(Artículo publicado originalmente el 24 de febrero de 2012)
Como es del dominio público acaba de ocurrir una tragedia en la línea del Ferrocarril Sarmiento, en el barrio porteño del Once. Cincuenta muertos y cientos de heridos en una de los peores dramas ocurridas en los anales del transporte argentino. Las explicaciones de quienes colaboraron en el rescate de las víctimas ponen de manifiesto el espanto de la situación, lo cual incluye la imperiosa necesidad de utilizar aceite y vaselina para desenganchar a personas aprisionadas entre el material del tren en cuestión.
En momentos en que escribo estas líneas hay varias investigaciones en curso, pero lo que ha transcendido es que buena parte de las vías por las que se desplaza el Sarmiento datan de 1930 y muchos de los durmientes estás despedazados. Algunos de los vagones fueron adquiridos hace sesenta años. Según lo que se ha filtrado desde la sala de terapia intensiva donde se encuentra internado el conductor, hubo una falla en los frenos a pesar de que ese supuesto desperfecto no se puso de relieve en las paradas anteriores. Ha quedado registrado que la máquina, al aproximarse a la estación de Once, redujo la velocidad a veinte kilómetros por hora que es en la que se produjo el impacto, pero al haber varios vagones tuvo lugar el efecto acordeón que aumenta la fuerza del choque debido a los golpes en cadena que cual latigazos destrozaron vagones.
La cantidad de víctimas fatales y accidentados se multiplicó como consecuencia de que, hacia el final del trayecto, muchos de los pasajeros se adelantaron al primer vagón a los efectos de bajarse en las inmediaciones de sus combinaciones con otros medios de locomoción. Además, de acuerdo a referencias periodísticas, la formación transportaba más cantidad de pasajeros de lo que es prudente para ese tipo de trenes.
El actual secretario de transporte convocó a una “conferencia de prensa” en la que no permitió que los periodistas presentes formularan preguntas. Dejando de lado que sus palabras no agregaron nada a lo ya sabido, es una falta de respeto superlativa el tratar a periodistas como simples receptáculos de un megáfono. El secretario de transporte inmediatamente anterior tuvo que renunciar en medio de múltiples escándalos de corrupción, y ahora sale a la luz que participó en la compra de varios vagones de tren en España los que resultaron absolutamente inservibles.
En estos instantes, a través de varios medios de comunicación aparecen tilingos que, como si hubieran descubierto la piedra filosofal, proponen estatizar los ferrocarriles en vista de este tremendo accidente. Pero lo que estos voceros aparentan no conocer es que concretamente esta línea Sarmiento ya es estatal y solo constituye una burda cosmética el estar registrada a nombre de una sociedad particular. Esto es así puesto que los ingresos operativos que comprenden el rubro de pasajes significa solamente el doce por ciento de los ingresos totales percibidos por todo concepto: la colosal diferencia la aporta el fisco vía subsidios, esto es, la financian los contribuyentes.
Es un fenómeno parecido al que tuvo lugar durante el menemato. Antes de asumir Menem los ferrocarriles estatales en su conjunto arrojaban una pérdida de trecientos sesenta y cinco millones de dólares, es decir, un millón por día. Luego se “privatizaron” y, oh sorpresa! el subsidio estatal era de trescientos sesenta y cinco millones de dólares anuales. Resultó en un buen procedimiento para que la gente odiara las privatizaciones, lo único que estas no eran tales sino procedimientos archiconocidos del fascismo que prefiere asignar propiedades a particulares y manejar el aparato estatal el flujo de fondos (más sincero es el comunismo que estatiza directamente sin tapujos). Una de las razones para proceder a las privatizaciones simuladas es que da lugar a mayores tramoyas y negociados y la otra es que cualquier problema pude endosarse “al sector privado” como es hoy el caso en el accidente de marras donde el actual gobierno se constituye en querellante frente a la empresa, como si no tuviera responsabilidad en el deterioro del material ferroviario destinando los fondos a otros menesteres.
No se trata de insinuar que una empresa privada no pueda tener accidentes, muy lejos de ello. De lo que se trata es de señalar que si la empresa se politiza los incentivos para mejorar resultan bastardeados ya que son otros los que pagan los platos rotos, sin embargo, la empresa privada, en la medida en que no presta buenos servicios es desplazada del mercado. Hasta la forma en que se toma café y se encienden la luces resulta completamente diferente en un organismo estatal respecto de lo que ocurre en una empresa privada. Por otra parte, la misma constitución de lo que se denomina una “empresa estatal” significa despilfarro puesto que los siempre escasos factores productivos se canalizarán en una dirección distinta de la que hubiera decidido la gente si se les hubiera permitido hacer uso del fruto de su trabajo. En resumen, no parece adecuado el momento de esta fenomenal tragedia para hacer propaganda y apuntar a que el Leviatán irrumpa con más fuerza de lo que ya lo viene haciendo.