Por Guillermo Arosemena Arosemena
No reconozco al Alfaro de la revolución ciudadana. El que vivió en Ecuador es otro, muy diferente, aunque se den mil discursos y escriban mil libros sobre él. Quienes han investigado su vida jamás aceptarán parte de lo que se asevera en los últimos años. En una nueva obra hay un capítulo titulado Alfaro, el Che Guevara de su tiempo. ¿Cómo reaccionarán los descendientes cuando se enteren? Ofende a su memoria hacer tal comparación con quien no respetó la vida de otros.
En la obra se hace aparecer a Alfaro como enemigo de los empresarios y de Estados Unidos. Sobre la primera distorsión, años atrás, cuando se comenzó a afirmar que Alfaro estuvo en contra del sector empresarial, Diario EXPRESO publicó una extensa réplica mía titulada Alfaro, presidente amigo de los empresarios. En ese artículo omití que uno de sus ministros y gobernador de la provincia del Guayas fue Luis Adriano Dillon, importante empresario casado con María Valdez Concha, vinculada con el ingenio de azúcar Valdez. Su tío político y asesor Eduardo Arosemena Merino, banquero, influyó en él para aceptar la adopción del sistema monetario Patrón Oro. Su hijo, Colón Eloy, casó con Blanca Puig Arosemena, sobrina de C.J. Arosemena Tola, banquero. Susana Arosemena Coronel, hija de Pablo Arosemena Merino, banquero, fue pajecilla en el matrimonio de Colón Eloy.
Si Alfaro fue enemigo de Estados Unidos, ¿por qué envió a dos de sus hermanos a estudiar universidad en ese país? ¿Por qué envió a sus hijos Olmedo y Colón Eloy, a estudiar en West Point, símbolo estadounidense, crema de la crema en estudios militares?; y ¿por qué aceptó la propuesta de Archer Harman de construir el ferrocarril, si él era estadounidense? Alfaro no suspendió el pago de la Deuda Inglesa, formó parte de la negociación para la construcción del ferrocarril. Tengo aproximadamente un centenar de cartas entre Harman y el Departamento de Estado sobre el tema. Fue tan cercano a Harman que sus adversarios lo acusaron de haber recibido sobornos, por existir un óleo de él en las oficinas del ferrocarril en Nueva York. ¡Hay que dejar de alterar la historia!
