Un gobierno, en sentido restringido, persigue administrar de la mejor manera posible los recursos disponibles para resolver demandas sociales mediante el diseño, ejecución y seguimiento de políticas públicas efectivas, que se correspondan con un plan particular que oriente sus acciones. Una revolución, por su parte, se plantea la creación de un "hombre nuevo", de una nueva cultura, que se constituya en el piso actitudinal-psicológico sobre el cual levantar un nuevo ordenamiento político y social de dominación.
Un gobierno parte de un ideal de sociedad, y alinea su actividad política a convencer a los ciudadanos de que tal ideal es el mejor para todos. Una revolución parte igualmente de un ideal de sociedad, pero busca imponerla por todos los medios aun en ausencia de consenso social sobre su conveniencia. En consecuencia, un gobierno supone el reconocimiento y aceptación de la pluralidad y heterogeneidad social. Una revolución, en cambio, necesita convertirse, para su viabilidad y permanencia, en un modelo hegemónico excluyente, que ignore y segregue a quienes no comparten sus creencias.
Los gobiernos buscan amoldarse a la gente para interpretar sus demandas, satisfacerlas, y a partir de allí intentar los cambios actitudinales que contribuyan a la construcción de la sociedad que la orientación ideológico-filosófica de la clase gobernante considera la mejor para el país. Las revoluciones (en sentido marxiano-leninista del término) requieren que la gente se amolde y someta a los parámetros de la clase hegemónica, y por ello es prioritario iniciar una "revolución cultural" que, idealmente, cambie a las personas y las haga aquiescentes al modelo dominante.
La política comunicacional oficial venezolana debe ser analizada a la luz de este deseo quimérico de lograr una revolución cultural que conduzca a la creación del "hombre nuevo". Dado este objetivo, el "Estado revolucionario" necesita convertirse en el único o, al menos, el más importante agente de socialización ciudadana, ya que lo que se persigue es "re-socializar" al ciudadano, esto es, dotarle de nuevos valores, actitudes, comportamientos y paradigmas cognitivos de sumisión para re-entender y re-comprender el mundo y la historia, en la línea de lo que él ha llamado "el socialismo del siglo XXI".
Desde este punto de vista, los medios de comunicación, quienes junto con la familia, la Iglesia, y el sistema escolar constituyen los otros agentes de socialización típicos en una sociedad moderna, puesto que también transmiten valores, actitudes, modelos de conducta y cogniciones, se convierten en obstáculos –e incluso hasta en enemigos- ya que "compiten" con el "Estado revolucionario" en la formación social y cultural de los ciudadanos. Una revolución –a diferencia de un gobierno- no puede permitir la proliferación de códigos culturales u orientaciones ético-sociales distintos a los propios.
Por ello es fundamental para la instauración y preservación del modelo de dominación hegemónico-excluyente la neutralización y control de actores sociales como los medios de comunicación, la familia, la Iglesia y el sistema escolar en sus diferentes niveles, desde el básico hasta el universitario. En la concepción hegemónica, nadie debe competir con el "Estado revolucionario" en la generación de creencias, actitudes, valores y cultura. Así las cosas, lo que debería constituirse como una necesaria y recomendable complementación entre distintos agentes de socialización, cada uno en su área específica de influencia y de contenido, para el objetivo común de "socializar" personas para la convivencia plural y su adaptación en una sociedad democrática, deviene en la Venezuela contemporánea en una confrontación inevitable, dada la incompatibilidad de los objetivos que se persiguen.
Para la actual oligarquía, la política comunicacional tiene que ser –por concepto y como consecuencia inherente a su propia naturaleza- hegemónica y excluyente. Pensando en su permanencia futura, no puede haber revolución en un ambiente de pluralidad comunicacional. O como decía el funcionario Izarra, "nuestro socialismo necesita una hegemonía comunicacional y todas las comunicaciones tienen que depender del Estado como bien público".