Por Francisco Moreno
"Cerremos la puerta y asimilemos lo que ya tenemos, criemos ciudadanos americanos puros y desarrollemos nuestros propios recursos americanos". Senador DuRant Smith, discurso de 9 Abril 1924.
"El bilingüismo es una gran ventaja para cualquier persona pero tiene consecuencias peligrosas para una nación". Congresista republicano Tom Tancredo, dic. 2007.
"La asimilación no es posible en un contexto de inmigración masiva. Medidas de orden constitucional, legislativo y reglamentario deben adoptarse de forma urgente para detener tanto la inmigración legal como la clandestina". Extracto sobre la inmigración de la Web del Frente Nacional francés. www.frontnational.com.
"La equivalencia moral de todos los grupos culturales y sociedades es la premisa filosófica que constituye la base del multiculturalismo". Álvaro Vargas Llosa.
"Multiculturalidad: Política activa consistente en poner en valor todas las culturas, a excepción de la occidental, contaminada por siglos de cristianismo, franquismo, fascismo de los mercados y barbarie sionista". Enciklopedia perroflauta. Fernando Díaz Villanueva y Pablo Molina.
"El ejemplo de los Amish en EEUU sirve para ilustrar las implicaciones de una sociedad abierta, donde no se exige la homogeneización lingüística y cultural que tanta gente reclama en Europa". Albert Esplugas.
"De ordinario, la gente elige la civilización cuando tiene posibilidades de hacerlo". F.A. Hayek.
Cuando se trata el tema de la inmigración se desencadenan siempre y en todo lugar acalorados debates y se acaba, por desgracia, yendo en última instancia contra la libertad de las personas, sea en un sentido o en otro. Así, los conservadores proponen cerrar las fronteras a cal y canto acompañadas de soluciones policiales y de asimilación forzosa, sin importarles que la libertad de los extranjeros migrantes o la de los nativos que desean contratar con ellos sean conculcadas. Por su parte, los progresistas, aun siendo favorables a una mayor apertura de fronteras y a un reconocimiento de los "ilegales" que trabajan o residen de facto, reclaman mayores gastos públicos para el mantenimiento de culturas ajenas a la propia y, al mismo tiempo y en clara contradicción, para planes de integración de los inmigrantes financiados con presupuesto público, castigando el poder adquisitivo de los contribuyentes.
Los sindicatos, por su parte, han cambiado de posición con respecto a la inmigración a lo largo del tiempo. Si bien al inicio eran contrarios a la misma por considerarla una fuente de competencia a la baja en los salarios de los trabajadores, posteriormente se han ido mostrando, al igual que los progresistas, más proclives a una mayor apertura de fronteras, acercándose así a las posiciones liberales. No obstante, lo que les separa a los primeros de los liberales es el escepticismo y rechazo de estos últimos hacia las políticas activas de multiculturalismo patrocinadas desde los poderes públicos. Todo izquierdista de pata negra las defiende, a diferencia de los liberales que las critican. Esta posición de los liberales se acercaría a la de los conservadores, pero se distancian de éstos en que los liberales no están en contra de la diversidad ni de la inmigración, como sí declaran los conservadores cada vez que ponen en cuestión las medidas multiculturalistas.
Los liberales son los únicos en tratar el tema de la inmigración sin necesidad de ir contra la libertad de nadie.
Asimilación, impaciente exigencia conservadora
Los conservadores tienen poca tendencia a tolerar aquellas conductas o formas de vida que se apartan de lo que juzgan normal y deseable. Cualquier minoría fuertemente cohesionada por otros valores a los suyos propios la perciben con desagrado cuando no, como una seria amenaza. Es por ello que son proclives a que el número de inmigrantes no crezca y a que los que están ya trabajando en sus sociedades de acogida sean asimilados lo más rápidamente posible, sin tener en cuenta que toda verdadera integración requiere de un tiempo y de unos ciclos generacionales de adaptación cultural.
El deseo de dar nombres autóctonos a los niños de los inmigrantes, las exigencias de aprendizaje del idioma o de tests de cultura o ciudadanía como requisitos para la concesión de visados o para el otorgamiento de la nacionalidad son medidas típicamente conservadoras de asimilación artificial. Se es intolerante frente a cualquier desviación de la cultura hegemónica porque se cree peligrosa para la cohesión grupal. En el fondo dicha actitud refleja falta de seguridad en los valores propios además de un lamentable sesgo beligerante y hostil ante códigos morales diferentes.
