Por Carlos Berro Madero
La escuela de economía de Viena, Austria, centró invariablemente la atención de sus estudios académicos en las MOTIVACIONES DEL INDIVIDUO, que es quien actúa en el mundo real de acuerdo con sus propias valoraciones personales.
La contribución de esta línea de pensamiento nacida en 1871 con los trabajos de Carl Menger y Eugen Böhm-Bawerk – y cuyo representante más ilustre fue quizá Ludwig Von Mises-, fue una ayuda invalorable para que quienes no somos economistas prestáramos debida atención a las cuestiones de preferencias y valores.
Los vieneses decían que ninguna actividad productiva podía conferir valor por sí misma a bienes y servicios, sino que eran las APRECIACIONES SUBJETIVAS DEL CONSUMIDOR las que denotaban su apetencia por adquirir determinados productos, a un precio que juzgaban atractivo y/o razonable.
Los rudimentarios K (como muchos otros gobiernos peronistas), han pretendido vender estos años la idea de que las regulaciones logran “torcer” dichas preferencias, por lo que se dedicaron a restringir ciertas demandas específicas temporalmente, con el supuesto objetivo de favorecer una mejor “distribución” de los ingresos.
Como siempre, se han dado de narices contra la pared, porque comprobaron que, tarde o temprano, el consumidor encuentra una brecha para “salirse con la suya”: el mercado negro, las triangulaciones operativas, etc. creando una distorsión trágica de las “variables” del sistema económico.
No se ha podido desmentir jamás que cuanto mayor es la oferta de un producto y menores las restricciones para su adquisición al estimular el espíritu de competencia, es el mercado REGIDO POR LA DECISIÓN DE MILES Y MILES DE CONSUMIDORES el que decide qué hacer al respecto y, normalmente, el precio del mismo se acomoda a estas circunstancias.
Además, en otro aspecto tampoco considerado por los burócratas de turno, bienes y servicios adquieren mayor o menor valor cuando dependen de un consumo inmediato, por lo que suele decirse que “más vale un toma, que dos te daré”.
El propósito de estas reflexiones no es usurpar el conocimiento que poseen los expertos en la materia que han estudiado esto con mucha mayor precisión. Sin embargo, queremos resaltar aquí la característica fundamental de esta línea de pensamiento que está llena de sentido común al partir de una observación minuciosa de la conducta del individuo común y corriente.
“Voy pues, a la advertencia de que el actual interés por la técnica NO GARANTIZA NADA, y menos que nada el progreso mismo o la perduración de dicha técnica” sostenía Ortega y Gasset.
Y más aún, Balzac hablaba de las decisiones de una “gran familia continental” donde todos los esfuerzos tienden espontáneamente a un “misterio de civilización libre”.
Ninguno de los mencionados autores fue economista y sin embargo coincidían subliminalmente en su tiempo con las características y comportamientos denotados por la escuela de Viena: una cuestión emergente de la conducta de millones de individuos viviendo en sociedad; y a su naturaleza, si se quiere psicológica, totalmente alejada de las manipulaciones de cualquier artilugio de un gobierno.
Cuando vemos avanzar a quienes se consideran a sí mismos como “doctrinarios posmodernos” (Kicilloff y su “troupe” podrían ser un buen prototipo), siempre temblamos porque sabemos en qué terminan sus propuestas: amordazar de alguna manera la voluntad libre de los ciudadanos para evitar que éstos puedan ejercitar sus preferencias.
El paso siguiente de este esfuerzo inútil, es un fracaso absoluto.
Y que se entienda bien. No estamos planteando una cuestión de liberalismo o estatismo, sino de sentido común.
Por eso, años de restricciones han puesto al tope de las demandas en nuestro país al dólar estadounidense, un producto muy poco sofisticado y al que cualquiera puede acceder con pequeñas cantidades de moneda nacional.
Su permanencia al tope del ranking de consumo “popular”, refleja la PREFERENCIA de individuos que quizá no saben quién fue Menger, pero entienden muy bien qué conviene hacer en orden a sus propios intereses personales frente a la inflación, el desempleo y la injusticia social, provenientes de las políticas erráticas del gobierno.