Por Andrés Oppenheimer
WASHINGTON - La gran pregunta que se hacen muchos funcionarios y expertos en relaciones internacionales en esta capital es si la recientemente reelecta presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, dará pasos sustanciales para mejorar sus deterioradas relaciones con Estados Unidos durante su segundo mandato. Muchos de ellos son escépticos de que eso ocurra.
A pesar de un comunicado de Rousseff, tras recibir una llamada de felicitación del presidente Barack Obama el martes, referente a que ambos líderes tomarán “todas las medidas posibles” para mejorar las relaciones bilaterales y de que sus respectivas cancillerías comenzarán conversaciones para reprogramar una previamente cancelada visita de Rousseff a la Casa Blanca “en el momento adecuado”, pocos en Washington están esperanzados de que se produzca una mejora sustancial en las relaciones bilaterales.
El motivo principal que citan los expertos es que la actual política exterior de Brasil es manejada por el ala izquierda del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), más que por la presidenta. Y, tal como lo denunció la oposición brasileña durante la campaña electoral, el ala izquierda de ese partido prioriza las relaciones con Venezuela, Argentina y otros países con gobiernos de izquierda más que mejorar los lazos con Washington. Pocos prevén que eso cambie en el futuro próximo.
Rousseff, que ganó las elecciones del domingo con un apretado 51.6 por ciento de los votos, centró su política exterior durante su primer mandato en reforzar los bloques diplomáticos y comerciales sudamericanos, especialmente el MERCOSUR.
Bajo las reglas del MERCOSUR, ningún país miembro puede negociar unilateralmente un acuerdo de libre comercio con países no miembros, como Estados Unidos. Los opositores brasileños argumentan que Brasil necesita acuerdos comerciales con Europa y Estados Unidos para poder salir de su estancamiento económico.
Las relaciones entre Brasil y Washington tocaron su punto más bajo el año pasado, luego de que Rousseff canceló una arduamente negociada visita a esa ciudad después de que se filtrara la noticia de que la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos había estado espiando las comunicaciones de la presidenta brasileña.
“No creemos que habrá un cambio mayúsculo durante el segundo mandato de Dilma (Rousseff), ni en política económica, ni en política exterior”, me dijo Joao Augusto de Castro Neves, especialista en Brasil de la consultora de economía y política Eurasia Group. “Dados los desafíos económicos que debe enfrentar, posiblemente se vea presionada para hacer algunos cambios menores que la hagan tomar distancia de las políticas ‘bolivarianas’, pero serán cambios muy lentos y graduales”.
Thiago Aragao, directivo de la consultora política brasileña Arko Advice, señala que no cree que habrá ningún cambio importante en la política exterior de Brasil, porque Rousseff “será aún más dependiente del PT que antes”. Según Aragao, la presidenta brasileña “tendrá que gobernar con un congreso más dividido, y por lo tanto darle la espalda al PT sería un suicidio político”.
El único cambio que podría darse sería una tendencia a reducir los préstamos subsidiados del banco de desarrollo estatal BNDES a Venezuela, Cuba y otros gobiernos ideológicamente aliados, porque eso ha generado un gran malestar en Brasil, dijo Aragao.
Peter Hakim, especialista en Brasil del centro de estudios Diálogo Inter-Americano, es un poco más optimista: cree que Rousseff, presionada para aumentar las inversiones exteriores para reactivar la alicaída economía de Brasil, nombrará nuevos ministros de Economía y Relaciones Exteriores que podrían relanzar las relaciones de Brasil con Washington y la Unión Europea.
Pero es un secreto a voces que muchos funcionarios estadounidenses son escépticos respecto a la voluntad —o la capacidad política — de Rousseff para mejorar las relaciones con Estados Unidos, citando, entre otros ejemplos, el hecho de que Brasil no ha reemplazado en mucho tiempo a su embajador ante la Organización de Estados Americanos (OEA). Muchos funcionarios estadounidenses toman ese hecho como una señal de que Brasil desea debilitar a la OEA, para fortalecer a UNASUR, CELAC y otros bloques que excluyen a Estados Unidos.
Mi opinión: Tanto Brasil como Estados Unidos son culpables del bajón en sus relaciones bilaterales, que está dañando a ambos países.
Brasil se está perjudicando por entregar su política exterior a la extrema izquierda del PT. Eso ha resultado en un alineamiento automático con dictaduras en todo el mundo, desde Cuba hasta el Medio Oriente, y en un creciente aislamiento económico brasileño de los mercados más grandes del mundo.
Y Estados Unidos, además del fiasco de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional, no ha ayudado mucho a mejorar los vínculos al negarse a apoyar la petición de Brasil para una banca permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, al mismo tiempo en que Washington apoya esa candidatura para India.
Ojalá me equivoque, pero a pesar de las declaraciones optimistas de Brasil y Estados Unidos esta semana, no creo que veamos una luna de miel entre ambos países en un futuro próximo.