Por Juan Diego Borbor
Instituto Ecuatoriano de Economía Política - IEEP, Guayaquil
A través de la historia muchos grupos sociales han sido discriminados y explotados, una y otra vez, por motivos de opinión, creencias, género, origen e incluso cosas tan triviales como el color de la piel o contextura física. A estos grupos se los suele conocer como minorías, ya que en el momento de su discriminación, formaban parte de un grupo específico al que la sociedad—una mayoría—atribuía sus desgracias y problemas, optando por atrocidades que no vale repetir en este momento. Esto es, por supuesto, un gravísimo error producto de la irracionalidad y el fanatismo de otras épocas, pero, como lo expuso Ayn Rand hace más de 50 años, aún hoy existe una minoría que siempre ha sido explotada sistemáticamente, a nivel mundial y de forma pública: los empresarios.
Es muy común, y hasta se suele obviar, el pensamiento de que los grandes empresarios son hombres sin moral: seres que, hambrientos de poder, buscan quitarte el dinero. Todo esto, claro, explotando a sus trabajadores y empleados. En los Estados Unidos (nótese, "el país de los empresarios"), más o menos por los años '50 (aún hoy), se igualaba a los empresarios con animales que por sus competencias salvajes estaban dispuestos a sacrificar a quien se entrometiera. La condena no sólo fue moral, sino política. Cuando uno analiza las leyes que regulan la actividad económica, la mayoría son tan sólo sanciones por la capacidad de ser eficientes y bajar precios, por lograr vencer a la competencia, e incluso se obliga a ciertas empresas que hayan crecido a ceder instalaciones y financiar a competidores. Esencialmente, son castigos por trabajar y salir adelante. Los empresarios son una minoría acorralada, cuya actividad cada vez se restringe más con el propósito de no darle oportunidad a su creatividad para remplazar al hombre con un robot, sin sentimientos, razón o deseos, obligados a producir como simple maquinaria.
Debe recordarse qué son realmente los empresarios: productores. Un productor es un hombre que aplicando la pura inteligencia y la libertad de su acción trae a la existencia bienes y servicios que, de otra manera, no hubieran existido. Es imperativo recordar que no es que toman las cosas existentes, no es un proceso sencillo. El empresario, el productor, crea: es un hombre de mente; de ideas que se vuelven físicas. Son la prueba de que la teoría es la práctica. Gracias a ellos podemos encontrar todo lo que necesitamos comer en un mismo lugar como los supermercados; gracias a ellos podemos prender la computadora, el celular y, en literalmente segundos, encontrar información que antes hubiera tomado décadas de investigación. Es decir, los empresarios crean riqueza, crean todo lo que como seres humanos necesitamos y activamente utilizamos.
Lamentablemente, la condición en la cual el ser empresarial se desarrolla y llega a su máxima expresión está siendo erradicada en muchos lugares del mundo: la libertad. Un empresario debe ser flexible, creativo, capaz de tomar las decisiones correctas en el momento correcto. Necesita planear, conversar y cerrar tratos; necesita de la libertad de perseguir sus propios fines y, como condición de supervivencia, tener el derecho sobre el producto de su propio esfuerzo. Recordemos, también, que a diferencia de los políticos, los empresarios no nos obligan a adquirir sus productos con amenazas de violencia y cárcel, meramente nos piden valores—los políticos se relacionan con poder y fuerza, los productores con valores y voluntad. El productor intercambia el producto de su mente, de su tremendo esfuerzo mental y físico, por el producto de nuestra mente. En la medida en que trabajamos recibimos dinero a cambio de nuestro esfuerzo, y este es a la vez intercambiado por el esfuerzo ajeno que consideremos valioso. En un mercado capitalista, en el que la actividad económica no se encuentra regulada por el gobierno, el dinero funciona como un medidor de méritos, donde este fluye es donde se están produciendo cosas que son valiosas para los miembros de la sociedad.
Debemos tomar conciencia de la importancia que el hombre creativo, el productor, tiene para la sociedad y valoremos sus aportaciones comprando—votando—a favor del que nos satisfaga más. Nada es más justo que recibir lo ganado. Una relación de completa voluntad, intercambiando valor por valor, en donde los dos lados ganan y ninguno jamás podrá perder. Recuérdese que en la medida en que seamos libres, no tenemos por qué comerciar con alguien que nos signifique pérdidas o quien nos cobra un precio que consideremos injusto: un intercambio libre es uno en dónde ambos lados vean ganancias, ya sea en forma de dinero o producto. Por otro lado, en las economías actuales, el comercio se sujeta a reglas arbitrarias, se conceden favores a ciertas empresas por sobre otras y el precio justo es aquel que definen los gobernantes, que de alguna manera—quién sabrá cómo—se han vuelto omniscientes y conocen las necesidades y deseos de millones y millones de personas. Dejemos de condonar la criminal acción gubernamental que pone sobre los hombros de los empresarios el peso del desarrollo, al mismo tiempo que los golpea con un látigo. Quienes crean que la esclavitud ha sido erradicada, miren de nuevo.
Referencias:
Rand, A. (1967). Capitalism: The Unknown Ideal. New York: Signet.
Rand, A. (2004). La rebelión de Atlas. Buenos Aires: Grito Sagrado.
El autor es estudiante de Ciencias Políticas de la
Universidad Casa Grande y pasante del IEEP.