Por Francisco Moreno
"La escasez laboral va a ser el único gran impedimento para el crecimiento económico en Alberta en el futuro próximo... no podremos aliviar nuestras necesidades de mano de obra sin recurrir a la inmigración". Ben Brunnen.
"Si la gente está preocupada por la carga que suponen los inmigrantes en el Estado del bienestar, la solución no está en prevenirles que vengan sino en decirles que no pueden acceder al mismo". Alexander Tabarrok.
"Creemos que no hay país en el mundo que pueda beneficiarse más económicamente de la diversidad que Canadá...Vamos a tener una ventaja incomparable". Gordon M. Nixon.
"Tener una fuerza de trabajo global nos ayuda a crear productos que sirven al mercado global". John Baker (CEO de Desire2Learn).
Canadá es el segundo país más extenso del mundo después de Rusia. También es el más septentrional y, por tanto, con inviernos largos y duros para los no acostumbrados a ellos. Está entre las naciones con mayor renta per capita (42.500 USD). Su dinámico sector exportador ha contado con dos catalizadores esenciales: la potente y cercana economía de los EE UU y sus numerosos trabajadores provenientes de distintas latitudes (más del 21% de su actual población es ya nacida en el extranjero).
Es un caso singular de entre los países desarrollados ya que buena parte de su población y sus representantes políticos son favorables a la constante entrada de inmigrantes en su territorio. Su composición poblacional en muy distintos grupos étnico-raciales es una constante desde su fundación. Constatar su diversidad actual y la integración de sus inmigrantes es estimulante.
Los cálculos más recientes de la población de Canadá indican que ésta ha sobrepasado los 35 millones de habitantes. Sin embargo es un país con una densidad que apenas alcanza los 3,5 habitantes por Kmt2, una de las más bajas del planeta junto a Australia, Namibia o Islandia.
El experimento de Manitoba
La localidad de Steinbach, situada en la provincia de Manitoba, era hace un par de décadas un pequeño pueblo con escasa actividad económica. Contaba con una población menguante por lo que muchos puestos de trabajo quedaban sin cubrirse. Sus habitantes eran bastante religiosos ("tenemos más iglesias que semáforos", solían decir los lugareños) y llegaron incluso a convocar un referéndum local por el que se prohibió la venta de bebidas alcohólicas en lugares públicos. La gente joven de Steinbach solía abandonar su localidad para procurarse mejores oportunidades laborales en Calgary o en la más cercana Winnipeg. Steinbach corría el riesgo muy serio de convertirse en un lugar despoblado.
Québec fue hasta finales del siglo XX la única provincia canadiense que había asumido competencias propias en materia de inmigración. Pues bien, en 1998 el gobierno central acordó dar atribuciones a las autoridades de Manitoba para gestionar directamente los asuntos de inmigración. Éstas introdujeron programas específicos para inmigrantes más flexibles y acogedores que en otros estados (incluida la propia Québec) y dieron también participación a otras instituciones locales. En concreto, los funcionarios de la cámara de comercio de Steinbach se interesaron y atendieron las necesidades de los empresarios/empleadores locales, cercanos y próximos a ellos.
La ciudad se fue repoblando rápidamente de trabajadores residentes extranjeros, mayormente alemanes, rusos, latinos y filipinos. A resultas de ello, Steinbach creció y se revitalizó. En muy poco tiempo se ha convertido por méritos propios en la tercera ciudad en importancia de la provincia de Manitoba. Por supuesto, las bebidas alcohólicas han vuelto a servirse en sus restaurantes y tiendas.
La inmigración depende a la vez del gobierno y de las provincias
La experiencia de Manitoba fomentó que la Federación canadiense siguiese repartiendo poderes entre el gobierno federal y las provincias en materia de inmigración, tal y como reconoce su Constitución. Es uno de los pocos países en tener ya totalmente descentralizada dicha facultad. Actualmente se otorgan en total más de 200.000 visados nuevos al año por motivos de trabajo, de los cuales en torno a un 40% corresponde gestionar al gobierno federal y el 60% restante es administrado en exclusiva por las provincias que se lo reparten por cuotas en función de la población de cada una de ellas.
Cada provincia da prioridad en sus respectivos programas de inmigración a lo que sus gobernantes locales consideran que es mejor para su territorio. La competencia entre unidades administrativas por captar capital humano extranjero se ha puesto en marcha. Unos dan más importancia al conocimiento del idioma (i.e. Quebec), otros a la formación o cualificación del candidato y, los más, a las necesidades económicas reales o empresariales de su zona. Con ello se evita tratar la economía de Canadá como un todo monolítico. No es un sistema perfecto pero impide que unos pocos y distantes burócratas federales puedan decidir y planificar centralmente sobre las necesidades de mano de obra de todos rincones del país.
La única cortapisa que tienen las provincias es el número máximo de inmigrantes que pueden acoger al año, pero al menos los criterios se fijan por cada gobierno local. Los funcionarios federales de Ottawa nada tienen que decir sobre los programas o procedimientos de selección usados por las administraciones locales para traerlos a su respectivo territorio, limitándose únicamente a llevar a cabo los controles de seguridad y sanitarios básicos de los extranjeros seleccionados previamente por cada provincia.
