Por Juan David Escobar Valencia
El Colombiano, Medellín
"La
palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices".
Albert Einstein.
La semana anterior, mi hermana y su esposo fueron bendecidos con un niño que
esperaban adoptar luego de casi tres años de una espera que a veces parecía un
interminable tobogán de sentimientos oscilantes de subidas y bajadas, unas
veces de esperanza y euforia y otras de tristeza y desaliento.
Sigo
sin entender cómo es que miles de niños que esperan ser adoptados estén sumando
días de sus vidas sin padres por un desafortunado y absurdo experimento legal
que pretende buscar a la parentela del niño, así demore años en un intento
muchas veces inútil, en vez de entregarlos, con todas las precauciones
requeridas pero lo más pronto posible, a personas que ya tomaron la decisión de
dar su corazón a una criatura que solo cometió el delito de venir al mundo.
Quiero creer que la hipótesis de la "familia extendida", que
privilegia a la consanguinidad en vez del amor incondicional para dar en
adopción a un niño, tenía buenas intenciones, pero como el camino al infierno
está pavimentado de buenas intenciones, hasta con las buenas intenciones hay
que ser cauteloso y, sobre todo, tener sentido común.
Pero hoy, además de celebrar con ustedes esta maravillosa noticia para mi
familia y para el angelito que ahora la completa, quiero aprovechar el
privilegio que tengo de tener este espacio para agradecer, y sobre todo
destacar, la maravillosa tarea que hace "La Casita de Nicolás",
porque esfuerzos como estos son señales, tan poco visibles en nuestros días por
culpa de la idea cada vez más común de que solo son noticias la maldad y las
desgracias, de que la bondad y el amor, sufren pero al final vencen.
El angelito que por estos días corre por mi casa hasta que emprenda su viaje al viejo continente, suda dulzura y paz. No dejo de sorprenderme cómo un niño que podría ser una criatura amargada y resentida por como el mundo lo trató apenas acababa de llegar a donde él no había decidido ni pedido llegar, pueda ser tan amoroso y feliz, y la única arma que desenfunda es una sonrisa que explota en la cara de todos, haciéndonos sentir jóvenes y bendecidos.
La única explicación de este milagro, además del poder del Jefe Supremo, es el cariño, empeño, paciencia, profesionalismo, ilusión, esperanza, esfuerzo, dedicación y amor que brindan en La Casita de Nicolás, que más bien parece un semillero de ángeles.
Seguramente
hay más de estos semilleros de angelitos regados por el país, con tantas
limitaciones que deberían avergonzarnos como sociedad, pero sus limitaciones
son superadas por el deseo de hacer el bien y darles a estos niños la
oportunidad de tener otra oportunidad.
Hay muchas causas nobles que apoyar, todas bondadosas y que se merecen más de
nosotros, pero sí este año piensan hacer un regalo en Navidad a sus hijos,
piensen que apoyar a otros niños para que puedan tener padres, será el mejor
regalo para sus propios niños, pues ello será la garantía que los de ustedes van
a crecer en una Colombia mejor.