Por Víctor Becerra
Sin ánimo de polemizar, yo no encuentro un mensaje “revolucionario” durante la visita del Papa Francisco a Brasil y que concluyó este domingo. Su mensaje de una iglesia para los pobres, que muchos ubican como el núcleo de “las graves palabras” del Papa, ya lo habían venido diciendo otros papas en el pasado. Desde San Pedro. Sin muchos resultados, por lo demás. Dicho propósito está inscrito en el marketing de la iglesia. Por ahora, a sólo cuatro meses de su elección, es demasiado pronto para evaluar la seriedad de su oferta. En todo caso, si su mensaje de una Iglesia pobre y para los pobres es o no “revolucionario” o “trascendente”, pronto lo dirá el peor ácido de todos: la realidad.
Lo que si encuentro (esto sí dicho con ánimo de polemizar) es una grave inconsecuencia del Papa Francisco. Una gran distancia y hasta inocultable contradicción entre sus palabras y sus acciones. Así, por ejemplo, mientras llamaba en Río de Janeiro a que los jóvenes denunciaran y combatieran la corrupción de políticos, él se reunió, sonriente, obsecuente, hace unas cuantas semanas con el cuestionable (por muchos motivos) Nicolás Maduro y hasta la bendición papal le dio. Mientras en Río llamaba a los jóvenes a “armar lío” y que la iglesia saliera de las parroquias, en contraste él se prestaba, igualmente sonriente y obsecuente, a tomarse la foto con el candidato oficial del kirchnerismo (quien viajó a Brasil con fondos públicos, junto con la lujosa comitiva de la presidenta Cristina Fernández) para las próximas elecciones primarias en el peronismo, sabiendo que el kirchnerismo le utilizará para arañar algunos votos que no logra conseguir con su pésima gestión de gobierno. Mientras el Papa Francisco hablaba una y otra vez de “una Iglesia pobre y para los pobres”, eso no le evitaba reunirse en Río con los poderosos de la región, sin un solo reclamo de sus labios, al contrario, aún sabiendo que su imagen se utilizará para promoverlo como cofrade ideológico de sus ideas y gobiernos.
Quizá el Papa deba mostrar ese espíritu ecuménico, de conciliación (pontífice significa “constructor de puentes”), máxime cuando actualmente todos quieren sentirse beneficiados por el efecto de la “Franciscomanía” y del poder que irradia el “Papa de la gente”, tras la gira por Brasil donde cada gesto del Papa fue planeado mercadotécnicamente para crear la idea de un líder cercano, popular. Pero nunca debe olvidarse, como dice el teólogo romano Robert Dodaro, que “un gesto simple no es un simple gesto cuando es el gesto del Papa”. Al respecto, recordemos que los teólogos católicos tratan cada palabra y cada acto del Papa como magisteriales, como parte de sus enseñanzas, las cuales tienen un carácter vinculante con toda la iglesia. Extraña por tanto la actitud del Papa Francisco de desvalorizar sus palabras con sus gestos. O sus gestos con sus palabras. O ambos a la vez.
Pero quizá, sólo quizá, la cercanía del Papa Francisco con personalidades como Nicolás Maduro, Cristina Fernández (olvidadas ya las afrentas pasadas) y otras, vaya más allá de una hábil estrategia de conciliación. Quizá esté en las propias ideas del Papa, que creció y vivió en el ambiente del peronismo más recalcitrante. Al respecto, recordemos tan sólo que el entonces cardenal Jorge Bergoglio fue uno de los principales autores de un documento clave, el de la Declaratoria final de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en 2007, el cual marca la ruta de la iglesia de la región y le ayudó a Bergoglio a despuntar como creíble papable. En dicho documento, sus autores condenan “la avaricia del mercado” y defienden cosas tales como la primacía de las prerrogativas comunitarias sobre los derechos individuales, y una “justa” regulación de la economía. La lectura del documento es aleccionadora sobre el real pensamiento del actual Papa (si es verdad que es de su autoría), ya que él se lamenta la pérdida del rol “tradicional” de hombres y mujeres (pág. 60), en un mismo párrafo se vincula a drogadictos con enfermos del VIH (pág. 65), se conduele de todos los “marginados” de la tierra, menos de los gays, que para el documento no existen ni son marginados, y se demoniza a los Tratados de Libre de Comercio suscritos (pág. 66), que hasta ahora han sido mejores instrumentos de prosperidad e inclusión social que las palabras de la Biblia. Llama la atención que en el extensísimo documento (315 páginas), el “neopopulismo” sólo se nombre, de pasada, en uno solo (pág. 69) de los 554 párrafos de la Declaratoria final. O que en todo el documento nunca se reconozcan los problemas de descrédito de la iglesia. Tal vez por ello, el impensable apoyo que ahora recibe de personajes como Leonardo Boff.
Anticipándome a las posibles recriminaciones por haber escrito esto, creo que es bueno conocer el entorno de las ideas del Papa Francisco, leyendolas más allá de sus connotaciones religiosas, y cómo encarnan en vinculaciones personales y realidades políticas. Así, ya sabemos en adelante quiénes son sus compañeros de ruta. Y a dónde quieren dirigirnos.