Editorial -
Por convencimiento o por confusión, el oficialismo acaba de demostrar, una vez más, que lo suyo es un reinado antes que el ejercicio del gobierno de un país serio y en democracia.
Otra cosa no puede pensarse observando los métodos con los que pretende mantener y aun ensanchar el poder del Fútbol para Todos, que usa en beneficio propio aunque lo sostenga con el dinero de todos.
El Campeonato Nacional B, donde tendrían que jugar el equipo de River Plate si nada se modifica, hasta ahora se transmitió por TyC Sports, vinculada al Grupo Clarín, canal en el cual pueden comprar espacios publicitarios desde una compañía de gaseosas hasta los candidatos de los partidos de oposición y del oficialismo, pasando por todo lo que a uno se le pueda ocurrir.
Y eso era lo que hubiesen visto los hinchas y simpatizantes de River, que son alrededor de 10 millones en todo el país. Con que sólo un 30 o un 40 por ciento de ellos siga al equipo por la televisión, se tiene una audiencia cautiva importante numéricamente hablando. Y ello, sin contar a hinchas de los sucesivos rivales y a otros de terceros clubes que no se perderían la experiencia de ver a River frente a equipos a los que siempre miró desde muy por encima.
Hay que recordar que hasta comienzos de 2010 el Fútbol para Todos tenía otras publicidades además de la propaganda del Gobierno, y que fue poco tiempo después de un clásico entre Independiente y Racing que las cosas empezaron a cambiar y unilateralmente se rescindieron contratos, de manera de que sólo la propaganda oficial tuviera cabida en el espectáculo que más atrapa a los argentinos.
Fue por decisión de Néstor Kirchner, y entre las publicidades que dejaron de aparecer a partir de entonces había una en la cual se promocionaba la gestión de Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires. Otros tiempos.
Si la mamarrachesca modificación de los campeonatos finalmente prospera, desde mediados de 2012 no habrá más Nacional B y todo será una primera. TyC Sports debería, entonces, limitarse a lo suyo, el fútbol del ascenso, que incluiría a otras categorías inferiores.
La desnudez de una trama maquiavélica y al mismo tiempo burda no puede cubrirse con las inverosímiles declaraciones de Grondona en el sentido de que nadie del Gobierno le ordenó la reestructuración del fútbol. Llegó tarde esta vez el presidente de la AFA. La maniobra fue tan torpe que hasta él, que siempre sale bien parado, quedó desacomodado, como un principiante que no llegó a ordenar a su tropa antes de una batalla decisiva: un día antes, varios dirigentes de clubes habían informado que la orden de reestructurar el fútbol había llegado desde la Casa Rosada y que el propio Grondona les había dicho que no le habían dejado margen de acción.
Tarde es, también, para que el Poder Ejecutivo se desligue de un asunto en el que cometió un grave error de cálculo, como el de ignorar que el fútbol no es en la Argentina una cosa cualquiera, sino algo que une a la gente por encima de diferencias políticas, socioeconómicas y religiosas y que, consecuentemente, su manipulación podía despertar el malestar que no despertó la manipulación de otros asuntos.
Y la gente se enojó, justamente en pleno período preelectoral y en días aciagos para el oficialismo.
Queda, por estas horas, la posibilidad, admitida por comentarios reservados de dirigentes del fútbol y del propio oficialismo, de que ese rechazo generalizado que el anuncio despertó en gran parte de la ciudadanía, pueda postergar todo para después de las elecciones presidenciales de octubre. Sería más o menos como prometer un engaño. Impensado en sociedades menos acostumbradas a las mentiras de quienes aspiran al poder.
Preocupa pensar que por propia iniciativa o convencida por sus colaboradores, la Presidenta se embarque en semejante tipo de operaciones, innecesarias, además, si el país fuera la maravilla que ella dice que es.
Es necesario que el Gobierno dé las explicaciones del caso. Aunque no lo crea o no le guste, está obligado a hacerlo. Los 1200 millones de pesos que costaría este nuevo engendro constituyen toda una crueldad en un país en el cual la pobreza y la indigencia afectan a millones de personas.