Por Álvaro Vargas Llosa
Es muy difícil, aquí en Lima, separar la paja del trigo, discernir qué es lo importante y qué forma parte de una actualidad transeúnte. La sucesión de escándalos políticos, el estrellato mediático de personajes de esperpento, los tumultos que están otra vez intentando paralizar proyectos mineros, el ruido de sables preelectorales y, por encima de ello, unas instituciones débiles a las que todo esto somete a un zarandeo excesivo, no ofrecen un espectáculo saludable. Pero tampoco un panorama medianamente claro, sobre cuyo tapiz uno pueda hacer rodar los dados del futuro. En el Perú resulta imposible hacer pronósticos.
Vayamos, para intentar dar a este magma alguna forma inteligible, por partes. Desde hace meses, la actualidad está monopolizada por escándalos de dos tipos. Unos están relacionados con personajillos que fueron en su día cercanos a las máximas instancias del partido del gobierno, incluyendo el presidente y su esposa, y a los que hoy se atribuye delitos que van del tráfico de influencias al cohecho o el uso de métodos ilegales contra adversarios. Otros tienen que ver con una extendida práctica de espionaje contra políticos, empresarios, periodistas y personas públicas de distinta índole a través de un sistema de inteligencia centralizado en la Dini (Dirección Nacional de Inteligencia), pero con brazos operativos en distintos organismos estatales.
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