y, difícilmente, hubiera aparecido Al Qaida.
La vida es mucho más segura que la muerte propuesta por los amantes de las armas, pero a esta faz irracional, violenta y liberticida los humanos la iremos superando lentamente, de otro modo, ya estaríamos cerca del paraíso.
El autor es miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity en el Independent Institute, de Oakland, California.