Por Eduardo Quintana
Existe una enorme preocupación regional y mundial por el lanzamiento de un satélite norcoreano que, según el régimen comunista de Pyongyang, tiene fines científicos. Sin embargo, para Tokio, Seúl y Washington representa en realidad una prueba encubierta de un misil balístico, que puede poner en jaque a los países de la zona. El lanzamiento se realizará esta semana, y Japón junto con Estados Unidos pretenden interceptar el satélite si este mostrara algún tipo de amenaza.
Lamentablemente, además del peligro internacional que causa la dictadura norcoreana, también hay problemas internos graves que perjudican a miles de ciudadanos. Días atrás, organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch, Open North Korea, The Simon Wiesenthal Center y Conectas, entre otras, exigieron a la Organización de Naciones Unidas que iniciara una investigación y posterior cierre de los campos de concentración en Corea del Norte, donde malviven en condiciones infrahumanas alrededor de 200.000 personas, incluyendo decenas de niños.
Según los denunciantes, los prisioneros trabajan un mínimo de 12 horas por día en condiciones insalubres, y son pagados con una ración de 20 granos de arroz diarios. La mayor parte de los norcoreanos esclavizados sufre además torturas y tratos denigrantes como violaciones sexuales. Incluso se dan casos de ejecuciones extrajudiciales.
Para la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), “las condiciones extremas de los campos de concentración se ven agravadas por enfermedades como la tuberculosis o la neumonía y, en conjunto, provocan cada año la muerte de entre el 20 y el 25 por ciento de los detenidos”.
Se calcula que al menos 400.000 personas murieron en los últimos años en distintos campos de concentración del país asiático.
“Es una cantidad tan ínfima que los detenidos están obligados a rebuscar entre los excrementos de vaca para encontrar granos no digeridos y escapar así de la muerte”, señaló el comunicado de las organizaciones, a partir del testimonio de un prisionero que logró fugarse de una de esas cárceles.
Corea del Norte es el país más hermético del mundo, donde cualquier intento de disidencia es directamente fulminado con detenciones o ejecuciones. Miles de opositores están cumpliendo penas en los campos de concentración. Aunque tenga decenas de denuncias en distintos organismos mundiales, el Gobierno comunista dictatorial de esta república sigue asistiendo como miembro pleno de agrupaciones multilaterales sin que exista una presión dura para que acabe con el totalitarismo.
La ONU ha fracasado en su intento de influir hacia la democratización de Corea del Norte o de realizar algún tipo de cambio político.
Resulta absurdo suponer que en pleno 2012, ya bien metidos en la era de la ciencia y tecnología, se cuente con campos de concentración al estilo nazi. Aun así, no son fantasiosas las comparaciones que se dan entre Auschwitz, los no tan recordados gulags soviéticos y los grandes centros de detenciones en Corea del Norte. Los regímenes totalitarios, a pesar de divergir ideológicamente, actúan de la misma forma para liquidar las opiniones, opciones o filosofías diferentes.
No hay forma de solucionar el problema norcoreano a corto plazo, ya que constantemente la dictadura se impone en todos los rincones del país y amedrenta no solo a sus habitantes, sino a la comunidad internacional. La ONU, que puede intervenir salvando millones de vidas, no decide todavía cuál sería la mejor forma de arreglar la miseria y opresión que se impuso en Corea del Norte.
Mientras tanto, 200.000 personas nos recuerdan que los campos de concentración siguen vigentes a pesar de los derechos humanos y de los discursos populistas de líderes mundiales.