Por Alberto Benegas Lynch (h)
En mis escritos evito personalizar puesto que estimo que es mucho más fértil argumentar y discutir ideas. No solo para ahorrar energía, tiempo y espacio, sino porque en general las personas exponen sus recetas con la mejor de las intenciones (y si no fuera así es en realidad irrelevante a los efectos prácticos).
En este caso me refiero a la presidente de la República Argentina, aunque a esta altura, luego de décadas de estatismo, de desigualdad ante la ley, de ocultamiento de los actos de gobierno, de intentos de eludir la alternancia en el poder, de concentrar funciones impropias de una sociedad abierta, de atropellar derechos de los gobernados y de intentos de bloquear la división de poderes, después de todo esto decimos, en rigor, no puede hablarse de una República.
En cualquier caso, una nota al pie: la presidente de marras fue al Congreso de la Nación a inaugurar un nuevo período de sesiones parlamentarias y henos aquí que omitió esa anunciada misión aunque no la exige la nueva reforma constitucional, después de hablar casi cuatro horas en el recinto no declaró la antedicha formalidad que ha sido una tradición argentina. En las líneas que siguen, por razones de espacio, marco telegráficamente los puntos más salientes del discurso en un balance de la gestión que adolece de llamativos defectos.
Abrió con una manifestación de un periodista inglés que aludió a cotizaciones de bonos argentinos en lo que la presidente consideró que alababa su gestión, lo cual ese mismo autor tuvo que refutar de inmediato puesto que aclaró que su comentario se debía a las buenas expectativas que surgen debido a la finalización del mandato de la funcionaria en cuestión.
Acto seguido se refirió a lo que denomina “desendeudamiento”, situación que ha sido desmentida una y mil veces puesto que la sumatoria de la deuda pública interna y la externa es ahora mayor que antes de asumir su marido, a esto se agrega el presente default pero, curiosamente, felicitó a su equipo económico en medio de expresiones denigrantes para quienes son acreedores sobre la base de lo propuesto por el gobierno argentino y en la jurisdicción acordada.
Se refirió a las reservas de la banca central con cifras que no se condicen con las netas en esa institución y tomó como indicador relevante el turismo que es en gran medida debido a las dificultades de viajar al exterior por la escasez de dólares fruto del cepo cambiario y a los sabuesos que merodean en torno al uso de divisas extranjeras.
Ponderó una de las empresas estatales con abultado déficit y, a pesar de los despidos y suspensiones (“se suspendieron las suspensiones” dijo), subrayó que el empleo crece, y a pesar del uso y abuso de los fondos que corresponden a los jubilados sostuvo que la perspectiva de éstos son alentadoras en el contexto de destacar la “gratuidad” de fondos entregados a través de otros programas sin contemplar la financiación coactiva que proviene del fruto del trabajo ajeno, lo cual también hizo respecto a créditos estatales que, como es sabido, no son abonados con los patrimonios de los funcionarios sino con los recursos de los vecinos, todo lo cual reduce las tasas de capitalización y, por ende, los salarios e ingresos en términos reales.
Igual que muchos de la oposición, se pronunció por no insistir en la preponderancia de la empresa privada si el aparato estatal “lo puede hacer mejor”, ignorando no solo los incentivos de las primeras para servir a sus semejantes y la politización de las segundas (la forma en que se prenden las luces y se toma café son muy distintos), sino que dejó por completo de lado los cuadros de resultados como guía para la asignación de recursos.
Abundó en cohetes y satélites y sostuvo que los acuerdos con China están bien aunque no haya licitaciones en medio de secretos inaceptables y habló como si fuera la directora ejecutiva de una empresa para concluir que en lugar de exportar maíz e importar cerdo resulta imperioso darle maíz a los cerdos, lo que entendió la eximía de considerar las condiciones de mercado en las que los controles impuestos durante su gestión dificultan encarar proyectos.
Dijo que el déficit en las cuentas públicas se debe a la importación en el rubro energético y que esto, a su vez, se debe “al crecimiento económico” sin mencionar el incremento en los índices de pobreza y el descalabro que produjo con los subsidios y la falta de inversión en el área junto a la confiscación y luego expropiación de la mayoría accionaria de la empresa petrolera (¿también con la tragicómica expresión ”de bandera”?).
En realidad lo que corresponde a un gobierno republicano es dedicarse primordialmente a la seguridad y la justicia, dos pilares que no son precisamente las características sobresalientes de esta gestión.
