Por Yoani Sánchez
Se encuentran cada sábado en la noche para una fiesta sin alcohol, sin chicas, sin música. Toda la madrugada se la pasan frente al teclado mirando la pantalla y con los ordenadores conectados en red para jugar. Es la nueva moda entre adolescentes cubanos, especialmente entre los hijos de una clase media emergente que ni siquiera se reconoce a sí misma como tal.
Las “pijamadas”, con rositas de maíz y casas de campañas instaladas en plena sala, han dado paso a estos encuentros donde se mezclan la tecnología y las risas, lo lúdico y lo escapista. Los propios jóvenes llaman a estos maratones tecnológicos “turbear” y muchos locales se alquilan para trasnochar con la mano sobre el mouse. Entre los juegos más demandados se encuentran los de estrategia, cosmogonías paralelas que ayudan a evadirse de la realidad nacional.
Quienes no tienen un PC propio o una laptop que aportar al “festejo” pueden acudir a los laboratorios de computación de algunas escuelas, donde los fines de semana los profesores organizan –sin permiso– turbeos masivos. Starcraft, DotA, Counter Strike, Call of duty, arrasan en las preferencias adolescentes y un mercado paralelo de copias piratas garantiza las últimas actualizaciones y todos los complementos necesarios.
El reto mayor resulta mantenerse al día en un país que sigue estando entre los menos conectados a internet del planeta. Por eso en la lista de deseos y pedidos que se le hacen al tío que va a viajar o al amigo que regresa del extranjero están los DVD de estos juegos. Los sitios digitales de compra y venta –al estilo de Revolico– ofrecen una gama amplísima para distraerse al margen de la complicada cotidianidad.
Algunas conversaciones en la calle revelan el calado de este entretenimiento. “Tienes que saltarte ese nivel, porque el otro está mejor”, “No lo mates de la primera vez, si no te quitan fuerza a ti también”, “Construye la ciudad en ese terreno, que no está tan infectado de demonios”. Desde recreaciones de la Edad Media hasta las más osadas fantasías futuristas son parte hoy del imaginario juvenil, trozo importante de sus vidas. Han llenado con ellas el lugar que una vez tuvieron en nosotros los discursos y las consignas. No aplauden, clickean; no creen, sino que juegan. Y uno no sabe si reír o si llorar, si darle la bienvenida a la evasión como arma contra el fundamentalismo o lamentarse porque el escapismo nos priva de esa rebeldía adolescente que tanta falta hace.
Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.