Por Alvaro Vargas Llosa
Las críticas veladas del ex Presidente del Gobierno español, José María Aznar, a la gestión de su sucesor actualizan un viejo asunto: el papel de quien ejerció el poder.
Es mejor apelar a la poesía que a la ciencia política para abordar este asunto. Pienso sobre todo en "¡Ah de la vida!", el soneto de Quevedo: "Ayer se fue; mañana no ha llegado.../Soy un fue, y un será, y un es cansado".
Es un soneto sobre la vejez y la muerte. La condición de "ex" contiene algo de vejez y muerte: por eso es tan difícil serlo. Hace pocos años, presenté en Buenos Aires un libro de Aznar. Sentado junto a él, dije al auditorio que creía que en muchos sentidos ejercer de ex Presidente era un reto más difícil que ejercer el poder. Lo segundo tiene unos parámetros; lo otro es un lienzo en blanco.
¿Y qué puede haber de más humano que resistirse a morir en vida? No hay que extrañarse de que los que pasaron por el poder sigan haciendo cosas, y diciéndolas. Pero ¿cómo hacer para preservar la prestancia del antiguo cargo, seguir existiendo y por tanto actuando y comunicándose, y continuar batallando por aquello que definió la gestión de uno o que le hubiese gustado que la definiera? ¿Y cómo hacer todo eso sin interferir con la gestión del sucesor, o interfiriendo constructivamente?
No hay una fórmula. Me tocó observar de cerca el suplicio que fue para John Major tener encima a Margaret Thatcher. La personalidad de la Dama de Hierro y su peso político eran demasiado fardo para tan poco hombro. Pero había más: el Partido Conservador estaba dividido en torno a Europa y Thatcher era el referente del ala euroescéptica, de modo que era parte de esa lucha interna. Major no supo nunca cómo manejarla.
Obama, en cambio, encontró una solución para disipar la sombra de Bill Clinton, que hubiera podido ennegrecer a su primera Administración: fichar a su esposa. La razón aparente del nombramiento de Hillary fue abrazar de cerca, como en el boxeo, a una rival del partido. La otra razón, tan poderosa como aquella, era mediatizar a Bill. Lo logró.
Un caso interesante es el de George W. Bush, que ha optado por la invisibilidad. A diferencia de Dick Cheney, que ha sido un azote del actual mandatario, su ex jefe, Bush, a pesar del rencor acumulado por la dura oposición que le hizo en su día el Senador y candidato Obama, se ha recogido en un silencio sepulcral.
Colombia era el país que parecía haber establecido un patrón: los ex mandatarios eran figuras que estaban por encima del bien y del mal, a las que se consultaba en momentos de incertidumbre a condición de que no molestasen. Luego las cosas cambiaron por el narcotráfico, que obligó a investigar a uno de los ex Presidentes, y por el deterioro del bipartidismo tradicional de liberales y conservadores. El surgimiento de la figura políticamente rupturista de Álvaro Uribe prefiguraba ya una ex Presidencia alejada del patrón tradicional. Así ha sido: Ávaro Uribe es hoy para todo efecto práctico el líder de la oposición a Santos. Y Pastrana, acaso contagiado, empieza a actuar con más pugnacidad que la de otros ex Presidentes.
Francia, con toda su pompa republicana, no ha logrado una fórmula. De Gaulle vivió poco tiempo tras dejar el poder en 1969. Pompidou murió en el poder y Giscard d´Estaing trató de recobrar vigencia política pero el hecho de que el Presidente que lo había derrotado al intentar renovar mandato fuese el aplastante socialista Mittérand facilitó su eclipse en la derecha. Mittérand, como de Gaulle, murió poco después de dejar el poder. Chirac, acosado por juicios, fue un caso contrario al de Thatcher: en lugar de opacar a su sucesor en la derecha, fue opacado por el arrollador Sarkozy.
En España, no hay un caso como Aznar, un hombre con vigencia ideológica más que política y sin control directo de una corriente en el partido, pero con mucha capacidad de complicarle la vida al actual Presidente si siente que se aparta del legado. Se le parece en algo el caso de Felipe González en el lado socialista, sólo que la rivalidad de éste con Zapatero fue sorda y durante toda la primera etapa del último gobierno socialista la burbuja ayudó al nuevo jefe a ningunear sin pagar precio alguno al antiguo.
Seguiremos atentos.