(Artículo publicado originalmente el 22 de noviembre de 2011)
En una conferencia inaugural en el Alvear Palace Hotel el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien ahora deja sus funciones, elaboró sobre “las deudas sociales”. No cabe duda de las buenas intenciones del Arzobispo y de su genuino interés por resolver el tema angustiante de la pobreza, lo cual es compartido por toda persona de bien. Desafortunadamente, lo que propone y los andariveles de sus razonamientos, lejos de mitigar el problema, lo agravan en grado sumo. En estas materias y en muchas otras, las intenciones más puras resultan irrelevantes, lo que importa son los resultados.
Pensamos que las conclusiones desacertadas en asuntos económicos y sociales se deben a un estudio deficiente del rol y el significado de la propiedad privada y del mercado libre en cuanto a la coordinación de información por su naturaleza fraccionada y dispersa en contraposición a las planificaciones de vidas y haciendas ajenas que no solo afectan derechos sino que, por una parte, generan pobreza para toda la comunidad pero de modo muy especial para los más necesitados y, por otra, concentran ignorancia con lo que se imposibilita la evaluación de proyectos, la contabilidad y el cálculo económico en general a través de la desarticulación de los precios como indicadores en la asignación de los siempre escasos recursos.
Las propuestas deficientes, contradictorias e inconvenientes en materia social desconocen el proceso por el cual las tasas de capitalización establecen los salarios e ingresos de toda sociedad y, para maximizar este resultado se torna indispensable contar con marcos institucionales respetuosos del derecho como la facultad de usar y disponer de lo propio siempre y cuando no se lesionen iguales derechos del prójimo. Esta es, en lo fundamental, la razón de ser de la diferencia entre un país próspero y uno pobre. En el primer caso se comprende que la riqueza no es un proceso de suma cero sino de creación y multiplicación de valor, mientras que en el segundo se toma la riqueza como algo estático e inamovible que hay que “redistribuir”.
Dijo el Cardenal Bergoglio en la referida alocución que “La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza tiene sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes de mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad de las personas y de los pueblos. En este contexto, reiteramos la convicción de que la pérdida del sentido de la justicia y la falta de respeto hacia los demás se han agudizado y nos han llevado a una situación de inequidad”. Más adelante subrayó la importancia de la “justicia social”, la “igualdad de oportunidades”, el daño de las “transferencias de capitales al extranjero”, que debe exigirse la “distribución de la riqueza”, señaló los perjuicios de las desigualdades patrimoniales y la necesidad de “evitar que el empleo de recursos financieros esté moldeado por la especulación”, todo en el contexto de que la “deuda social” -que a su juicio reviste carácter eminentemente “moral”- consiste en reformar “las estructuras económicas” en el sentido antes expresado.
El “neoliberalismo” constituye un invento con el que en la actualidad ningún intelectual de peso se identifica, es una etiqueta-entelequia que usan incautos y también los detractores de la sociedad abierta. En todo caso, se trata del liberalismo que significa el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros, tradición de pensamiento que se encuentra en permanente proceso de ebullición y en la que no hay popes y, por tanto, existen muy distintos matices y enfoques diversos pero todos pretenden apuntar a la consideración más acabada por las autonomías individuales de seres que son siempre únicos e irrepetibles.
En algunas circunstancias, injustamente se ha endosado el liberalismo a situaciones en las que se ha engrosado el Leviatán con más gastos que deben ser provistos con recursos crecientes detraídos de los miembros de la comunidad y endeudamientos que comprometen los patrimonios de futuras generaciones que ni siquiera han participado en la elección del gobernante que contrajo la deuda, en un marco de alarmante corrupción, el más palmario desconocimiento de la división de poderes y el traspaso de aberrantes monopolios estatales a desvergonzados monopolios y mercados cautivos privados fomentados por cazadores de privilegios mal llamados empresarios.
En el mercado abierto y competitivo, el cuadro de resultados, es decir, las ganancias y las pérdidas constituyen una brújula central y una guía fundamental para conocer quienes aciertan y quienes yerran en las preferencias de los consumidores (los primeros obtienen ganancias y los segundos incurren en quebrantos), a diferencia del sistema que permite que los pseudoempresarios hagan negocios en los despachos oficiales, en otros términos, los amigos del poder que operan a espaladas de los intereses de la gente. En cambio, en el mercado libre, el empresario, para mejorar su situación patrimonial, se ve forzado a servir a sus congéneres.
La llamada “justicia social” puede tener solamente dos acepciones: o se trata de una redundancia grosera puesto que no hay sentido de justicia entre los vegetales, los minerales y los animales o bien se trata de sacarles a unos sus pertenencias para entregarlas a otros lo cual contradice abiertamente la clásica definición de Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo”.
La igualdad de oportunidades es un concepto mutuamente excluyente con la igualdad ante la ley. No todos tienen iguales derechos si se aplica la igualdad de oportunidades. Si a una persona que juega mal al tennis se le pretendiera dar igualdad de oportunidades frente al profesional, habrá que obligar a este último a que juegue con el brazo que no usa para ese deporte con lo que se habrá conculcado su derecho. Muchas veces, los patrocinadores de la igualdad de oportunidades recurren a un paralelo con el deporte al afirmar que todos “deberían largar la carrera por la vida sin ventajas patrimoniales y que según el esfuerzo de cada cual serán los puestos que lograrán en la meta final” sin percibir que el razonamiento es autodestructivo puesto que si se es consistente con las premisas habrá que nivelar nuevamente en la próxima carrera con lo que pierde sentido el haberse esforzado por obtener los primeros puestos.