La discriminación positiva sería otra medida más de asimilación forzada (compartida en este caso también por los progresistas). Obedece a los deseos del legislador por integrar a machamartillo a los inmigrantes y otras minorías. Obliga a empresas, centros educativos o guarderías a darles preferencia frente a los autóctonos. Esto atenta contra la libertad de contratación y tiene consecuencias inesperadas.
El ritmo del aporte de los diferentes tipos de inmigración, las complejidades de la división del trabajo y la adaptación cultural como proceso dinámico en el tiempo hacen desaconsejable forzar la asimilación de manera artificial.
Una nación no se ve amenazada por la existencia de minorías dentro de sus fronteras que tardan más o menos en asimilarse. Puede verse amenazada, por el contrario, si no se comparten unos principios de convivencia verdaderamente básicos como veremos más adelante.
Multiculturalismo, peligrosa ocurrencia progresista
De todas las alegres políticas progresistas, tal vez sea ésta la que mayor carga de profundidad contenga. Partiendo, con razón, de una crítica contra la asimilación forzosa patrocinada por los conservadores, se afirma que todas las culturas y sus valores implícitos son igualmente defendibles en la sociedad de acogida para, a continuación, dar un paso más y acabar defendiendo (y subvencionando) todo lo imaginable excepto precisamente los propios valores de la sociedad occidental. Ante el fenómeno necesario y deseable de la inmigración, se aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid para debilitar los lazos verdaderamente cohesionadores de las complejas sociedades anfitrionas.
Las políticas multiculturales son puras medidas colectivizadoras, como todas las socialistas. Encajonan al inmigrante en su colectivo correspondiente y niegan su individualidad, aislándole de la comunidad local en donde vive y privándole a la postre de las oportunidades que la interacción del mercado/sociedad puede ofrecerle. Inspiradas en la tesis del antropólogo Calude Lévi-Stauss (todas las sociedades tienen una misma equivalencia cultural y moral) pretenden injertarla en las sociedades de acogida.
Éstas quedan, por tanto, parceladas en grupos étnicos o culturales, cada uno con sus propios derechos de identidad que implican obligaciones del resto de la sociedad para con ellos. Esto da pie a que desde las instancias administrativas se fomente la educación en la diferencia de las minorías, inculcando un nacionalismo étnico e impermeable. Se recurre al permanente victimismo y se denuncia la discriminación sufrida para, en consecuencia, reclamar más justicia social o compensatoria para remediarla. Es una mala política el poner el foco en el grupo para proveer derechos; puede fomentar también los prejuicios por parte de los nativistas hacia dicho grupo. No es la inmigración, sino la incapacidad y torpeza intervencionista de los políticos gobernantes la que está alimentando la xenofobia y el rechazo a ciudadanos extranjeros. Lo mejor es siempre garantizar derechos individuales bajo un mismo imperio de la ley para todos.
El Reino de Suecia ha sido el campeón del multiculturalismo; ha habido épocas en que se ha impartido enseñanza pública hasta en cien idiomas diferentes. En muchos otros países se han aplicado políticas de vivienda pública (social) que han favorecido la construcción de grandes núcleos de vivienda barata para inmigrantes que resultaron en la creación de guetos periféricos cerca de las grandes urbes. Se han dado subvenciones para transmitir la cultura de colectivos de lo más pintorescos, multiplicando las identidades ad infinitum. Este sistema, pese a su buenismo, ha supuesto un costoso experimento de dudosa efectividad en todos los Estados de bienestar y no ha logrado la integración real del inmigrante.
La ideologización de las minorías es muy perniciosa. Los supuestos marginados invierten las reglas de juego objetivas y, en vez de esforzarse ellos mismos por adaptarse, sus esfuerzos son dirigidos a ser reconocidos institucionalmente en lugar de aportar lo mejor de sí a los procesos de mercado en la sociedad anfitriona. Quedan encasillados en su etnicidad o en su peculiaridad identitaria. Conceptos como la "nación" negra, aborigen o islámica pueden derivar en la pretensión de conformar su propio sistema político dentro de las fronteras de un país. Esto no sólo hace imposible la mínima integración necesaria de los inmigrantes sino que socava los fundamentos más básicos de la sociedad de acogida.
Todas estas políticas de "multiculturalidad" no pueden sino estar abocadas al fracaso. Caso de que triunfaran, el fracaso sería el de la sociedad anfitriona y su incapacidad por integrar mínimamente al inmigrante. Es preciso repensar o reenfocar este tema en las modernas sociedades con el fin de celebrar la diversidad cultural pero oponerse decididamente a las disolventes políticas multiculturales.
