Por Gina Montaner
Hay motivo de júbilo en España tras conocerse que la auxiliar de enfermería Teresa Romero logró curarse de la infección de ébola que contrajo cuando estaba al cuidado de uno de los dos misioneros que murieron en Madrid víctimas del mortal virus. En medio de la desazón nacional por el enrarecido clima político y una crisis económica que ha golpeado a familias enteras con un desempleo rampante que al fin está disminuyendo, la recuperación de Teresa se ha vivido como una gran noticia en tan gris panorama.
Se podría pensar que la vida le ha dado una segunda oportunidad a la enfermera del hospital Carlos III, pero lo cierto es que, en gran medida, su curación se la debe a otra mujer, Paciencia Melgar, a quien el destino (ella diría que fue la providencia) le reservó el cometido de ser su salvadora.
Y es que detrás de la sanación de la enfermera Teresa está la extraordinaria historia de Paciencia, nacida en Guinea Ecuatorial hace 47 años en un parto de trillizos en el que ella fue la última en asomarse al mundo, después de su hermano Diosdado (el varón que le dio Dios a su madre) y su hermana Milagrosa. El origen del nombre de pila de nuestra protagonista es por la paciencia que tuvo la pequeña al aguardar su turno a la hora del alumbramiento.
Paciencia se crió en un humilde hogar del que partió para ser misionera y enfermera en Liberia, donde compartió años de labor humanitaria con el también misionero español Miguel Pajares. Ambos estaban habituados a faenar con los más desposeídos de la tierra. Su labor era de entrega absoluta en las condiciones más miserables. Cuando se desató la epidemia de ébola, ni Pajares ni Paciencia se encogieron ante la avalancha de enfermos que llegaban al hospital donde la Congregación de las Misioneras de la Inmaculada Concepción atendía a los moribundos sin apenas contar con recursos.
Cuando el padre Pajares fue trasladado a España, ya enfermo de ébola, atrás dejó a su querida Paciencia, también infectada y postrada en un moridero en las afueras de Monrovia junto a unos 60 convalecientes que compartían un baño y combatían la fiebre y los vómitos con paracetamol y un cubo de plástico. Consciente de que aquello era el pabellón de la muerte, el misionero imploró sin éxito en España que también repatriaran a Paciencia, nativa de una ex colonia pero sin pasaporte español.
Pajares lloró por su amiga en un hospital bien equipado en Madrid donde sucumbió al mortífero embate del ébola. Y Paciencia lloró por su venerado compañero tumbada sobre un sucio camastro en el que logró incorporarse al cabo de dos semanas, curada tras un padecimiento que la superviviente ha descrito como un infierno cuyo recuerdo todavía la despierta en las madrugadas.
Paciencia, viva de milagro y armada de anticuerpos que la han inmunizado, si bien no pudo socorrer a su amigo del alma, de inmediato se prestó para cederle a la enfermera Teresa la sangre que podría retenerla en este mundo. Así fue cómo en esta ocasión el gobierno español sí le permitió viajar con el don precioso del antídoto que salvaría a Teresa.
Paciencia Melgar y Teresa Romero aún no se han conocido, pero el azar las ha convertido en hermanas de sangre que a su vez pueden salvar a otros de la pesadilla de la que ambas han escapado. Paciencia, que es todo sonrisa y bondad infinita, regresará a Liberia, donde su plasma sanguíneo y su dedicación serán el refugio de muchas almas en pena. En cuanto a Teresa, volverá gradualmente a insertarse a la existencia que se detuvo cuando empezó a tener décimas de fiebre. Ella también es portadora de vida en una zona del planeta donde el ébola es la carcoma del día a día.
Cuando Paciencia vino al mundo comprendió muy temprano que su misión era hacer el bien. Pudieron haberla llamado Santa Paciencia Melgar. Su lugar en el cielo está asegurado.