Las “transferencias de capital al extranjero” se deben a que las condiciones del país de origen no son atractivas lo cual se resuelve modificando los marcos institucionales para convertirlos en civilizados. En reiteradas ocasiones esto es obstaculizado cuando organismos como el devastador FMI financia gobiernos cuyas políticas son las responsables no solo de la fuga de capitales sino de la fuga de cerebros, situación que es neutralizada con las antedichas financiaciones que alientan a los gobernantes a continuar con medidas estatistas como los controles de precios y del mercado cambiario, reformas agrarias, restricciones al comercio exterior, políticas laborales de salarios mínimos que expulsan del mercado a los que más necesitan trabajar y los condenan al mercado negro para sobrevivir, inflaciones galopantes, regulaciones asfixiantes y todo tipo de absurdos que obstaculizan el florecimiento de la energía creativa.
La “distribución de la riqueza” por medio de los aparatos de la fuerza que llamamos gobierno operan en dirección opuesta a la asignación de recursos que ha decidido la gente en el plebiscito diario del supermercado y equivalentes al comprar o abstenerse de hacerlo con lo que se consume capital y, consecuentemente, se reducen salarios e ingresos en términos reales. Por su parte, las desigualdades patrimoniales son consecuencia del mismo fenómeno de preferencias que el consumidor establece con sus adquisiciones. La nivelación patrimonial produce dos resultados: quienes se encuentran bajo la línea de nivelación no producirán a la espera de ser distribuidos, distribución que nunca llegará, precisamente, porque el segundo resultado es que los que se encuentran sobre la línea de referencia tenderán a no producir si saben que se los expropiará por la diferencia.
Por último la condena a la “especulación” no resulta pertinente puesto que en toda acción humana hay especulación que significa que el sujeto actuante conjetura pasar de una situación que estima menos satisfactoria a una que le proporciona mayor satisfacción dada su estructura axiológica. Por ejemplo, el Cardenal Bergolio al pronunciar el discurso de marras está especulando con que contribuirá a aclarar ciertos puntos, del mismo modo, el que estas líneas escribe está especulando con que las reflexiones que quedan dichas muestren los inconvenientes que presentan las palabras del Cardenal. Todos los actos, sean sublimes o ruines especulan con obtener mejores resultados: el que se duerme (si no es un suicida) especula con amanecer con vida, el que comienza un viaje especula con llegar a destino, el que estudia especula con obtener el título respectivo y el que encara un negocio especula con obtener ganancias. La especulación pone en evidencia la importancia del interés personal. La importancia de cuidar la propia alma antes que nada. Por esto es que Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica consigna respecto al amor al prójimo que “por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo moldeado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo” (2da. 2da, q.xxvi, art.iii). Por otra parte, quien se odia a si mismo es incapaz de amar a otro puesto que el amor proporciona satisfacción personal.
Por todo ello es que cuando se emiten documentos y se pronuncian discursos es de interés recordar el texto de la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana que ha consignado el 30 de junio de 1977 que “De por sí, la teología es incapaz de deducir de sus principios específicos normas concretas de acción política; del mismo modo, el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica. Tal es el caso, por ejemplo, de una notable parte de los análisis inspirados por el marxismo y leninismo […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”
La “deuda social” en verdad significa patrocinar medidas que ayuden a nuestro prójimo a que cuente con un nivel de vida digno para lo cual se requiere un ámbito de libertad y respeto recíproco que es sistemáticamente destruido por los socialismos y fascismos cuyo principal enemigo es siempre el liberal. Para finalizar, además de los Mandamientos que subrayan la importancia de la propiedad privada (“no robar” y “no codiciar los bienes ajenos”), es de interés repasar algunos pasajes bíblicos. En Deuteronomio (viii-18) “acuérdate que Javeh tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza”. En 1 Timoteo (v-8) “si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. En Mateo (v-3) “bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” fustigando al que anteponga lo material al amor a Dios (amor a la Perfección), en otras palabras al que “no es rico a los ojos de Dios” (Lucas xii-21), lo cual aclara la Enciclopedia de la Biblia (con la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho bajo la supervisión del Arzobispo de Barcelona): “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “ la clara fórmula de Mateo -bienaventurados los pobres de espíritu- da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo vi, págs. 240/241). En Proverbios (11-18) “quien confía en su riqueza, ese caerá”. En Salmos (62-11) “a las riquezas, cuando aumenten, no apeguéis el corazón”. Este es también el sentido de la parábola del joven rico (Marcos x, 24-25) ya que “nadie puede servir a dos señores” (Mateo vi-24), en otros términos, no es conducente confundir el fin de la autoperfección con los medios. No hay condena a la riqueza sino a la alteración de prioridades en la vida que desvían y distraen de las metas que quedan desdibujadas. Por otra parte, si se pensara que la pobreza es una virtud habría que condenar la caridad ya que en ese caso disminuye el estado de pobreza del destinatario.
A lo que debería tenderse entonces es a que la gente que así lo prefiera salga de la pobreza, lo cual requiere el conocimiento de las ventajas que siempre han provisto los países que en mayor medida adoptan las fórmulas de la sociedad abierta en contraposición a los que insisten en seguir encorsetados por el Leviatán. La crisis moral de nuestra época consiste en el abandono de principios y valores que hicieron prósperos a los países y haber aceptado una y otra vez promesas populistas de imposible cumplimiento que están produciendo fisuras sociales de grandes proporciones. Para resolver un problema, lo primero que se requiere es un buen diagnóstico y, por cierto, abstenerse de dirigir los dardos a blancos equivocados.