Por Ivan Eland
John Kerry y Chuck Hagel—dos de los principales mejores candidatos que el presidente Obama podría haber escogido para las secretarias de Estado y Defensa, respectivamente—pronto se enfrentarán a la confirmación del Senado. Con estos candidatos, esperamos que Obama esté señalando un viraje desde el intervencionismo hacia una política exterior moderada largamente esperada. A su favor, durante el primer mandato Obama puso fin a la guerra de Irak y por suerte ya no quedan tropas estadounidenses en ese país, fijó una fecha final para el combate estadounidense en Afganistán, y al parecer ha señalado una retirada acelerada de allí de las fuerzas de los EE.UU..
Desafortunadamente, el lado negativo de la política exterior del primer mandato de Obama fue su expandida, y por lo tanto inconstitucional, guerra “secreta” con aviones no tripulados contra los islamistas en muchos países, que incluyó la muerte de ciudadanos estadounidenses sin el debido proceso legal. Además, Obama fue arrastrado por la recientemente agresiva Francia a una guerra principalmente aérea en Libia para derrocar a Muammar Gaddafi, un dictador que ya había acordado cooperar con Occidente.
Si bien durante su segundo mandato, Obama se arriesga a ser otra vez aspirado por los franceses a otra guerra menor en el mundo en desarrollo—esta vez en la nación africana de Mali—Obama ha tomado el camino correcto de la disminución de la participación de los EE.UU. en guerras innecesarias. Obama debe advertirle a Francia que la ayuda estadounidense se limitará a la inteligencia y aviones estadounidenses para el transporte de soldados franceses y que los Estados Unidos no van a rescatar a Francia de cualquier atolladero futuro en el terreno (Vietnam una vez más), el cual parece probable.
Con suerte, la negociación de Obama con Hamid Karzai para mantener algunos efectivos estadounidenses en Afganistán después de la “retirada” de los EE.UU. prevista para el año 2014 fracase. El tronco principal de al Qaeda (los autores de los ataques del 11 de septiembre) en Afganistán y Pakistán ha sido en gran medida destruido, y la actual campaña con aeronaves no tripuladas está sencillamente generando nuevos enemigos islamistas de los Estados Unidos. Además, si los Estados Unidos necesitasen un ataque militar de emergencia contra dichos remanentes de al Qaeda, éste podría ser emprendido desde fuera de esos países empleando los bombarderos de largo alcance de la Fuerza Aérea o aeronaves navales con base en los portaaviones. Obama también debería cesar los ataques con aviones no tripulados en Yemen y Somalia, deteniendo así la generación de nuevos enemigos islamistas en esos países. (Por otra parte, el Senado debería vetar al candidato de Obama para dirigir la CIA, John Brennan, quien es el arquitecto del programa de aviones no tripulados).
Reducir o eliminar la campaña con aviones no tripulados en estos países ahorraría un poco de dinero, pero muchos más ahorros son necesarios para luchar contra la monstruosa deuda nacional de más de 16 billones de dólares (trillones en inglés). Primero, los Estados Unidos ya no tienen que planear luchar y adaptar sus fuerzas terrestres para más de una guerra a la vez. Segundo, dado que no existe necesidad alguna de una capacidad “mayor a una guerra” y porque unas Fuerzas Armadas compuestas enteramente de voluntarios se ha tornado demasiado costosa, las gravosas divisiones activas del Ejército y la Armada deben ser reducidas y las fuerzas de la Guardia Nacional y la Reserva deben ser entrenadas en un estándar más alto.
Tercero, a fin de reducir los costos de todas las fuerzas militares, recortar los costos crecientes de la atención de salud de las fuerzas en actividad y retiradas es una necesidad, por lo que los que actualmente prestan servicios y los que están retirados deben pagar una mayor proporción de sus gastos médicos. Además, el lujoso retiro del personal militar estadounidense a una edad muy temprana (que es incluso mucho antes de la infame baja edad jubilatoria en Grecia), en comparación con la de la población estadounidense en general, debe terminar. Por último, los excesivos beneficios, como la vivienda y las facturas de comestibles subsidiadas de los militares, tienen que ser reducidos. Contrariamente a la creencia popular, en comparación a los civiles que trabajan en la economía en general, el personal militar en tiempos de paz recibe una paga y beneficios generosos; estas prestaciones excesivas precisan ser recortadas.
Recientemente, Leon Panetta, el actual Secretario de Defensa argumentó que los EE.UU. necesitan una presencia militar en Europa, Africa y América Latina. Sin embargo, no existe una verdadera amenaza para Europa, Africa no es estratégica para los Estados Unidos, y no hay otra gran potencia que pudiese desafiar la preponderancia de los EE.UU. en América Latina, incluso si las fuerzas estadounidenses operasen desde el territorio continental de los Estados Unidos. De hecho, en el actual contexto de amenaza bajo a nivel mundial, para ahorrar dinero, los Estados Unidos podrían reducir el número de sus bases militares en todo el mundo, desmantelar muchas de las unidades militares estacionadas allí, y confiar más en las fuerzas proyectadas desde los Estados Unidos.
Drásticos recortes en los presupuestos de defensa serán necesarios, especialmente si el presidente Obama adhiere a su aparente irresponsable promesa emitida durante su segunda ceremonia inaugural de aferrarse a reformar los programas sociales de rápido crecimiento, tales como la Seguridad Social y el Medicare. Como mínimo, el presidente debería aprobar recortes adicionales en la defensa de unos 500 mil millones (billones en inglés) durante casi una década, que entrarán en vigor si nada cambia (lo que ha sido hasta ahora denominado el “precipicio fiscal”). En realidad, para poner a la nación en una mejor posición fiscal, y de esta manera garantizar su seguridad a largo plazo, los recortes de la defensa deberían ir aún más profundo que eso.
Traducido por Gabriel Gasave
Ivan Eland es Asociado Senior y Director del Centro Para la Paz y la Libertad en The Independent Institute en Oakland, California, y autor de los libros Recarving Rushmore: Ranking the Presidents on Peace, Prosperity, and Liberty, The Empire Has No Clothes, y Putting “Defense” Back into U.S. Defense Policy.