Por Andrés Oppenheimer
El mayor desafío diplomático del Presidente Barack Obama en Latinoamérica en los próximos meses será si asiste a la Cumbre de las Américas junto al gobernante cubano Raúl Castro, que ha sido invitado por Panamá —el país anfitrión— pese a las objeciones de Estados Unidos. Lo más inteligente que podría hacer Obama sería asistir, y hacer algo audaz allí.
Antes de sugerir qué acción concreta debería hacer Obama en esa cumbre, recordemos que Estados Unidos se opone a la participación de Cuba porque la Cumbre de las Américas de Quebec en el 2001 acordó en su declaración final que “el estricto respeto por el sistema democrático” es una “condición esencial de nuestra presencia en ésta y en futuras cumbres”.
Pero Panamá, el país anfitrión de la cumbre de abril del 2015, ha dicho que invitará a Cuba a pedido de todos los demás países latinoamericanos, que votaron en una reciente Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) exigir la presencia de Cuba “en igualdad de condiciones” con todas las otras naciones. Varios han dicho que no irán si Cuba no es invitada.
El tema es importante para Washington, porque las Cumbres de las Américas —impulsadas por Estados Unidos y que se realizan cada tres o cuatro años— son las únicas ocasiones en que los presidentes estadounidenses se reúnen con todos los líderes latinoamericanos para tratar de establecer una agenda común. En los últimos años, Brasil y Venezuela han creado otras instituciones regionales —como UNASUR y CELAC— que excluyen a EEUU, dejando fuera a Washington de las decisiones regionales.
De manera que Obama enfrenta una decisión difícil: si asiste a la Cumbre de Panamá junto a Castro, la derecha estadounidense lo acusará de haberse rendido incondicionalmente ante la diplomacia cubano-venezolana. Dirán que Obama tiró la toalla y abdicó la defensa de los valores democráticos en la región.
Por otra parte, si Obama no va a Panamá, otros críticos lo acusarán de haber dictado una sentencia de muerte al más alto foro diplomático en la región en que Estados Unidos tiene alguna influencia en Latinoamérica.
Richard Feinberg, un ex funcionario de la Casa Blanca que fue un arquitecto clave de la primera Cumbre de las Américas realizada en Miami en 1994, me dijo que “si el presidente Obama no asiste a la cumbre de Panamá y envía a un representante, aunque sea el vicepresidente Joe Biden, eso será el fin de las cumbres interamericanas, y significará la entrega del campo de juego a los cubanos, venezolanos y brasileños”.
Cuando pregunté a funcionarios de Estados Unidos qué planean hacer, la vocera del Departamento de Estado Angela Cervetti me dijo que “Estados Unidos respeta que Panamá sea el anfitrión de la próxima cumbre, y el tema de qué países son invitados es algo que debe decidir el gobierno panameño”.
Pero inmediatamente agregó que todos los países participantes de la cumbre de Quebec del 2001 decidieron que solo debían asistir las naciones democráticas, y que “no deberíamos debilitar los compromisos producto de las cumbres anteriores, sino que debíamos alentar el cambio democrático en Cuba”. Mi traducción: el gobierno de Estados Unidos aún no tiene claro qué hacer.
¿Cuáles son las opciones de Obama? Si decide no ir a Panamá por una cuestión de principios, o para no enfurecer a los votantes cubano-estadounidenses de Florida y Nueva Jersey antes de las elecciones del 2016, podría enviar a Biden. El problema es que Biden será un probable candidato a la presidencia, y será el menos interesado en acudir a la cumbre.
Otra opción para Obama sería poner condiciones para la participación de Cuba, como exigir que la isla haga un gesto de apertura politica. Pero eso tampoco funcionará, porque los países latinoamericanos han exigido en la reunión de la OEA que Cuba sea invitada sin condiciones.
Finalmente, Obama podría proponer que Cuba sea invitada como “país observador”, así como China y Rusia son países observadores de la OEA. Pero eso tampoco funcionaría, porque los países latinoamericanos argumentan que una votación del 2009 en la OEA abrió el camino para que Cuba regrese a la comunidad diplomática interamericana como miembro pleno.
Mi opinión: Obama debería algo audaz, como asistir a la cumbre y ceder la mitad del tiempo de su discurso inaugural a un disidente cubano —alguien como la bloguera Yoani Sánchez — para robarle las cámaras al dictador militar cubano y apoyar al pueblo de Cuba.
La oradora de la oposición cubana tendría de esta manera un podio inigualable para contarle al mundo sobre la represión gubernamental y la pobreza en la que vive el pueblo cubano desde hace más de cinco décadas. Así, Obama podría evitar el colapso de la cumbre interamericana, argumentar que puede ceder el tiempo de su discurso a quien quiera, y defender el principio de la democracia en la región.