Por Alvaro Vargas Llosa
La crisis paraguaya y la consiguiente incorporación formal de Venezuela han devuelto en estos días al Mercosur la vigencia y significación que parecía haber perdido por las tensiones internas, la proliferación de iniciativas que competían directa o indirectamente con ese bloque y la lentitud en el cumplimiento de las metas ambiciosas. De pronto, América Latina y, en particular Sudamérica, redescubren al Mercosur.
Sin embargo, lo que redescubren no es el Mercosur que ya existía, o al menos no el que fue fundado hace 21 años, sino una nueva versión de contenido mucho más político que económico y más ideologizado que el de antes. Porque el Mercosur que fundaron, mediante el Tratado de asunción, Collor de Mello, Carlos Menem, Luis Alberto Lacalle y Andrés Rodríguez tenía una preocupación más comercial que política y, en la medida en que asomaba en el bloque algún sesgo político, lo que pretendía era prepararse para la intensificación de una relación con Estados Unidos, no tanto por razones ideológicas como por inercia de la posguerra fría y la globalización.
El Presidente Bush (el primero) había hablado de un Area de Libre Comercio de las Américas poco antes y los cuatro países integrantes del bloque querían hacerle frente a ese reto, que acogían con relativo entusiasmo a partir de una integración que les diera fuerza negociadora. También recordemos que eran los tiempos del desplome soviético y querían competir con la Europa central y oriental emergente en la atracción de capitales. Hoy, el Mercosur reaparece en el escenario latinoamericano, en cambio, incorporando a Venezuela, el adversario de Washington, con especial satisfacción y poniendo el énfasis político por encima de la visión integradora de tipo económico. Para confirmarlo, la incorporación de Venezuela, que llevaba un retraso de seis años por la negativa del Senado de Asunción a ratificar el protocolo de adhesión, se ha dado al mismo tiempo que, con motivo de la destitución de Fernando Lugo, Paraguay era suspendido del bloque. El “veto” paraguayo, por tanto, ha dejado de tener importancia y ha sido sorteado. La suspensión debe durar hasta las elecciones presidenciales de abril, pero dado que el partido que bloqueó en todo este tiempo la ratificación del protocolo en el Senado es el mismo que parece bien posicionado para hacerse con el triunfo en esos comicios, flota en el ambiente la pregunta: ¿Volverá alguna vez Paraguay al Mercosur? ¿Es compatible Paraguay con Venezuela en ese bloque?
El énfasis político y hasta ideológico de lo sucedido quedó de manifiesto cuando el Presidente de Uruguay, José Mujica, tuvo que adoptar públicamente una línea muy distinta de la que habían expresado públicamente tanto su canciller, Luis Almagro, como el vicepresidente Danilo Astori. “Lo político primó sobre lo jurídico”, dijo Mujica, con claridad, para zanjar una discusión que empezaba a complicarse mucho, pues su canciller había abandonado la sala en plena reunión del Mercosur donde se anunció la incorporación de Venezuela, en Mendoza, por estar en desacuerdo. “Para nosotros”, había dicho luego el ministro, “no era el momento y no debía implementarse en estas circunstancias, y tenemos fundamentos jurídicos, políticos y éticos al respecto, los cuales pusimos de manifiesto durante todo el día jueves en las negociaciones”. Astori, figura clave de la alianza Frente Amplio y del gobierno de Mujica, había sostenido cosas no menos contundentes. “Es una herida institucional, quizá la más grave de los 21 años del Mercosur”.
Probablemente, Mujica compartía in péctore el criterio de sus colaboradores, pero su política de buenas relaciones con su vecino, Argentina, y en general con la izquierda latinoamericana, no le permitía otra cosa. En cualquier caso, al expresar con sinceridad la naturaleza eminentemente política de la decisión de incorporar a Venezuela, Mujica (cuyo país, dicho sea de paso, tardó dos años en ratificar el protocolo precisamente por las mismas razones que Paraguay) selló la reencarnación del Mercosur. Una reencarnación muy distinta de la que tuvo al nacer, hace 21 años.
Y por si cupiera duda, el propio Hugo Chávez se encargó, desde Caracas, donde estaba en una reunión con los jefes de los institutos armados, de poner de relieve el sesgo geopolítico de la decisión de sus colegas Dilma Rousseff, Cristina Fernández de Kirchner y Pepe Mujica: “El ingreso al Mercosur es una derrota del imperialismo y las burguesías lacayas”.
El problema es que la politización definitiva del bloque, que por el momento parece darle mayor vigor y vigencia, podría ser también a mediano plazo, un factor de debilitamiento del Mercosur. Ya existen otros bloques de naturaleza altamente política, empezando por el Alba, y en cierta forma el Unasur, que, aunque dividido por las tendencias divergentes de sus gobiernos más ideologizados y los gobiernos pragmáticos, aspira a ser la voz sudamericana ante el mundo. Si el Alba ya es la voz antiimperialista y el Unasur la voz consensuada, ¿qué es el Mercosur en su versión política?
Por otra parte, el Mercosur, por más que pierda algo de su perfil comercial, no deja de ser una unión aduanera-lejos de resultar “perfecta”, según la aspiración que se expresó en sus inicios-y, por tanto, de poner a los miembros ante el reto permanente de compaginar sus intereses económicos. Si algo prevaleció a lo largo de las últimas dos décadas fue una visión más bien nacionalista de los intereses de sus dos principales miembros, lo que fue, a su vez, origen de toda clase de tensiones, primero comerciales, pero luego, por añadidura, también políticos. Siendo ese el caso, ¿puede seriamente pensarse que la aparente comunidad de visiones políticas logrará limar las asperezas comerciales? No habiéndolo sido en las últimas dos décadas, si lo es ahora, se tratará de un verdadero milagro de la diplomacia.
