Por Alberto Illán Oviedo
La mujer de hierro alemana se ha vuelto de un maleable que asusta a sus colegas europeos. Y es que en materia energética, Angela Merkel parece ser más zapaterista que el propio Zapatero. El día que la canciller anunció el cierre de todas sus plantas nucleares para 2022, los países que forman la UE descubrieron con estupor que la posibilidad de una política energética común era una utopía más grande si cabe que la de una Europa unida, próspera y en paz.
Podría entenderse en un país que viviera bajo la amenaza constante de un terremoto de horribles consecuencias como el que asoló Japón. Podría entenderse en un país donde las reservas de petróleo, carbón o gas natural fueran tan abundantes que no se necesitara otro recurso energético. Pero Alemania no es ni lo uno ni lo otro. Tiene un riesgo sísmico bajo o moderado (en especial, en el sur, con niveles similares a los de Granada o Murcia) y depende como casi todos los países europeos en mayor o menor medida de fuentes de energía foráneas, fuentes de energía que desgraciadamente no constituyen ningún mercado libre, sino que están en manos de los estados, sus gobiernos u organizaciones como la OPEP.
Cuando Merkel accedió al poder lo hizo como una canciller inteligente, audaz, dura, capaz de luchar y sacar de la crisis a una Alemania sumida en el desastre que habían provocado varios años de políticas socialdemócratas. Mientras la política interna le ha ido bien, mientras sus actuaciones fueron acertadas o al menos no demasiado perjudiciales para sus ciudadanos, Merkel incrementó su fama, su mito. Pero es en los malos momentos cuando los líderes demuestran su capacidad, su aptitud, su coherencia, que es a la larga lo que más aprecian los votantes. Es aquí donde Merkel desbarra y lo hace espectacularmente.
La política de Merkel en materia nuclear ha sido errática. Alemania es un país con una tradición ecologista muy fuerte y, precisamente por la crisis y por las medidas que se han tenido que tomar, la imagen de la política no está en su mejor momento. Las últimas elecciones regionales han permitido a la izquierda recuperar parte del poder. Por lo tanto, hay que entender en clave interna esta decisión que tiene tan soliviantados a los ministros de energía de la UE. Merkel ha debido entender que si opta por medidas ecologistas, los votos de la izquierda van a volver a su asiento en la contabilidad electoral. Sin embargo, no se ha dado cuenta de que la coherencia es un atributo que también contemplan sus propios electores y sería posible que lo que gane por un lado lo pierda por otro, o incluso que ese balance sea negativo. Una vez más, los ciudadanos se deben adaptar a las políticas públicas y no al revés.
Cuando en 2010 Merkel accedió a que las centrales nucleares de su país no se cerraran antes de 2036, lo hizo para que los alemanes no tuvieran que afrontar el gasto financiero que suponía un cambio en el modelo energético. Ahora parece que ese cambio es pertinente, pero supone una serie de problemas de complicada solución. Si Alemania quiere cumplir con otra exigencia ecologista –la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero– debería sustituir la energía nuclear sólo por renovable, pero dados los costes que conlleva y que no es una energía que pueda cubrir una demanda continua, la sustitución es cuando menos cara y técnicamente dudosa, si no imposible.
La mayoría de las centrales nucleares se encuentra en el sur del país, la zona también más industrial, y la mayoría de las centrales renovables están en el norte del país. La planificación no es el fuerte de la política. Además de centrales de cualquier tipo, se necesitan líneas que transporten la energía y unas y otras también despiertan el rechazo de los vecinos que no las quieren por su patio trasero. Así pues, es de esperar que se puedan producir nuevas protestas y retrasos que a medio plazo generarían déficits energéticos locales, posiblemente apagones que afectarían la competitividad, la productividad y la recuperación alemanas.
No contenta con ello, a la canciller le ha dado un ataque de exotismo. Merkel y algunas empresas energéticas y financieras alemanas apoyan el proyecto Desertec que pretende crear en el norte de África una red de plantas solares que deberían cubrir el 15% de las necesidades energéticas europeas, incluidas las alemanas, en un plazo de 40 años. Parece que los problemas que atraviesan los países de la zona no son un inconveniente. Otros proyectos pretenden hacer algo parecido pero con energía eólica "mar adentro" en el Mar Báltico y el Mar del Norte. Y todavía hay gente que a esto le llama mercado y neoliberalismo.
No menos importante es a quién va a beneficiar esta situación en detrimento de los alemanes. De entrada, Francia con sus centrales nucleares puede exportar energía a Alemania mientras ésta se "normaliza". Por otra parte, dependerá mucho más de las fuentes externas de combustibles fósiles como el gas natural que viene de Rusia y el Mar del Norte o del carbón, que puede venir de Polonia y Sudáfrica. Qué decir que esto suele ir acompañado de un incremento de los precios, sobre todo si es la gran locomotora europea la que tiene que pagar. Es posible por tanto que la geoestrategia europea y su estabilidad política se vean alteradas por los intereses partidistas de una canciller que brilló en su momento, pero que ahora se muestra tan gris, al menos energéticamente hablando, como nuestro Zapatero.