Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
Me hubiera gustado escuchar una conferencia de Ortega y Gasset, o, mejor todavía, seguir alguno de sus cursos. Todos quienes lo oyeron dicen que hablaba con la misma elegancia e inteligencia que escribía, en un español rico y fluido, muy seguro de sí mismo, con ciertos desplantes vanidosos que no ofendían a nadie por la enorme cultura que exhibía y la claridad con que era capaz de desarrollar los temas más complejos. La doctora Margot Arce, que fue su alumna, me contaba en Puerto Rico, medio siglo después de haberlo oído, el silencio reverencial y extático que su palabra imponía a su auditorio. Me lo imagino muy bien; incluso cuando uno lo lee —y yo lo he leído bastante, siempre con placer— tiene la sensación de estarlo oyendo, porque en su prosa clara y frondosa hay siempre algo de oral.