Por Tomás Bulat
Nota: El economista, fallecido anoche en un accidente automovilístico, era habitual columnista del El Cronista. La siguiente es su más reciente publicación en la edición impresa, el pasado 28 de enero.
Se ha renovado el acuerdo de precios cuidados por cuarta vez luego de que entrara en vigencia a comienzos del año pasado. Desde su implementación, precios cuidados tuvo un incremento promedio del 16,5%, monto que está por debajo del promedio de la inflación oficial (23,9% durante el 2014).
No obstante, el precio más celosamente cuidado por el gobierno es el que corresponde al valor del dólar oficial y del dólar paralelo. El día 23 de enero se cumplió un año desde la suba de 6,8 pesos por dólar a 8 pesos y desde ese día cuidarlo se convirtió en una obsesión.
De hecho, 12 meses después de ese día, el dólar oficial está a 8,60 pesos es decir un incremento de tan solo un 7%. Subió menos de la mitad que el resto de los precios cuidados. Es que en realidad los precios cuidados no son el principal instrumento del gobierno para que la inflación no sea aún más elevada. El principal instrumento como siempre es dejar el dólar fijo.
De este modo se logra que los precios de los bienes exportados e importados no varíen y funcionen como un ancla que limite la suba más fuerte de todos los precios.
Es un clásico argentino ya usado por Martínez de Hoz en los 70 y por la dupla Menem-Cavallo. Fijar el precio del dólar para que la inflación no suba aún más, mientras que la política fiscal y la monetaria son laxas e incompatibles con un dólar fijo. Está claro que en un año electoral el gobierno no hará ningún esfuerzo en mejorar la situación fiscal. Más gasto público será necesario y la recaudación subirá gracias a la inflación, pero no por encima, debido a la recesión en la actividad económica.
En economía existe una frase que sintetiza este punto. "No existe tal cosa como un almuerzo gratis". Es decir, si te invitan a almorzar, siempre es a cambio de algo. O porque quieren hacer un negocio, o porque te quieren levantar, o porque no quieren estar solos. Lo que sea. Todo siempre implica un costo.
Mantener el dólar fijo no es gratis. Se paga con mayor recesión, aunque por ahora no generalizada, sino que sucede principalmente en las economías regionales que viven en gran medida de la exportación.
El dólar atrasado va cercenando las exportaciones, que en el 2014 cayeron un 12% en relación al 2013 y que en el 2015 lo seguirán haciendo.
Esta situación comienza a manifestarse socialmente, por ejemplo, en el tractorazo realizado en Mendoza por la crisis vitivinícola, o en los reclamos con cortes de ruta en Rio Negro por los problemas con la exportación de peras y manzanas. Se suman a los reclamos productores de leche, exportadores de automóviles y autopartes, y miembros de la pequeña y mediana industria exportadora en general. La conflictividad social en el interior es la contracara del dólar barato urbano.
Sin embargo existen quienes disfrutan el dólar barato y son aquellos que tienen ingresos en pesos, los cuales no dependen de la exportación. Este es el caso de los servicios que son en su gran mayoría para consumo interno (hay excepciones como las firmas de software y consultoría).
Los ingresos en pesos de los servicios y productos no transables, es decir aquellos que no tienen competencia con el exterior, mientras más barato el dólar mejor están. Es por esto que el discurso antidevaluación está muy arraigado en las grandes urbes como Buenos Aires. No porque cuiden la producción ni a los trabajadores, sino porque así sus ingresos en dólares son artificialmente elevados.
De este modo queda claro que el precio mejor cuidado seguirá siendo el del dólar. Porque el gobierno privilegia el disfrute de cierta parte de la población urbana a costa de la producción de las economías regionales.
Ahora bien, para sostener este modelo (tantas veces probado y fracasado) es necesario conseguir dólares y, como se castiga a los exportadores, entonces solo queda el camino financiero. Para esto hay dos maneras:
La primera, pedir prestado e incrementar la deuda (es lo que representa el swap con China o el adelanto de divisas de las cerealeras).
La segunda, dejar de pagar deudas (es no pagarles a los que entraron al canje y no pagar las importaciones). De esa manera se tiene dólares hoy para mostrar reservas pero dejando la deuda para mañana.
El gobierno utiliza ambas. Ambas no sostenibles en el mediano plazo. Pero si quizás hasta fin de año.
El otro desafío es lograr que la recesión que se agrava no provoque disturbios sociales. Siempre el tipo de cambio fijo y atrasado se termina cuando la conflictividad social crece en Argentina.
Para comprar tiempo hay dos caminos posibles. El primero es aumentar los subsidios en pesos, lo cual implica mayor gasto público hoy, a cambio de mayor inflación mañana. El segundo, implementar restricciones de todo tipo para proteger artificialmente cierta industria nacional (DJAI mediante), a pesar de que nos deje fuera de la Organización Mundial de Comercio. Ambas son también no sostenibles en el tiempo, pero si quizás en el electoral 2015.
El gobierno elegirá más subsidios y más restricciones.
Se trata de reducir y postergar (o invisibilizar) la conflictividad social creciente que tiene el interior y que no llegue a las grandes urbes donde la visibilidad es superior.
Durante la historia de la Argentina se ha cuidado mucho el precio del dólar. Es casi una obsesión de la política económica nacional. Aunque todos sabemos que mientras se cuide solo el dólar y no se cuiden el resto de las variables macroeconómicas, solo se está postergando un creciente problema cuya corrección siempre es abrupta y de alto costo.
Paradójicamente, un gobierno que discursivamente denosta al dólar, termina sumandato centrando todos sus esfuerzos en cuidarlo.