El Perú será el País Invitado de Honor de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, y Mario Vargas Llosa encabeza la lista de invitados. El narrador Jeremías Gamboa (quien también forma parte de la delegación peruana de la FILBO) lo entrevista extensamente para el diario colombiano “El Tiempo” sobre la Bienal que lleva su nombre, y acaba de suceder exitosamente en Lima, y también sobre el acto de escritura,algunos autores colombianos y en general, sobre los encuentros de escritores. Buena entrevista.
Algunas respuestas:
Se te vio muy emocionado en la clausura de la Bienal Vargas Llosa, cuando dijiste que era el mejor cumpleaños de tu vida.
Es que me pareció que todo funcionó mejor de lo que esperaba. No soy un pesimista congénito, pero temía que ocurrieran toda clase de catástrofes. Pensé que los micros no funcionarían, que los ómnibus no estarían a la hora, que los periodistas serían asaltados… Bueno, felizmente no ocurrió nada de eso. Los escritores estuvimos muy contentos: en todas las presentaciones en las universidades o en el Museo de Arte Contemporáneo de Lima hubo mucha gente, sobre todo joven. Creo que por unos días tuvimos la ilusión de que Lima era una ciudad muy literaria, abierta al mundo de la lengua española. Una ciudad de lectores curiosos e inquietos.
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Has dicho varias veces que prefieres no asistir a los congresos sobre tu obra, pero esta Bienal reunió a escritores que hablaron de sus experiencias de escritura. ¿Te quedas con algo interesante de ellas?
Escuché cosas muy interesantes y otras un poco menos, pero lo que más me interesó fue el ambiente, el buen entendimiento, que no hubiera esas tensiones que muchas veces caracterizan los congresos literarios. Es extraordinario que exista un congreso que reúna a escritores de distintos países, cosa que cada vez ocurre más. Ocurrió en la Bienal y ahora ocurrirá en Bogotá. Las fronteras se van desvaneciendo y el mundo se va volviendo un lugar habitable.
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Cuando el premio se anunció, un sector lo quiso ver como un certamen que compite con el Rómulo Gallegos…
No, la idea era hacer una cosa equivalente al Booker Prize inglés, muy interesante porque promueve la lectura de las obras finalistas y de la ganadora en todo el ámbito de la lengua inglesa, un premio apoyado por los medios a través de una gran difusión que primero anuncia una lista larga de novelas finalistas y luego una corta. Eso es lo que queríamos conseguir con este premio. No lo veo enfrentado al Rómulo Gallegos porque pueden coexistir. El Rómulo Gallegos –entregado por el Gobierno de Venezuela– quizás ha perdido un poco de audiencia porque se ha politizado, sobre todo desde la subida de Hugo Chávez. Pero mira, mientras más premios literarios haya, y mientras más serios sean, pues mejor para la literatura.
‘La Vanguardia’ recogió opiniones que se escucharon en los días de la Bienal sobre lo particular de que un nobel de literatura no se encerrara en su torre de marfil tras la consagración, sino que realizara actividades en pro de la literatura de su país. Has promovido a autores, escribes, lideras una bienal, encabezas la delegación peruana a Colombia...
Ese es un favor para la literatura en general, no solo para la peruana. Es necesario evitar el nacionalismo, que es muy peligroso. Lo que se tenga que hacer por la literatura tenemos que hacerlo los escritores, que sabemos mejor que nadie lo maravillosa que es; cómo puede enriquecer la vida y cómo cumple una función muy importante para la cultura democrática.
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En la Feria del Libro de Guadalajara, antes de verte presentar tu última novela, vi a Fernando Vallejo presentando la suya y recuerdo haber salido desmoralizado; parecía que no tenía sentido escribir. A los diez minutos tú decías que era la mejor cosa que te había pasado en la vida.
Eso refleja simplemente la personalidad o la idiosincrasia de cada escritor. Yo recuerdo que Pepe Donoso era bastante parecido a Vallejo, pesimista, masoquista. Te daba la impresión de que podría suicidarse, ¿no? Pero luego me di cuenta de que esa era su propia manera de encontrar razones para escribir. Los escritores representan el abanico de las posibilidades humanas. Si un escritor deja de escribir, entonces su vocación no era tan firme. La literatura compromete totalmente la vida. Es, como decía Flaubert, una manera de vivir. El escritor de verdad es escritor hasta su muerte. Aunque no publique, seguirá escribiendo y vivirá para escribir aunque no escriba o escriba poco. Vivirá para escribir.
Recuerdo a David Grossman decir que al escucharte le entraban ganas de dejar la sala de conferencias que compartía contigo para irse a escribir…
Hay que pensar de esa manera para trabajar: pensar en llegar cada vez más lejos. La perfección es un ideal lícito, incluso necesario en un escritor. Pero que en busca de esa perfección llegues a anularte, no. Me niego rotundamente. La perfección absoluta no se alcanza jamás. Se alcanza en la música, quizá en la poesía, pero nunca en la novela.
Hace poco hablabas de fronteras que se diluyen. Durante muchos años hemos leído la narrativa peruana desde un enfrentamiento entre tu trabajo y el de José María Arguedas. Un momento de posible conexión fue tu libro sobre él, ‘La utopía arcaica’, que desató una polémica.
