La primera dama estadounidense ha lanzado una campaña contra la obesidad. La gordura ahora se considera en Norteamérica una enfermedad de proporciones epidémicas, al extremo de que el Ejército tiene que rechazar por esa condición a uno de cada cuatro potenciales reclutas. Así que Michelle Obama no reposa en sus charlas constantes sobre el tema en las escuelas, el fomento de huertos, la organización de conferencias especializadas, campañas publicitarias y demás.
El acento lo pone, como es natural, tanto en el sedentarismo como en la dieta, especialmente la de los niños, porque con las libras de más lo de menos es que no resulten estéticas, sino que a la larga promocionan un sinfín de calamidades como hipertensión, diabetes, asma, etcétera.
La señora Obama sabe –porque confiesa su debilidad por las papas fritas y que en ocasiones se concede una indulgencia durante la cual se da un atracón de fries, para luego arrepentirse– que la dieta tiene que consistir en alimentos sanos, no en trash food: nada de sodas, ninguna hamburguesa, pocos dulces, poca grasa, poquita sal, mucho brócoli, mucha espinaca, mucho apio... Es decir, sabe que si el objetivo no es engordar, sino adelgazar o mantener la delgadez una vez conseguida, las papitas fritas resultan fatales.
Siendo esto así y encontrándose ella tan cerca del Mandatario no se entiende el empecinamiento presidencial por aumentar el tope del endeudamiento del país. El mayor problema de los Estados Unidos hoy por hoy son –ya lo saben hasta en los jardines infantiles– los más de catorce y medio billones (trillones les dicen aquí) de dólares de deuda pública, resultado del déficit presupuestal soportado un año y otro y otro.
¿Y qué dice Barack Obama? Dice que va a resolver el problema del déficit. No en un ejercicio fiscal ni en dos, sino en varios, pero que lo va a resolver. Solo que para resolverlo necesita que le autoricen a elevar el techo de la deuda en dos y medio trillones adicionales. Pues cómo, ¿resolver el exceso de gasto gastando más?
Eso es como si llega de visita un amigo, pero tan borracho que no se tiene en pie, y en lugar de darle un vaso de jugo de tomate con limón, o prepararle un café bien fuerte, o propinarle una ducha fría, pretendes quitarle el mareo con una copa rebosante de ginebra. No lo vas a aliviar. En la mayoría de las ocasiones el similia similibus curantur no funciona.
Michelle debería explicarle a Barack que, para los regímenes de adelgazamiento, las patatas fritas resultan fatales. Y que los problemas causados por gastos excesivos no se componen con erogaciones adicionales.
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El autor es analista político.