Por Gabriela Pousa
Recuerdo aquellas épocas donde los días previos a los comicios, una gran mayoría de argentinos se convertían raudamente en analistas políticos. Esa manía de tener siempre el dato preciso, la encuesta infalible, en definitiva de “tenerla clara”. A pocas culturas le gusta tanto jactarse de conocimientos improbables como a la nuestra.
Sin embargo hoy, a pocos días de las elecciones internas, el desconcierto reina en la ciudadanía junto a un peligroso desinterés y a un entendible descreimiento en la política. No es para menos y quizás, esa falta de confianza sea un síntoma de madurez que tanto hace falta.
Lo cierto es que el 30% de los votantes llegarán el próximo 11 de Agosto a las urnas creyendo que no cambiará nada. Para algunos esta creencia se podría justificar si se atiende el escenario actual de la Argentina donde se habla de una “década ganada” habiendo desnutrición y severos focos de tuberculosis y otras enfermedades ligadas a la pobreza más extrema. Pero, pese a ello, quienes más desconfían de la política, se encuentran en los sectores altos y medios.
Posiblemente, las clases más bajas ya no esperan nada, afianzadas en la política del cortoplacismo que apenas les faculta pensar en el hoy como mañana.
En este contexto, prima la hipótesis que en Agosto se ha de votar lo que en rigor se votará en Octubre, y el sentimiento que prevalece es el de la más absoluta desidia. Los spots de campaña no sólo no dicen nada sino que agreden con la hipocresía y la falacia. Las peroratas de candidatos en espacios televisivos son harto conocidas por los argentinos. Si acaso se transmitiera un programa grabado hace dos o más años poco o nada variaría.
En gran medida se ve un todos contra todos pero, la paradoja, es que ahora todos son lo mismo, o parecidos. Subidos a este teatro somos como Mersault, ese extranjero de Albert Camus viviendo una angustiosa situación que lo lleva a sentirse extraño en su propio medio, íntimamente ajeno al alcance moral de sus actos. La pregunta que debería hacerse apunta a desentrañar el por qué de este cuadro donde los colores se destiñen y el negro parece ganarle al blanco.
La respuesta es tan compleja de llevar a cabo como sencilla de ser formulada por cualquier ciudadano. La raíz de este mal que parece tornarse crónico se halla en una palabra que no debería pasar desapercibida y esa palabra es: impunidad.
¿Cómo creer si nunca hay culpable de los males? ¿Cómo apostar si nadie se hace cargo de los errores? Y esos errores además se traducen en vidas perdidas por el virus más feroz que está descomponiendo todo el organismo social: la corrupción.
En el año 2005, el entonces arzobispo de nuestro país, Jorge Mario Bergoglio sostenía que “toda corrupción crece y a la vez se expresa en una atmósfera de triunfalismo. El corrupto tiene cara de ‘yo no fui’ y ante cualquier crítica descalifica, se erige en juez de los demás“
En ese marco realiza la más “escandalosa” afirmación: “El pecado se perdona; la corrupción, sin embargo, no puede ser perdonada”. Ayer lo dijo Bergoglio, hoy lo dice el Papa…
Recientemente, Ángel García, presidente de Mensajeros de la Paz y Premio Príncipe de Asturias de la Concordia fue más allá: “La humanidad viene perdonando a los corruptos que han creado décadas infames en todo el orbe humano pero la corrupción en sí misma es un delito de lesa humanidad, equivalente a un genocidio, porque su daño es brutal, dramático, inaceptable… y lamentablemente irreversible, ya que nadie devuelve a nadie los destinos sacrificados para favorecer las avaricias y las angurrias de los escasos de alma”
Basta con recordar, por poner solo un ejemplo, a los muertos en Once para entender por qué no es exagerada la sentencia mencionada. La plata que está en los bienes de Ricardo Jaime, de Julio De Vido, de Lázaro Báez y de Cristina Fernández (la enumeración sería extensa por demás) son los frenos del Sarmiento, los algodones y gasas que faltan en hospitales, son las inundaciones de La Plata… Si ello no reviste gravedad para la sociedad en su conjunto, entonces el problema no es más la dirigencia sino quienes nos dejamos robar la vida por esta.
Hoy por hoy el Estado es un mero agente recaudador sin función social alguna. Se viene perdonando a los corruptos que han creado décadas infames. Puede ser un mal generalizado pero Argentina lamentablemente está a la cabeza por la simple razón que la gobierna la personificación de la corrupción.
Únicamente entendiendo eso, se explica la utilización ruin de un cáncer para hacer campaña proselitista. Jugar con la lástima debería tener un costo imposible de saldar de aquí a la eternidad. La actitud, en ese sentido, de Martín Insaurralde tira por la borda lo positivo que haya podido hacer en su gestión municipal.
Hay que votar conductas, ideas, pero sobre todo valores porque la crisis mayor en el país pasa por la inmoralidad y hasta tanto ese germen no se erradique, la salida es imposible. ¿Cómo restaurar una ética perdida? Condenando a aquel que actúa contra ella. En tanto la impunidad sea moneda corriente, y el tedio la actitud general, poco se puede esperar.
“Cuando un corrupto está en el ejercicio del poder, implicará siempre a otros en su propia corrupción, los rebajará a su medida y los hará cómplices. Y esto en un ambiente que se impone por sí mismo en su estilo de triunfo, ambiente triunfalista de pan y circo. El pecado y la tentación son contagiosos pero la corrupción es proselitista. No es un acto, sino un estado, estado personal y social, en el que uno se acostumbra a vivir. Los valores (o desvalores) de la corrupción son integrados en una verdadera cultura, con capacidad doctrinal, lenguaje propio, modo de proceder peculiar. Es una cultura de pigmeización por cuanto convoca prosélitos para abajarlos al nivel de la complicidad admitida. (…) Es una cultura de restar; se resta realidad en pro de la apariencia. La trascendencia se va haciendo cada vez más acá, es inmanencia casi, o a lo más una trascendencia de salón” Jorge Bergoglio en su escrito “Corrupción y Pecado”, año 2005
Poco o nada se puede agregar. Felices parecían ser aquellos tiempos en que la Argentina estaba en crisis por el mal manejo de la economía no más. En ese entonces, un cambio de ministros podía solucionar la conflictividad.
Hoy la crisis es otra y se aleja de ser un tema meramente ministerial para pasar a ser un asunto social donde cada uno de los habitantes debe tomar la decisión de ser las 24 horas de los 365 días del año, ciudadano.