Yo creo que Arguedas fue un personaje trágico. En él había un lirismo extraordinario y una sensibilidad excepcional para el paisaje y el sufrimiento humano. Era un escritor intimista que cuando dio rienda suelta a su idiosincrasia escribió sus mejores trabajos. ‘Los ríos profundos’ es su gran obra precisamente porque es una novela que expresa su propia experiencia, su biografía. Ahora, en el prólogo de ese libro yo digo que, de los escritores peruanos, el que más he sentido, el que me ha interesado y al que he tratado de entender más ha sido Arguedas, que vivió en su dimensión más dramática la problemática peruana.
En ese prólogo dices que por primera vez estás abordando en un libro a un creador que no te influyó tanto…
Es que lo que me fascina de Arguedas es el caso Arguedas. A pesar de que he gozado leyendo de él ciertas cosas, no creo que le deba demasiado en cuanto al tipo de escritor que soy. Al menos no me ha enseñado lo que me enseñaron Faulkner, Víctor Hugo, Tolstói o Cervantes.
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En ‘La utopía arcaica’ hablas de la lectura ideológica que caracteriza la literatura en la región. Según tú, Arguedas fue víctima de esa presión ideológica.
Sin duda. Muy fuerte en su caso.
A propósito de eso, hay novelas tuyas que han sido leídas de una manera injusta por motivos similares. ‘Historia de Mayta’, por ejemplo…
Esa es sin duda mi novela peor leída. La peor tratada. Lo que me sorprendió fue que muchos de los ataques que recibió se centraban en la homosexualidad del personaje. Ahí descubrí que la izquierda peruana de esos años era ferozmente homófoba, que tenía los prejuicios que normalmente se atribuyen a los sectores conservadores: les parecía el colmo de la ignominia que Mayta fuera un homosexual. Se la leyó como una novela contra la izquierda porque yo tenía posiciones muy críticas contra ella, pero en realidad es una novela sobre un personaje trágico. Eran años en que la izquierda latinoamericana, no solo peruana, estaba muy fanatizada, era dogmática e intolerante.
Leí a Alberto Fuguet decir esto: ‘Hoy ‘Historia de Mayta’ se dispara’. Para varios escritores jóvenes es uno de tus grandes libros.
Me alegro mucho de que lo haya dicho Fuguet, que es muy buen escritor. Y me alivia un poco porque me siento desagraviado (se ríe).
Fuguet y otros autores, incluido yo, han reconocido la influencia de ‘El pez en el agua’. Recientemente has deslizado que trabajarías en el segundo tomo de tus memorias.
No lo he decidido. He pensado en un segundo tomo sobre los años que viví en París. Yo llegué allí en el 59 y estuve hasta el 66. Fueron siete años en los que ese París mítico era todavía la ciudad de las artes, de las letras, de la inteligencia. En esa ciudad los escritores, los pensadores, los artistas eran las grandes estrellas y la vida parecía girar en torno a ellos. Cuando yo llegué estaban vivos Sartre y Camus. Eran los años del teatro del absurdo, de Beckett, con Ionesco, Adamov, los años de la Nouvelle Vague y del gran debate sobre la nueva novela de Robbe Grillet y Nathalie Sarraute… El gran hallazgo de París para mí fue descubrir América Latina, descubrir que era latinoamericano y conocer escritores latinoamericanos.
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Hace poco dijiste que habías leído varias veces ‘Cien años de soledad’.
La he leído muchas veces, sobre todo cuando he tenido que enseñarla. La he enseñado mucho.
¿Ha cambiado tu percepción de la novela con el paso del tiempo?
Toda la novedad que representó cuando la leí por primera vez ya no existe, pero sí creo que va a pasar la prueba del tiempo. Es un libro que será leído muchísimo por su enorme originalidad, su enorme riqueza verbal, su imaginación chisporroteante. Todo eso constituye una unidad. Es uno de los libros de nuestro tiempo.
En ‘Historia de un deicidio’, tu libro sobre la obra de García Márquez, tu lectura crítica se dirige hacia esa novela del mismo modo en que en la narrativa vas en pos de un ‘cráter’ (momento de gran tensión dramática). ¿‘Cien años de soledad’ es el gran cráter de la obra de Gabo? ¿Es tu libro favorito de él?
Yo terminé ese libro cuando García Márquez trabajaba en algunos relatos de lo que luego sería ‘Doce cuentos peregrinos’…
Y empezaba ‘El otoño del patriarca’.
Sí, pero ese libro ya no entra en ‘Historia de un deicidio’. Te puedo decir que con el paso del tiempo sigo creyendo que ‘Cien años de soledad’ es la gran obra de García Márquez. Y creo que todas las otras o son una preparación para ‘Cien años’ o una derivación de ella.
Una de las cosas que comparten García Márquez y tú, además del Nobel, es el biógrafo, Gerald Martin, que prepara un libro sobre ti.
Ese es un libro que espero con mucho temor (risas) porque Martin ha conversado con todo el mundo, ha estado en todas partes, ha metido la nariz en todo lo que he hecho. Ahora bien, se demoró 17 años en la de García Márquez, así que espero que se demore 17 años también en la mía, para no estar aquí cuando salga (risas).