Finalmente dos temas: primero, llamó poderosamente la atención que una abogada exitosa se preguntara con cual Nisman se quedaba: si con el que la denunció públicamente o con escritos que eventualmente se encontraron entre los papeles del fiscal que para el meollo del caso resultan inconducentes, del mismo modo que cuando un escritor publica un libro y luego se encuentra otra versión entre sus pertenencias. Y segundo, fue del todo impropia, despectiva y amenazante la forma en que se refirió al Poder Judicial como una revancha a tanta imputación y procesamiento a funcionarios.
Hasta aquí los ejes centrales del último discurso presidencial ante la Asamblea Legislativa, ahora es de interés detenerse en aspectos que van más allá de un discurso y que revisten gran importancia para el futuro argentino.
La decadencia argentina es debida al abandono de la tradición alberdiana para sustituirla por un estatismo galopante desde los años treinta y acentuada a partir del peronismo. Como la actual mandataria lo cita al inventor de ese movimiento fascista y totalitario y hay quienes en la oposición reivindican sus banderas, es pertinente reiterar algunos hechos sobresalientes de ese régimen sobre los que me he referido con anterioridad, la última vez en “La Nación” de Buenos Aires el 31 de mayo de 2013.
Escribió Juan González Calderón sobre el período peronista en No hay Justicia sin Libertad. Poder Judicial y Poder Perjudicial (Víctor P. de Zavalía Editor, 1956) : “La tiranía había abolido, como es de público y completo conocimiento, todos los derechos individuales, todas las libertades cívicas, toda manifestación de cultura, toda posibilidad de emitir otra voz que no fuese la del sátrapa instalado en la Casa de Gobierno con la suma del poder, coreada por sus obsecuentes funcionarios y legisladores, por sus incondicionales jueces, por sus domesticados sindicatos y por sus masas inconscientes”.
El 21 de junio de 1957 Perón le escribe desde su exilio a su compinche John William Cooke aconsejando que “Los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños, se quedarán son ella. Los que toman una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de gorilas y los enemigos del pueblo. Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades, tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro” (Correspondencia Perón-Cooke, Garnica Editor, 1973, Tomo I).
Perón alentó las “formaciones especiales” (un eufemismo para enmascarar el terrorismo) y felicitó a los asesinos de Aramburu y de todas las tropelías de forajidos que asaltaban, torturaban, secuestraban y mataban. Declaró que “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente” (Montevideo, Marcha, febrero 27, 1970). Al poco tiempo, en su tercer mandato, al percatarse que ciertos grupos terroristas apuntaban a copar su espacio de poder los echó de la Plaza de Mayo durante un acto y montó desde su ministerio de bienestar social (!!) otra estructura terrorista con la intención de deshacerse físicamente del otro bando. En ese tercer mandato, reiteró la escalada de corrupción y estatismo a través de su ministro de economía retornando a una inflación galopante, controles de precios y reinstalando la agremiación autoritaria de empresarios y sindicatos.
En el período 1945-1955 el costo de la vida se incrementó en un 500% y después de la afirmación de Perón de que no se podía caminar por los pasillos de la banca central debido a la cantidad de oro acumulado, la deuda pública se multiplicó por diez en los referidos años de los gobiernos de Perón y en el país del trigo escaseó el pan y se monopolizó el comercio exterior a través del IAPI que también constituyó una plataforma para la corrupción de funcionarios públicos, tal como, entre otros, puntualiza Eduardo Augusto García (Yo fui testigo, Luis Lassarre y Cia, 1971).
Por su parte, Américo Ghioldi escribe que “Eva Duarte ocupará un lugar en la historia de la fuerza y la tiranía americana […] el Estado totalitario reunió en manos de la esposa del Presidente todas las obras […] el Estado totalitario había fabricado de la nada el mito de la madrina […] en nombre de esta obra social la Fundación despojó a los obreros de parte se sus salarios” (El mito de Eva Perón, Montevideo, 1952).
Nada menos que Sebastián Soler, como Procurador General de la Nación, dictaminó que “El país se hallaba sometido a un gobierno despótico y en un estado de caos y corrupción administrativa” (Sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre bienes mal habidos del dictador Juan Domingo Perón, Corte presidida por Alfredo Orgaz que confirmó lo dicho por el Procurador General).
Cierro para decir que el uso de la fantasiosa expresión “gorila” es utilizada cuando no hay argumentos para responder. Esto me recuerda el cuento de Borges titulado “El arte de injuriar” en el que uno de las personas que debatía le arrojó un vaso de vino a su contertulio a lo que éste le respondió “eso fue una digresión, espero su argumento”.