Por Gina Montaner
Sólo los franceses tienen el savoir faire necesario para presentarse nada menos que ante el Papa con un escándalo de faldas que eclipsa hasta el más monumental de los conflictos políticos.
Así compareció el presidente François Hollande ante Bergoglio en una audiencia en el Vaticano en la que estaba previsto que hablaran sobre la guerra en Siria, el cambio climático y el descontento de los católicos en Francia por la legalización del matrimonio homosexual en la nación gala.
No obstante, es posible que el Papa Francisco, en su ya habitual tono informal, haya invitado a Hollande a improvisar una confesión tête-a-tête sobre sus infidelidades. Este Papa, que es tolerante y comprensivo, con gusto le daría consejos para apagar la atención mediática que ha suscitado la noticia de que el mandatario tiene como amante a la actriz Julie Gayet mientras que en el Palacio del Elíseo vive su compañera sentimental, la periodista Valérie Trierweiler. Fueron los avezados paparazzi quienes publicaron las fotos del infiel saliendo del nido de amor clandestino en una calle de París con el rostro oculto bajo un casco de motocicleta. Al parecer solía pasar muchas noches lejos de la residencia oficial y se trasladaba en moto con un solo escolta, desafiando todas las medidas de seguridad de un jefe de Estado.
Es evidente que Hollande vive el amour fou y, a pesar de su físico anodino, puede presumir de haber tenido romances con mujeres bandera. La primera pareja del presidente, la también política socialista Solange Royale, con la que tuvo cuatro hijos sin pasar por la vicaría, es muy guapa. Lo mismo puede decirse de las protagonistas del triángulo amoroso que tiene más interesado a los franceses en el culebrón que en los asuntos de Estado. Fascinación, por otra parte más que justificada, porque el melodrama presidencial es digno de una farsa de Moliére. Cuando estalló el escándalo de las fotos incriminatorias Trierweiler acabó en el hospital presa de un ataque de nervios, el adúltero hizo mutis por el foro con la excusa de un viaje oficial y la que visitó a la engañada fue la primera ex. En cuanto a Gayet, ese oscuro objeto del deseo de Hollande, se mantenía en un discreto segundo plano mientras aumentaba el revuelo nacional.
¿Será que han cambiado poco las intrigas palaciegas a pesar de que ya no hay corte ni reyes? Lo cierto es que Trieweiler, como una María Antonieta que anticipa su decapitación sentimental, se ha refugiado en los jardines de Versalles para meditar y recomponer su corazón tras la ruptura con el donjuanesco Hollande, a quien le han venido como anillo al dedo sus viajes al extranjero.
Hay adúlteros que dicen, “Cariño, voy a comprar cigarrillos” antes de huir para siempre. Otros, los menos, tienen como coartada una inaplazable audiencia con el Papa. Y así ha sido cómo Bergoglio se ha reunido con el pecador que ha revolucionado más a Francia que el desembarco de Sarkozy junto a la bella modelo Carla Bruni, matrimonio que comparte a mucha honra un amplio historial de amores.
Para la mayoría de los franceses el affaire de Hollande es más puro entretenimiento que un escándalo con moraleja. Este es el país de Jules y Jim enamorados hasta las cachas de la irresistible Jeanne Moreau y dispuestos a compartirla antes que, como la canción de Pablo y Silvio, vaciar sus vidas. Además, el actual presidente no es el primero en tener amoríos. Giscard d’Estaing sufrió un aparatoso accidente de tráfico junto a una amiga especial y Mitterrand tenía otra familia y otro hogar a poca distancia del Elíseo por aquello de la comodidad. Nadie reclamó ruedas de prensa con golpes de pecho y cada cual siguió con su licenciosa vida.
Seguramente el Papa Francisco perdonó a Hollande y lo mandó a rezar unos Padrenuestros. Otra cosa es que el pecador se haya arrepentido en la República de la Liberté, Igualité, Infidelité.
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