Por Álvaro Vargas Llosa
La imagen de Chile en América Latina depende mucho del intérprete. En un subcontinente con marcadas divisiones ideológicas y hasta culturales, no es de extrañar que Chile sea algo así como una dickensiana “historia de dos ciudades” de cara al mundo exterior.
Hasta el estallido estudiantil de 2011, la imagen del país estaba muy influida por el relato liberal latinoamericano. Aunque la izquierda empleaba argumentos contrarios -el predominio de la Concertación durante tanto tiempo, la desigualdad-, Chile transmitía el triunfo definitivo de un modelo que contaba con imitadores. La moderación ideológica de la izquierda en muchos lugares era vista como un epifenómeno de ese triunfo. A partir de la revuelta estudiantil, y con mayor razón desde el regreso de Bachelet, el relato de la izquierda latinoamericana cobró fuerza.
Esto último vino dado en parte por la tendencia aparentemente confirmatoria del sesgo “socialista” de América Latina en diversas elecciones, con excepciones como Panamá y Honduras (incluso el triunfo de Santos en Colombia, por oposición al uribismo, se ha visto como parte de esa tendencia, dado el respaldo determinante que le dio la izquierda en la segunda vuelta). Un segundo factor que impulsó el relato fue la prédica de los países del Alba en plena efervescencia venezolana. Aunque aquí cabe un matiz: el abrazo ideológico del chavismo y compañía al Chile “izquierdista” está frenado por la confrontación que Evo Morales ha decidido mantener con Santiago tras el cambio de gobierno.
Un último elemento que ha quitado algo de viento al relato liberal sobre Chile es la desaceleración económica. Con un Chile que no crecerá mucho más de 3% este año, que arrastra un doble déficit y cuya inflación supera el 4 %, el relato liberal se ve obligado a “emigrar” hacia casos como el colombiano este año para sacar pecho frente al desastre venezolano y argentino. Que Codelco tenga hoy serios desafíos de recapitalización si pretende seguir produciendo el 10% del cobre del mundo no es, paradójicamente, un factor que fortalezca la imagen liberal (por justificar, por ejemplo, una innombrable privatización) sino lo contrario: no es infrecuente oír en foros latinoamericanos que el liberalismo ha descapitalizado a Codelco.
Un grupo de gobiernos en particular tiene depositada en la Presidenta Bachelet muchas esperanzas: los del Mercosur. Cuando empezaba a calar en sectores que desbordan a la comunidad de enterados, la Alianza del Pacífico experimenta un contragolpe del grupo liderado por Brasil, gracias a la percepción de que Bachelet prefiere o teme a los otros.
Todo esto, hay que decirlo, ocurre en las clases dirigentes. En un nivel más popular, la percepción todavía es la de un país exitoso hacia el cual hay que aspirar como emigrante, imitador o nostálgico de algo que fue (se cree que fue) el país de uno mismo. La excelente selección de fútbol y su desempeño en Brasil refuerzan una imagen a la que han contribuido muchos factores. Incluyendo, en años recientes, el despliegue imponente de capitales chilenos por Sudamérica en áreas como el retail.
En un puñado de países subsiste cierta desconfianza. Perú es uno de ellos, aun cuando ella tiene de profunda en sectores contados lo que no tiene de extensa en toda la población (a diferencia de Bolivia, donde la desconfianza es extensa). A ella se debe que la imagen preponderante para una minoría sea la de un país que se arma más que Argentina, Perú y Bolivia juntos.
Hechas las sumas y restas, la imagen de Chile tiene bastante crédito todavía. Pero no es invulnerable.