Por David Feith
Jeff Bezos de Amazon no lo ha hecho. Tampoco Fred Smith ni Scott Davis, los mandamases de FedEx y UPS, respectivamente. En realidad, ningún presidente ejecutivo en Estados Unidos ha logrado persuadir a Washington de que relaje la soga que tiene alrededor del uso de aeronaves comerciales no tripuladas en los cielos del país. Este mes, sin embargo, un austriaco de 29 años residente de Hong Kong rompió el monopolio que el gobierno federal tiene sobre los drones en Estados Unidos, al ganar un caso ante un tribunal, lo cual puede despejar el camino para que estas aeronaves repartan paquetes a domicilio.
Tanto internamente como en el exterior, el gobierno estadounidense ha sido el pionero en el uso de drones con fines militares, de inteligencia o vigilancia. Pero mientras otros países han utilizado estas naves no tripuladas (usualmente más pequeños, simples y baratas) para toda clase de fines, desde la entrega a domicilio de paquetes, hasta cinematografía, minería y agricultura, EE.UU. ha bloqueado su uso por parte de entidades privadas. Al menos hasta la victoria de Raphael Pirker en un tribunal federal el 6 de marzo.
El recorrido de Pirker por la Justicia empezó de forma inocente cuando se interesó en el pequeño pero intenso mundo de los aficionados que usan drones controlados por radio para grabar videos con vistas aéreas espectaculares de lugares emblemáticos del planeta. A fines de 2010, voló un pequeño dron alrededor de la corona de la Estatua de la Libertad. El video causó sensación en Internet y Pirker se dio cuenta de que podría convertir su pasatiempo en un negocio.
Pero los problemas no demoraron en llegar. En 2011 la Administración Federal de Aviación de EE.UU. (FAA, por sus siglas en inglés) lo multó con US$10.000, un monto sin precedentes, luego de que usó la aeronave no tripulada para grabar un video promocional del campus de la Universidad de Virginia. La FAA lo acusó de haber operado el aparato sin una licencia y haber volado de forma negligente cerca de edificios, autos en un túnel y peatones.
En su defensa, Pirker señaló que su dron —un modelo de espuma de poliestireno de poco más de dos kilos— no provocó daños ni heridos. De forma más significativa, argumentó que el gobierno estadounidense estaba actuando de forma ilegal, al prohibir el uso comercial de drones con base únicamente en lineamientos de aeromodelismo de 1981 que eran explícitamente voluntarios y nunca tuvieron la fuerza de la ley.
Hace unas tres semanas, Patrick Geraghty, un juez de derecho administrativo de la Junta Nacional de Seguridad del Transporte de EE.UU. (NTBS, por sus siglas en inglés) estuvo de acuerdo en forma enfática. "No había ninguna regla de la FAA que se pudiera aplicar" concerniente a la aeronave de Pirker, escribió el juez, y la insistencia del gobierno de que la FAA tiene autoridad sobre todo lo que se mueve por el aire, incluyendo "un avión de papel…" equivale a un "argumento risible". El juez desestimó la multa y, con ello, la prohibición federal para los drones comerciales.
"Fue bastante sorprendente ver el fallo tan favorable a nuestro argumento", confiesa Pirker. Durante años, la FAA ha implementado su política de forma desigual, ignorando algunos usos recreacionales y comerciales y, a la vez enviando cartas de suspensión de vuelos a varias empresas e insistiendo públicamente que, como lo dice en su sitio web, "no hay áreas grises en las regulaciones de la FAA. Cualquiera que quiera volar una aeronave, tripulada o no tripulada, en el espacio aéreo estadounidense necesita algún nivel de aprobación de la FAA".
La multa de Pirker, impuesta en medio de una creciente controversia pública sobre la seguridad y las implicaciones de privacidad de los drones, era el disparo más prominente del gobierno estadounidense pero le salió el tiro por la culata.