Hubo inicialmente críticos de este sistema descentralizado de aceptación de inmigrantes porque pensaban que las provincias podían ser utilizadas como coladeros para que, en fraude de ley, sirviesen de plataforma para entrar luego a otras partes del país. Pues bien, las estadísticas oficiales desmienten este temor: desde 2006 sólo el 11% de los inmigrantes que entraron por programas provinciales se encuentran trabajando en otras provincias.
Es interesante constatar cómo sus representantes locales, al rivalizar entre sí por captar trabajadores del exterior, se han vuelto mucho más proclives hacia la inmigración. Algunos de ellos hacen lobby para aumentar su cuota respectiva o incluso para que se elimine completamente. Se confrontan aquí dos intereses: el de las provincias y otros entes locales, que tienen un interés natural por la economía de su región (son tendentes, por tanto, a ser más flexibles en la entrada de inmigrantes) y el del gobierno federal, que tiene un interés por la "seguridad" nacional (por lo que suele ser más restrictivo en materia de inmigración). Dichos poderes se contrarrestan siendo este sistema el más acorde con un verdadero espíritu federalista, ausente en la mayoría de los países en este asunto (incluido los EE UU).
Eso sí, el otorgamiento de la residencia permanente, el estatuto de refugiado/asilado y la nacionalidad son concedidos en exclusiva por el gobierno federal a través de su Departamento de Ciudadanía e Inmigración (CIC). El control exterior de las fronteras es llevado a cabo también centralmente por la Agencia de Servicios Fronterizos de Canadá.
Doblar la apuesta
Pese a lo anterior, se padece aún escasez de población en edad laboral. La sufren con especial intensidad las provincias de Alberta y Saskatchewan en donde la insuficiencia de mano de obra en las explotaciones respectivas de las arenas bituminosas o en las minas de potasio se ha convertido ya en un asunto nacional. También las provincias del Oeste padecen carestía similar en otros sectores. Supone un freno evidente para el crecimiento potencial del país.
Si en los años 70 había 6,6 trabajadores en activo por pensionista, actualmente hay 4,2 y para dentro de un par de décadas, si la tendencia continúa como hasta ahora, el ratio será de 2,3 personas activas por jubilado. Se camina lentamente pero sin pausa hacia un suicidio demográfico a no ser que repentinamente Canadá aumente su propia tasa de natalidad (es improbable un baby boom) o bien se aplique en todas partes las mismas medidas introducidas en Steinbach hace una década: incrementar drásticamente los niveles de inmigración.
Un estudio de la Conference Board of Canada prevé que de aquí a diez años un millón de empleos se quedarán sin cubrir. El crecimiento actual de su población depende ya en mayor proporción de la inmigración. Es uno de los países con mayor índice de inmigrantes per cápita del mundo pero el sistema planteado incluso hoy es insuficiente. Desde hace una década entran anualmente una media de 250.000 inmigrantes en Canadá (incluidos a todos: los que lo son por razones económicas, los refugiados y los de reagrupación familiar). Pese a haber cambiado su composición por país de origen - en los años 70 la mayor parte de los inmigrantes eran de procedencia estadounidense, británica y europea, mientras hoy la mayoría procede de Asia (Filipinas, India y China)- su número total no llega a cubrir las necesidades del país.
La llegada de unos 250.000 inmigrantes supone que su población extranjera apenas aumenta anualmente la población total en más allá del 0,7%. Las políticas migratorias canadienses se han atascado incomprensiblemente en ese tope. Son incapaces de cuestionarlo. Los consabidos (y cansinos) temores nativistas están tomando peso en los debates nacionales, aunque afortunadamente suelen ser contrarrestados con argumentos consistentes en los medios de comunicación.
Tengamos en cuenta que desde 1903 a 1913 los niveles de inmigración no bajaron nunca en Canadá del 2% de su población. Es más, justo en los dos años anteriores a la Primera Guerra Mundial entraron casi 500.000 inmigrantes (el 6,4% de su población de entonces).
Algunos analistas piensan que lo mejor sería llegar casi al doble de la tasa actual, es decir, a unos 400.000 inmigrantes al año. Es la recomendación en todo caso del Royal Bank of Canada, del grupo de analistas económicos Conference Board of Canada y, desde hace más tiempo, del think tank radicado en Alberta, Canada West Foundation.
En los próximos quince años Canadá puede convertirse en un "Tigre del Norte" sólo si se tiene la determinación de llegar a los anteriores niveles de inmigración. De lo contrario, si los políticos actuales se vuelven complacientes con el statu quo, se seguirá padeciendo escasez de mano de obra y se correrá el riesgo de entrar en cierto estancamiento de su nivel de vida.
Así de desafiante y exigente es la dinámica globalización de nuestros días. Esta es una de las muchas razones por la que tiene tantos detractores.
(Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII y XIII)