Integración, deseable propuesta liberal
Los flujos migratorios amenazan sólo aparentemente los valores de los países receptores. El mercado integra verdaderamente al inmigrante, no así las políticas activas de asimilación o de multiculturalismo. Hay que favorecer la integración y dejar de patrocinar intervencionismos desde el Estado. Más mercado y más reglas generales y menos políticas y menos subvenciones para los inmigrantes y sus culturas.
La forma en que mejor se puede integrar un inmigrante en la sociedad de acogida es mediante el trabajo, sea éste el que sea. Cuando una persona está cubriendo las necesidades de otros mediante la prestación de servicios o el intercambio de bienes en el mercado, tiene sentido su presencia en el mismo. El trabajo dignifica al inmigrante y beneficia a la sociedad en su conjunto. Su participación en el mercado, con sus necesarias interrelaciones diarias, exigirá irremediablemente al inmigrante un mínimo de adaptación a las costumbres y al idioma del entorno. Además, requerirá el aprendizaje del cumplimiento de los contratos, el acatamiento de las normas y el respeto por la propiedad privada; es decir, hará suyos los valores fundamentales de cohesión mínima en el país de acogida. La diversidad cultural o la diferenciación de los individuos no impiden en absoluto su integración en la Gran Sociedad plural, cosmopolita y diversa, ni tampoco su particular contribución a la misma.
Los trabajadores inmigrantes no tienen por qué asimilarse de forma inmediata o completa en la sociedad anfitriona (aunque la experiencia nos dice que la mayoría lo hace a partir de la tercera generación). Tampoco los gobiernos deberían gastar dinero en políticas de multiculturalismo que convierten en derechos públicos cuestiones que debieran permanecer en la esfera estrictamente privada como son la religión, la cultura, las costumbres o el idioma de los inmigrantes. Éstos han de limitarse a cumplir la ley del Estado anfitrión.
En el fondo, el sentimiento anti-inmigratorio y el multiculturalismo son dos caras de la misma moneda. Por un lado, están los nativistas que desean restringir la inmigración sobre la base de que es imposible mantener un conjunto de valores compartidos sin contar con una nación étnica y culturalmente homogénea. Por otro, están los multiculturalistas que afirman que debido a que tenemos sociedades étnica y culturalmente diversas, es imposible mantener un conjunto de valores compartidos. Ambas posturas son erróneas. Tanto los "halcones" convencidos del inevitable choque de civilizaciones como las "palomas-multiculti" tienen una pobre visión de las personas que migran y de su capacidad para la integración por sí mismas. Ambos desdeñan los principios liberales e ilustrados de las sociedades desarrolladas.
El hecho de convivir personas de diferentes lugares del planeta dentro de un mismo país no significa un problema en sí mismo desde el punto de vista de las relaciones sociales, ideologías o valores. Tal vez una de las hipótesis más geniales lanzadas por Hayek fue el haber sugerido que son las reglas de conducta las que sobreviven, no necesariamente los grupos biológicos que se formen en torno a ellas. La sociedad por la que juzgamos el éxito de su orden extenso y sus normas no tiene por qué ser una población homogénea a lo largo del tiempo. Quienes adoptan las prácticas del orden extenso beneficiándose del mismo, lo hacen a menudo sin percatarse de los sacrificios que tales cambios puedan entrañar.
Por tanto, la propuesta liberal no es ni asimilación forzada ni el reconocimiento público de derechos a diversos grupos culturales, sino defensa del cumplimiento de las normas e integración en sociedad mediante el trabajo por parte de los inmigrantes con el fin de que se conviertan en miembros productivos de su nueva comunidad.
Por otro lado, es también deseable que exista cierta tolerancia a la diferencia por parte de los autóctonos, propia de sociedades abiertas y civilizadas. La única cultura por la que debiéramos preocuparnos es por la del respeto y protección de los derechos individuales (vida y su derecho a desplazarse, defensa de la propiedad y cumplimiento de los contratos voluntarios).
Los memes, pautas de comportamiento y hábitos de vida civilizados, pese a confrontar o desafiar los modos de vida de sociedades tradicionalistas o cerradas, son mucho más persuasivos y potentes de lo que generalmente suponemos. No los forcemos ni los diluyamos con absurdas intervenciones públicas.
Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI y VII.