Por Alberto Benegas Lynch (h)
Recordemos de entrada que ya Adam Smith expresó grandes reservas respecto de ciertos empresarios. Aquellas conjeturas y sospechas estaban bien fundamentadas cuando los empresarios se salen de su misión específica del arbitraje, es decir, comprar barato y vender caro. Adam Smith incluso se refería a la tendencia a “conspirar contra el público”. Esto ocurre si se reúnen en cámaras para fortalecer su aparato de lobby o cuando, por el mero hecho de ser empresarios exitosos, se ponen a pontificar sobre la ciencia económica. Esto último se traduce en una extrapolación ilegítima. Un buen verdulero, sastre o industrial no tiene porque conocer la teoría de la utilidad marginal ni la ley de Gresham, del mismo modo que un buen banquero no tiene porque conocer el teorema de la regresión monetaria. El operar con eficiencia determinado mecanismo no implica que se deba conocer la naturaleza y los ingredientes de ese mecanismo. Cuando usamos un dictáfono, escribimos en la computadora o viajamos en avión, no se sigue que debamos conocer como se construyen dichos aparatos.