Por Luis Christian Rivas Salazar
Bolivia durante su vida republicana, ha tenido más golpes de Estado y dictadores militares que cualquier país latinoamericano, aspecto que ubicó a Bolivia entre los países más pobres, retrasados, inseguros e inviables del mundo. Desde 1839 el promedio de duración de los presidentes era casi de un año.
En abril de 1952, Víctor Paz Estenssoro nacionalizó las empresas mineras de estaño, inició una reforma agraria por la que se cedieron algunas tierras a los indígenas y estableció el sufragio universal al conceder el derecho al voto a la población analfabeta.
A partir de entonces y hasta 1985, Bolivia vivió el estatismo que en 1982, se convirtió en un populismo económico irresponsable que llevo al presidente Siles Zuazo a imprimir moneda frenéticamente para costear todas las demandas y satisfacer a todo el mundo. El resultado de ese populismo estatal se tradujo en un 50.000 por ciento de hiperinflación, con lo que el aparato productivo se desintegró consiguiendo que los pobres se vuelvan miserables. Según los socialistas, la responsabilidad fue del imperialismo.
El que habría sido nacionalista económico Paz Estenssoro, en 1985 consiguió por tercera vez ser presidente de la República. Este presidente dotado esta vez de experiencia y lucidez, encontró la senda de la prosperidad: el liberalismo económico. Este estadista cuyo prestigio en el poder de persuasión habría logrado que sus reformas se efectúen en democracia, recibiendo el respaldo mayoritario de un pueblo agotado por el hambre y la demagogia populista. Los bolivianos asumieron con valentía y estoicismo los cambios económicos, ya que se frenó la inflación, se liquidaron pesadas empresas públicas ineficientes, fuentes del déficit fiscal, se puso orden en las finanzas públicas, este ex docente de economía saneó la moneda, abrió las fronteras al comercio internacional, la libertad de comercio, la libre oferta y demanda, y la fijación de los precios por el mercado estaban asegurados por el Decreto 21060; del mismo modo, llegó a un acuerdo con los organismos internacionales para que dejen de ver a Bolivia como “no elegible”.
A partir de entonces Bolivia vivió un periodo de estabilidad sin precedentes en su corta historia republicana, es más, fue motivo de admiración y ejemplo a nivel internacional, ya que este país comenzaba un periodo de modernización y de crecimiento económico, que se traducía en integración a mercados mundiales, atracción de capital extranjero por cierta seguridad jurídica, crecimiento económico, baja inflación y por sobre todo, un fortalecimiento institucional, con la creación de varias instituciones como el Tribunal Constitucional, que aseguraban el avance hacia un Estado de derecho.
Del mismo modo, la descentralización administrativa mediante la participación popular aseguraba la desaparición del centralismo político. La democracia iba consolidándose poco a poco, reforma tras reforma, a manera de ensayo – error.
Mientras el mundo, observaba con alegría el derrumbe del Muro de Berlín y la caída de la U.R.S.S. y la realidad demostraba cual era el modelo político y económico que funcionaba; los políticos, críticos e ideólogos reaccionarios al cambio y al progreso económico mundial, no descansaban en su ataque al “neoliberalismo”, cada hecho de corrupción en Bolivia servia para atacar al capitalismo y “confirmaba” sus teorías: el fracaso del capitalismo es inminente y nuestra condición de pobreza se debe al imperialismo yanqui.
La miopía boliviana, no permitía observar que el modelo de economía de mercado no funciona sin una buena base sustentada en el Derecho y la moral. La despolitización e independencia del órgano judicial era muy importante, el Imperio del Derecho era fundamental. Del mismo modo, la ética, el cumplimiento voluntario de obligaciones y el respeto por el derecho ajeno, debían ser tomados como tradiciones con la aceptación de la cultura democrática, la educación en este aspecto jugaba un rol protagónico.
Pero en la realidad, el mercado estaba acompañado de comportamientos nada éticos: corrupción, prostitución de la política, una justicia parcial y politizada, clientelismo político, privilegios, monopolios, subvenciones, favoritismo, etc. Teníamos mercado y mafias. Características del mercantilismo y no así del liberalismo.
Todo esto, llevo al boliviano a la desesperación, frustración y violencia, quien impaciente y seducido por los cantos de sirena de los dirigentes de los movimientos sociales, descubrió que su país tenía en abundancia yacimientos gasíferos; se consideró la panacea, y, como por obra del diablo, se alzaron las banderas del populismo y nacionalismo económico para bloquear los beneficios del aprovechamiento del recurso el año 2003.
Fruto de las protestas callejeras y de la irracionalidad llevada al extremo, Carlos D. Mesa en el año 2004, reformó la Constitución introduciendo la Asamblea Constitucional, la iniciativa legislativa popular y el referéndum. Pero, la democracia directa y/o semidirecta, donde no existe una sólida cultura democrática liberal es tan solo un pretexto para que la mayoría pueda hacer lo que le viene en gana, siempre azuzada por el caudillo demagogo, que esta asesorado por intelectuales utópicos. Mesa pasará tristemente a la historia como responsable de la muerte de la República.
A la cabeza de todo este desorden estaba el dirigente cocalero Evo Morales, quien predica:“los abogados me dicen es ilegal, yo le meto nomás y les digo métanle nomás y después lo legalizan, para eso han estudiado”, “por encima de lo jurídico, esta lo político”, prototipo de boliviano que con el apoyo del presidente venezolano Hugo Chávez llegó al gobierno para implantar vía reforma constitucional total, el Estado de poder, donde reina el imperio y sometimiento al capricho político, cuyo fin es llegar al socialismo. Esta involución histórica, nos lleva a preguntarnos si queda algo por rescatar cuando presenciamos la muerte de la República de Bolivia para ser sustituida por el Estado unitario, social, plurinacional, comunitario, socialista…