Por Álvaro Vargas Llosa
Un antiguo funcionario del FMI dijo que el director gerente tendría que ponerse ajo alrededor del cuello para prevenir la mala suerte que parece acompañar a ese cargo. La noticia de que Christine Lagarde, actual directora gerente, ha sido imputada preliminarmente por la justicia gala en relación con su participación, como ministra de Finanzas de Nicolás Sarkozy, en una cuestionada reparación otorgada al empresario Bernard Tapie reforzará esa superstición.
Al dejar el cargo en 1987, Jacques de Larosière asumió el mando del Banco de Francia, que le valió un proceso judicial sonado por el caso del estatal Crédit Lyonnais, hundido bajo su supervisión. Michel Camdessus renunció al FMI bajo presión de Bill Clinton por su cercanía a Rusia, país que, según Washington, utilizaba de forma corrupta los fondos que le habilitaba la institución. El sucesor Horst Köhler renunció en 2004 y tuvo luego que dejar la Presidencia germana por decir que su país debía intervenir más en términos militares en el exterior para facilitar el comercio. Rodrigo Rato partió intempestivamente “por razones personales” y de regreso en su país acabó arrastrado por el desastre de Bankia, entidad que presidió. Ni hablar de Dominique Strauss-Kahn, cuyo paso por la habitación 2820 del Sofitel de Nueva York, que lo llevó a un arresto y la renuncia humillante, es objeto de una película con Gérard Dépardieu. Hasta que llegó la elegante e inteligente Lagarde para poner fin, se suponía, a esta racha…
Ella dice bien que se la acusa de un asunto relativamente menor, negligencia, tras tres años de investigaciones. Pero, en el sistema francés, lo que le acaba de ocurrir es una imputación preliminar por parte de la Corte de Justicia de la República. El tribunal puede desistir o, en su defecto, formalizar la imputación, lo que colocaría a Lagarde en una situación imposible.
Se discute si la reparación que el gobierno dio a Tapie -403 millones de euros- por una estafa de que había sido objeto a manos del Crédit Lyonnais fue un pago de favores, pues el empresario apoyó la campaña de Sarzoky. En su día Tapie había tenido que vender al banco la compañía Adidas para evitar un conflicto de interés, pues el entonces Presidente Mittérrand lo había nombrado ministro. Esto derivó en una batalla judicial cuando el banco revendió con una plusvalía mayúscula esos mismos activos. Tapie reclamaba una reparación. Fue Lagarde quien, como ministra de Finanzas, debió determinar años después el método de solución: optó por una comisión de arbitraje, un procedimiento privado, en vez de dejar en manos del derecho común la decisión. El resultado -según la imputación, obra de un “simulacro”- implicó un cuantioso desembolso del Estado francés a Tapie.
Nadie acusa a Lagarde de beneficiarse, pero la sospecha es que fue instrumento de Sarkozy para favorecer a un amigo. En vista de los procesos que penden sobre la cabeza de Sarkozy y los escándalos de la centroderecha, aun si es absuelta Lagarde quedará tocada. En Francia la opinión pública hace rato que declaró réprobos a casi todos sus personajes públicos. Es una razón del avance perturbador de la extrema derecha. No sería raro que si Lagarde acaba renunciando -algo que asegura que no hará- la derecha estadounidense, que detesta al FMI, pida acabar con la costumbre de nombrar jefe a un europeo. El choque atlántico estaría garantizado.
Esa silla, en efecto, está maldita.