Por George Chaya
Cuando el presidente Barak Obama asumió su mandato, los críticos de la administración Bush repitieron hasta el cansancio dos ideas. a) Por fin nos quitamos a los neoconservadores, ahora apostaremos por la diplomacia; primera idea, y b) Bush y su estrategia de democratización fracaso ante las victorias de los islamistas en las elecciones en Irak, Bush entrego Irak a los chiitas, segunda idea.
Sobre la primera pienso que no es así necesariamente, aunque se puede disentir desde luego, por lo que sólo me limitare a recordar algunos hechos significativos. En la primera legislatura no había ningún neoconservador en el Gobierno Republicano, salvo uno, Bolton, el embajador ante la ONU, que en EE.UU tiene rango ministerial. Y hace cinco años la doctrina neo-conservadora era una, entre las muchas republicanas. Hoy, luego de la gestión Obama, es la más importante de la oposición, con prescindencia que gane o no las próximas elecciones. Los neoconservadores nunca han sido contrarios a la diplomacia, se han limitado a reivindicar la centenaria tradición europea, esa que hizo de Europa el centro del mundo y enfatizaron que la diplomacia sin disuasión de un hipotético uso de la fuerza, se convierte en ejercicio estéril. No tienen nada de originales, aunque puedan parecer marcianos ante el soft power americano y la laxitud Europea actual. La segunda legislatura de Bush se caracterizo por circunstancias muy distintas: Debía consolidar las reconstrucciones de Afganistán e Irak y encauzar las crisis del Líbano, Irán y Palestina. No lo logro, le falto tomar importantes decisiones y fracaso.
La segunda idea parte de un equívoco intencionado: confundir democracia con elecciones. Las segundas son fundamentales para constituir la primera, pero mientras las urnas tienen un carácter instrumental, la democracia es el resultado sustancial de aplicar un conjunto de principios y valores a la vida en comunidad. El gobierno de Bush nunca dijo que la solución para Oriente Medio era convocar elecciones a diestra y siniestra. Lo pidió donde era necesario para establecer nuevos gobiernos (Afganistán e Irak) o para resolver el problema de legitimidad de una parte negociadora (el caso de la Autoridad Palestina). Todo esto dentro de un proceso de democratización paulatino que debía pasar por elecciones más limpias que las efectuadas hasta ese tiempo. De lo que se trataba -y sigue tratando- era de facilitar cambios sustanciales en las distintas sociedades para que el conjunto de principios y valores que caracterizan el espíritu democrático arraiguen, como lo hicieron otras naciones no occidentales: Japón, India, e incluso musulmanas, como Turquía. La democracia es un proceso y no se llega a un estadio determinado si antes no se pasa por ciertas estaciones. Que los procesos electorales iban a conceder oportunidades a los islamistas es algo que se sabía y se asumía. El hombre vuelve la vista al pasado cuando no encuentra expectativas en el presente. El islamismo radical se expandió porque no había alternativa mejor, la gente reconoce su trabajo en la caridad y el asistencialismo y los pueblos deseaban acabar -a su manera- con regímenes árabes corruptos. Sin embargo, al integrismo no se lo derrotará prohibiendo elecciones, derrocando o apoyando dictaduras, los pueblos le darán la espalda si son ayudados a construir una verdadera opción modernizadora y perfectamente compatible con los valores del Islam.
La transformación democrática no ha hecho más que empezar y estamos lejos de saber si triunfará o no. El presidente Obama vino a decirle al mundo que el podía hacerlo mejor que el malo de su antecesor. Regaló hermosos discursos de libertad, estabilidad y democracia. Pero cuatro años después, lo que vemos es que sacrifico la libertad por la estabilidad, y hoy no tenemos estabilidad, libertad ni democracia.