En el plano comercial, como ocurre con el político, el bloque compite con otras siglas que sirven de paraguas a propósitos semejantes. Por lo pronto, el Aladi (aunque en este caso el ámbito geográfico es más abarcador). Pero también está la Comunidad Andina de Naciones (CAN). Si Unasur debía ser en cierta forma la amalgama del Mercosur y la CAN, ¿será un Mercosur ampliado una fuerza que atraiga a los miembros de la CAN eventualmente y deje sin vigencia a este bloque? Y si se integran, como algunos países aspiran a que ocurra, ¿qué sucederá con Unasur, la gran iniciativa brasileña? Y si el eje de la izquierda latinoamericana pasa a ser el Mercosur, ¿perderá algo de vuelo el recientemente formado Celac, cuyos mayores impulsores fueron gobiernos de esa tendencia?
Por si todo esto fuera poco, ha surgido en los últimos tiempos la Alianza del Pacifico, que agrupa a México, Chile, Perú y Colombia. Aunque su propósito es más económico que político, se ha percibido a este grupo como una suerte de antídoto o compensación diplomática a los esfuerzos de cooperación e integración de gobiernos de izquierda. Independientemente de que la percepción sea cierta o no, ¿significará la incorporación de Venezuela al Mercosur que Uruguay y Paraguay, los países que siempre se sintieron minusvalorados y algo maltratados por los dos socios principales, tomen distancia gradualmente y acaben tratando de entenderse más bien con países como los de la Alianza del Pacífico, a pesar de que geográficamente no les corresponde? ¿Será ese el origen de otro esfuerzo integrador más y, por tanto, de una nueva sigla?
La mejor etapa del Mercosur se dio en la segunda mitad de los años 90, cuando el 25 por ciento del comercio de los países que eran miembros se daba al interior del bloque. Eran los tiempos de la apertura y la liberalización, del inicio de la nueva versión de la globalización y de la América Latina que veía la posibilidad de replicar la dinámica que había llevado a la entonces llamada Comunidad Económica Europea. Pero poco a poco el bloque fue perdiendo brillo, a medida que la tentación nacionalista prevaleció sobre la integradora y que los dos “grandes”, Brasil y Argentina, empezaron a hacer valer su preeminencia sobre los “chicos”, Uruguay y Paraguay”. Las tensiones empezaron en 1999, cuando Brasil devaluó su moneda y puso en evidencia que sus vecinos no podían competir. La crisis monetaria y fiscal de 2001 y 2002 en Argentina, y en menor medida, por contagio, en Uruguay, acabó por devaluar al Mercosur y deshacer buena parte de lo andado. A partir de entonces y por varios años, todos pusieron el acento en sus situaciones internas y el bloque dejó de avanzar hacia sus objetivos. En un momento dado, las tensiones entre Brasil y Argentina superaron en acritud a las que habían distanciado a los grandes de los chicos.
La disputa por el bloqueo argentino a los electrodomésticos, los textiles y los calzados brasileños, por ejemplo, cobró gran relieve a nivel latinoamericano. También la disputa por la exportación de autos, pues tanto Brasil como Argentina los fabrican y los venden a través de la frontera. Un 60 por ciento de los autos argentinos se han exportado en años recientes, y un 90 por ciento de esos envíos han tenido como destino a Brasil. Gracias a ello se instalaron plantas de General Motors y Toyota en las afueras de Buenos Aires, y Volkswagen, Peugeot y Renault y otros hicieron importantes inversiones. Brasil alegó, a su vez, que Argentina no respetaba la apertura que exigía a su vecino. Al final, Brasilia y Buenos Aires debieron negociar una forma de “comercio administrado”, lo que dejó de lado el libre comercio que era, se suponía, principio seminal de la unión aduanera.
La lentitud con que el Mercosur ha abrazado la globalización queda de manifiesto con el hecho de que sólo ha suscrito dos TLC, uno con Israel y otro con Egipto, y lleva 11 años negociando uno con Europa infructuosamente (tiene algunos acuerdos comerciales con vecinos latinoamericanos). Brilla por su ausencia alguna forma de entendimiento con Estados Unidos, lo que se aparta-nuevamente-de las intenciones originales de los fundadores.
Un interesante reto del Mercosur-si logra mantener vigencia y avanzar en su propósito-será compaginar a las dos izquierdas latinoamericanas. Como lo ha puesto de manifiesto la polémica por la incorporación de Venezuela, esa tensión se vive no solo entre los países miembros (Paraguay versus el resto de los socios), sino también al interior de los propios gobiernos (el frente Amplio de Uruguay, por ejemplo). Por el momento, los moderados Rousseff y Mujica han hecho causa común con Cristina Fernández de Kirchner, hoy con un perfil más pugnaz a medida que la situación interna se ha complicado, y Venezuela, pero al menos en el caso de Uruguay hay una distancia evidente entre lo que se hace de puertas para adentro y lo que se quiere simbolizar con el abrazo a Caracas. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que algún incidente político o comercial haga aflorar esas tensiones?
Lo que todo este episodio demuestra, en última instancia, es que América Latina está lejos de una integración comparable a la de la Unión Europea de los 27 países con libre circulación de bienes, capitales, personas e ideas (a pesar de su drama actual). La bifurcación ideológica, sumada a las pulsiones nacionalistas, hace hoy verdaderamente quimérico pensar en una integración más a fondo. Que los ciudadanos del Mercosur viajen ya sin pasaporte al interior del bloque no quita una cruda realidad: el nivel de integración que hay hoy entre los países miembros es muy inferior al que se da en otro tipo de uniones aduaneras y, aun más, políticas. De allí, en parte, la proliferación de iniciativas y siglas que compiten o se contradicen.