Ahora, el campo está abierto para los vuelos privados de drones, al menos hasta que las autoridades emitan estándares vinculantes. Grupos del sector dicen que están en juego unos 100.000 empleos estadounidenses y US$80.000 millones en negocios durante la próxima década, pero Pirker no es optimista. La actual "hoja de ruta" de la FAA, señala, visualiza un sistema de licencias para operadores de drones a control remoto tan estricto como el de los pilotos de aviones privados de pasajeros.
"Lo cual es una mier…", dice, dando muestra de la estridencia que ha llevado a algunos a llamarlo un "anarquista aéreo". Pero esa definición tampoco es apta. "Uno puede claramente entender el punto de vista de la FAA de querer regular esto", dice, y resulta que Pirker apoya medidas para limitar el riesgo mientras no asfixie el desarrollo de una nueva industria.
"Estoy en contra de las prohibiciones totales", afirma, pero las restricciones de peso e incluso zonas vetadas son harina de otro costal. "La cantidad de daño que puede hacer una persona a una propiedad crece exponencialmente con el peso", señala, así que tiene sentido distinguir entre los drones de dos kilos y los de 25 kilos, algo que no hizo la prohibición general de la FAA. Y puesto que volar en algunas áreas implica claramente un mayor riesgo, Pirker no se opondría a que un operador de aviones no tripulados tenga que pedir permiso antes de, digamos, volar a través de un túnel, como lo hizo su dron sin permiso en Virginia.
"Incluso, esperaría algún tipo de certificación para los pilotos", añade. "Porque la mayoría de las situaciones realmente peligrosas provienen de personas que no saben lo que están haciendo". Pero aplicar los estándares que se usan para los pilotos de aviones sería absurdo, resalta. Y en cuanto a la autoridad de licencias, el austriaco prefiere que sea el gobierno y no una organización privada que pueda "explotar" el poder. Es decir, Pirker no es ningún anarquista.
Pirker elogia a Francia y Australia por regular de forma inteligente sus mercados de drones con estos principios. "No podría volar un helicóptero de 22 kilos alrededor de la Torre Eiffel", dice, "pero está bien hacerlo con uno de dos kilos".
En cuanto a las preocupaciones de espionaje, Pirker dice que "las leyes de privacidad ya están muy bien definidas" y que la invasión ilegal de la privacidad no está "realmente ligada a una tecnología per se".
La entrevista se llevó a cabo en un edificio en el vecindario Kwun Tong, de Hong Kong, donde está la nueva sede de su empresa, TBS Avionics, la cual fabrica drones pequeños para compradores alrededor del mundo.
"Cuadricópteros", para ser precisos: aves de metal de unos 1,5 kilos, de forma cuadrada y de más de 60 centímetros de diámetro, con dos cámaras, una que captura imágenes en alta definición y otra que muestra el camino para el piloto que está en tierra. Todo funciona gracias a cuatro hélices, algunos sensores de GPS y un conjunto de alta tecnología que está bajo la cubierta.
El sitio web de TBS Avionics presume de ventas a 79 países. Clientes en el Congo y Sudáfrica usan los drones para patrullar y detectar la presencia de cazadores ilegales, y en Nepal para monitorear el ganado, dice Pirker. Un equipo de socorristas suizo añadió lentes infrarrojos en sus drones para identificar puntos donde podrían producirse incendios forestales antes de que empiecen las llamas.
Si de Piker dependiera, los drones pronto serían usados para labores cotidianas. Reconoce que hay obstáculos prácticos en zonas densamente pobladas. La excepción, imagina, es Dubai, donde el gobierno quiere empezar en un año la entrega de placas de autos y pasaportes a través de aeronaves no tripuladas. Los drones pequeños, dice, necesitarían espacios dedicados para su aterrizaje.
Cuando Amazon anunció en diciembre con bombos y platillos que estaba trabajando para hacer entregas a domicilio por drones, el mayor beneficio, señala Pirker, "es que hizo que la gente viera que estas aeronaves no sólo son usadas para espiar o bombardear personas… Esto le da una perspectiva más económica a todo el asunto ante el público en general".
—Feith es un redactor editorial de The Wall Street Journal con sede en Hong Kong