Por Gina Montaner
Reporteros sin Fronteras ha premiado a una serie de “héroes de la información” que se atreven a denunciar atropellos y abusos en países donde hacerlo te puede costar la vida o una larga condena en prisión.
Es el caso del bloguero cubano Angel Santiesteban Prats, quien cumple una condena de cinco años por criticar a Raúl Castro. También Yoani Sánchez ha sido escogida entre los cien galardonados por su incansable labor en las redes sociales, plataforma desde la cual a diario pone en evidencia la esclerosis de la dictadura castrista.
Además de los blogueros de la isla, Reporteros sin Fronteras destaca a periodistas como la mexicana Lydia Cacho, bajo amenaza por sus libros sobre la trata de blancas en su país, y otros activistas que en distintas partes de Latinoamérica arriesgan sus vidas por defender la libertad de expresión o atacar la corrupción institucional, un mal endémico en la región.
Son mujeres y hombres que anteponen a su seguridad personal y la de sus familias la importancia de no dejarse amedrentar. Su objetivo es que la verdad salga de las alcantarillas del silencio. En unos países es más difícil que en otros o quienes te persiguen no se limita a las mafias, porque el crimen organizado lo encarna el propio gobierno.
Si pensamos en la cruzada de los blogueros cubanos, la suya es una batalla muy desigual contra un régimen totalitario que controla, penetra y limita el acceso a Internet y sus redes sociales. De ahí, por ejemplo, programas como Zunzuneo o Piramideo, que la administración Obama, a través de la Agencia para el Desarrollo de Estados Unidos (USAID), diseñó en su día con el fin de darle un impulso al flujo de ideas y opiniones entre la juventud cubana. Una iniciativa que, tal y como ha explicado ante el Senado en Washington el administrador de USAID Rahiv Shah, no se limita a Cuba, pues se extiende a todo lugar donde la libertad o una minoría corren peligro. El propio director de USAID comparó los esfuerzos que se realizan por apoyar un cambio en la isla con los que el gobierno hace en Uganda introduciendo información sobre la propagación del sida y medidas de prevención, ya que en el país africano se persigue con saña a los homosexuales.
Los premios de Reporteros sin Fronteras están dirigidos a héroes de la información, porque eso es lo que son bajo circunstancias adversas en las que no abundan los que se aventuran a jugarse el tipo. Y por mucho que el régimen cubano o la propia satrapía ugandesa pretendan satanizar programas internacionales de ayuda como los de USAID, cualquier ciudadano medianamente razonable vislumbra que poner en marcha canales alternativos en ámbitos sofocantes y cerrados es lo menos que se puede hacer por el bien de una sociedad cautiva. No se trata de envío de misiles, sino de tecnología y modernidad que se le niega a la población.
Lo que sí constituye un crimen y un delito es la persecución y el acoso a los periodistas independientes; a los blogueros que relatan acontecimientos en 140 caracteres; a los jóvenes que se asoman al mundo en busca de ayuda para darle impulso a la Primavera que se merecen; a los que señalan con el dedo los abusos del poder que pretende silenciarlos. Basta con ver las últimas maniobras de Nicolás Maduro en Venezuela, donde, además de amordazar a los medios tradicionales como diarios, radio y televisión, ahora su gobierno arremete contra el acceso a Internet, espacio donde la oposición venezolana airea y divulga los desmanes que el chavismo intenta ocultar.
Es fundamental respaldar a las heroínas y héroes que están dispuestos a enfrentarse a las trabas gubernamentales en su empeño, tal y como señala Reporteros Sin Fronteras, “por ampliar el área de la libertad”. Son pocos y se pueden contar con los dedos de la mano.
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