Por Eduardo Quintana
Finalmente, luego de varios meses de juicio, el exdictador Hosni Mubarak fue condenado a cadena perpetua por la masacre de más de 850 personas en Egipto y tras haber gobernado férreamente el país por más de tres décadas. Mubarak lideró la nación sumiendo a la población en la ignorancia, el caos, en la represión, el exilio y la muerte, además de aumentar el índice de corrupción estatal. Es el primer mandatario de la Primavera Árabe sentenciado de por vida a una prisión. Muamar el Gadafi terminó muerto, mientras que Zine Ben Alí pudo huir a Arabia Saudita y refugiarse en este reino teocrático.
Curiosamente, días atrás, otro exdictador, Charles Taylor, fue condenado a 50 años de cárcel por crímenes de lesa humanidad, cometidos durante su gobierno despótico en Liberia en el denominado caso de los “diamantes de sangre”.
El daño perpetrado por ambos gobernantes totalitarios no podrá ser reparado jamás, pero sus crímenes no deben quedar impunes. El caos impuesto para controlar a la población no debe disculparse ni olvidarse.
La Primavera Árabe despertó el interés de millones de habitantes del Norte de África y Medio Oriente hacia las libertades individuales y hacia la justicia secular. Las revueltas que comenzaron en diciembre de 2010 en Túnez siguen inspirando levantamientos contra el autoritarismo vigente en el mundo. Lamentablemente, en Libia o el mismo Egipto, la revolución está sirviendo como puente para que otros grupos extremistas, reacios a instalar la democracia “occidental”, puedan concretar sus fines religiosos o estatistas peligrosos.
La Primavera Árabe sirve especialmente para recordarnos que la libertad individual aún sigue siendo violentada en varias partes del planeta. Amnistía Internacional recordaba en su informe de este año que en los últimos meses 101 estados seguían practicando la tortura y que las dictaduras continúan reprimiendo a los opositores, además de encarcelarlos o directamente ejecutarlos.
Las condenas a Mubarak y a Taylor evidencian que el poder arbitrario del estado continúa violando los derechos humanos en el siglo XXI y que los líderes políticos autoritarios gozan de mucho apoyo externo, por lo que sus salidas de los respectivos gobiernos tardan, son muy costosas y cuestan cientos de vidas inocentes.
Egipto tiene un largo camino que recorrer si desea realmente cambiar el rumbo dejado por la dictadura de Mubarak. Tiene que despejar la política de los antiguos colaboradores del régimen y a los extremistas islámicos. Sin embargo, la realidad es que tendrá o a un musulmán o a un ex ministro de Mubarak en el gobierno. Uno de ellos se convertirá en el primer “presidente democrático de Egipto”.
Todavía falta que varias dictaduras caigan en distintos países, pero la Primavera Árabe dio un paso clave al desplazar a algunos tiranos, ahora debe dar otros y encaminarse en la larga lucha por defender y mantener la libertad negada por varias décadas. Una búsqueda que ha costado humillaciones, asilos y muertes en muchos de sus países.