Por Félix Romeo
Letras Libres, México
Mahmud Ahmadineyad, presidente de Irán, miente, sí, hasta la náusea, cuando dice y repite en Naciones Unidas que el Holocausto, en el que los nazis asesinaron a más de 5 millones de judíos, no tuvo lugar.
Miente, también, Mahmud Ahmadineyad, como un malvado de dibujos animados, pero sin puñetera gracia, cuando dice que Estados Unidos organizó los atentados del 11 de septiembre de 2001, en los que murieron más de 3.000 personas, para “salvar el régimen”.
Espero que Mahmud Ahmadineyad mienta, además, cuando afirma que Irán tiene armamento nuclear y que está fabricando a toda máquina más para lanzarlo contra Israel.
Pero Mahmud Ahmadineyad no miente cuando dice que en Irán no hay gays. Y no los hay, o está en tránsito de no haberlos, por dos motivos: el régimen tiránico teocrático que preside los mata o los convierte a la fuerza en mujeres.
Según el código penal iraní, la homosexualidad (junto al adulterio) puede ser castigada con la muerte, y hay evidencias de que los homosexuales son condenados a muerte con frecuencia. Y muchísimos otros cumplen pena de cárcel.
Para evitar los costes policiales, judiciales y penitenciarios producidos por los homosexuales, a las autoridades iraníes se les ocurrió hace unos años una solución a la medida de su perturbación: obligarles a convertirse en mujeres mediante una operación quirúrgica. La intervención es costeada por el Estado. Una tropa de médicos, sin demasiados escrúpulos o con demasiado miedo, realiza todos los días cambios de sexo: los homosexuales se convierten, tras la castración y la conversión de su muñón en una vagina, en mujeres.
La mayoría de los gays iraníes, claro, no se sienten mujeres, pero no les queda más remedio que pasar por el quirófano si no quieren ser detenidos y condenados (y lo son constantemente, porque cualquier movimiento que parezca “gay”, como el contoneo de las caderas o el manoteo, provoca una detención) porque prefieren amarse con unos y no con otras.
(A propósito, si la situación de las mujeres en Irán es terrorífica, no me puedo imaginar cuál será el trato a las lesbianas: ¿las convertirán en hombres?)
Lo cierto es que Irán no es una excepción en el mundo musulmán, donde la persecución de la homosexualidad es continua. Incluso países “moderados”, como Marruecos, la consideran delito. Abdelá Taia, el primer escritor marroquí en hacer pública su homosexualidad, afirma: “Los fundamentalistas están obsesionados con la idea de pureza. Y, está claro, los homosexuales somos el símbolo exacto de la impureza”.
Estoy ahogado por la crisis, hasta el cuello, pero ese clima asfixiante, y quizá es una paradoja, me hace ser más consciente de la grandeza de la libertad individual, que consiste en pensar, decir, escribir y moverse libremente, pero también en poder gozar sin que la autoridad nos obligue a hacerlo de una sola manera.
Y sí, Mahmud Ahmadineyad miente. Afortunadamente, en Irán todavía hay gays y quieren serlo sin ser asesinados, sin ser encarcelados, sin ser convertidos a la fuerza en mujeres.