Por Francisco Moreno
"Si los suecos quieren convertir Estocolmo, Goteborg o Malmö en un Beirut escandinavo, con guerras de clanes, crímenes de honor y violaciones cometidas por bandas, dejémosles que lo hagan. Nosotros siempre podemos poner una barrera sobre el puente de Oresund». Pia Kjærsgaard (líder del Dansk Folkeparti, Partido Popular Danés).
“Este país no es un país de inmigrantes y nunca lo ha sido. Por tanto, no vamos a aceptar transformarnos de una sociedad multiétnica”. Extracto de la Web del Dansk Folkeparti.
“Viví en Siria durante 25 años sin tener papeles. Pero aquí en Suecia, a los tres meses, conseguí mi primer documento de identidad. Me sentí feliz. Me sentí como si fuese un recién nacido”. Humam Skaik, refugiado (nacido de madre siria y padre palestino).
“Cuanta más diversidad tengas alrededor de la mesa, más probabilidad tendrás de obtener todas las preguntas que sean necesarias formular”. Michael Treschow (directivo sueco).
Suecia, antes de convertirse en un país moderno y de empezar a participar activamente en la globalización, era una sociedad eminentemente rural y bastante aislada. Hasta las dos guerras mundiales podía considerarse una nación de emigrantes pese a recibir una afluencia constante de inmigrantes desde Finlandia y los países bálticos. Esto supuso que su sociedad se habituara pronto a hacerse cargo de sus minorías y sus diferentes necesidades con respecto a la mayoría. Asimismo explica que las protecciones especiales dadas a los samis y a otras poblaciones finesas, así como las políticas de inmigración relativamente indulgentes de Suecia sean percibidas como algo normal hasta el día de hoy.
La situación en Dinamarca es completamente diferente. Es uno de los países más homogéneos de toda Europa. Este vecino de Suecia no entreabrió sus fronteras a los trabajadores foráneos hasta que necesitó de la migración laboral en las últimas décadas del siglo XX. Su experiencia en la gestión de minorías étnicas dentro de sus fronteras es bastante reciente. Esta es una de las razones por las que la población danesa sigue siendo reacia a los extranjeros y, en consecuencia, sus políticas de inmigración son unas de las más estrictas de la Unión Europea.
La Fortaleza danesa
Pese a lo anterior, hoy residen unos 400.000 inmigrantes en Dinamarca; representan alrededor del 7,3% de su población. La postura de los gobernantes conservadores daneses sobre la inmigración es algo complicada. Al menos desde 1997 han ofrecido a los inmigrantes incentivos en efectivo para que abandonen el país si no pueden asimilarse a su cultura local. Esta propuesta fue sugerida por el emergente partido de extrema derecha danés (Dansk Folkeparti).
Una de las reglas fundamentales de la actual Dinamarca sobre la inmigración es la conocida como la norma de los 24 años, la cual establece que para que el cónyuge extranjero de un ciudadano danés pueda optar a la ciudadanía, tanto el cónyuge danés como extranjero deben tener al menos esa edad. Dicha norma ha dificultado a las familias su reagrupación para evitar que los extranjeros acudan al país a través del matrimonio.
También se ha endurecido el plazo para los inmigrantes refugiados a la hora de solicitar asilo (antes eran tres años de residencia en el país de acogida, ahora son siete años los necesarios). Parece que Dinamarca no es, efectivamente, destino preferencial de los posibles asilados.
La “crisis de las caricaturas” en 2005 impulsó grandemente el apoyo de la población al partido danés Dansk Folkeparti. El que un periódico danés publicara caricaturas que satirizaban al profeta Mahoma y muchos musulmanes -fuera de Dinamarca- protestaran con violencia, hizo crecer aún más la aversión hacia los extranjeros entre los autóctonos.
En Dinamarca, como en muchos otros países europeos, los nuevos partidos y movimientos populistas se están moviendo desde los márgenes y están controlando el debate político en torno al modelo económico y a la inmigración en sus respectivas sociedades.
Los principales partidos políticos daneses (el de centro-derecha, Venstre, y el de centro-izquierda, Socialdemokraterne) inicialmente trataron de ignorar al Dansk Folkeparti (DF), al ser indigno de la atención pública. Pero su creciente respaldo popular les ha llevado a abandonar esa postura y han aceptando al DF como parte permanente de la escena política y parlamentaria del país.
Los 5,5 millones de daneses creen que tienen ya suficientes inmigrantes viviendo entre ellos.
Suecia, bastión de tolerancia
Cerca del 15% de la población sueca es nacida en el extranjero. Un 12% adicional, aun habiendo nacido en territorio sueco, tiene al menos algún progenitor extranjero. Estaríamos, pues, hablando que alrededor de un 27% de su población es de origen foráneo; dicho porcentaje es de los más altos en Europa.
En estos momentos ya no es tan fácil como antes obtener un visado de trabajo permanente, es más sencillo obtener uno de trabajo temporal. Sin embargo, por lo que se refiere a los refugiados y asilados, Suecia sigue manteniendo, por encima incluso de Alemania, una de las políticas más generosas del mundo para acogerlos. Este país nórdico, con menos de diez millones de habitantes, acoge cada año él solo casi el 20% de todas las personas que solicitan asilo en la Unión Europea.
Al cierre del 2014, las autoridades suecas habían batido su propio récord: acogieron a unos 100.000 inmigrantes contando todas las categorías, es decir, más del 1% de su población en un solo año. Los solicitantes de asilo son ya mayoría con respecto a los inmigrantes económicos, especialmente debido a las guerras actuales en Oriente Medio (iraquíes, sirios, afganos), tal y como sucedió en su momento durante las guerras balcánicas en las que hubo un pico importante de solicitantes de asilo procedentes de la ex Yugoslavia.
Las encuestas de opinión muestran que la mayoría de los suecos siguen apoyando la inmigración y el asilo y muchos (sobre todo los más jóvenes) son más tolerantes con los extranjeros que incluso hace veinte años. Pero mientras que los que se oponen a la inmigración son todavía una minoría, su número puede estar aumentando desde los disturbios relacionados con los inmigrados de hace un par de años.
La ausencia de una política de inmigración más sostenible y menos multiculturalista perjudica al propio inmigrante. Las elecciones del pasado mes de septiembre de 2014 auparon al partido político sueco anti-inmigración de extrema derecha (Sverigedemokraterna) hasta el tercer lugar. Existe riesgo de resquebrajarse en Suecia su asentada tradición de acogida y tolerancia hacia los inmigrantes.
Los partidos hegemónicos suecos (Socilademokraterna y la Alianza liberal-conservadora) están inquietos por lo sucedido en Dinamarca cuando un partido anti-inmigrante deshizo completamente el equilibrio de poderes en el gobierno del país vecino.
En muchos lugares de Europa, por desgracia, hay en estos momentos un clima a favor del regreso a viejos nacionalismos con su cierre de fronteras, proteccionismos y xenofobia adosados. El surgimiento, por un lado, de los partidos euroescépticos y, por otro, de las tendencias anti-inmigración son sendos fenómenos sociales que comparten elementos comunes. Es una respuesta irracional e intuitiva a la crisis de identidad producida por la atomización de las sociedades, por la globalización en el ámbito económico, y por el supra-nacionalismo de algunas instituciones políticas. Su fuerza y presencia son muy diferentes según los países. Marine Le Pen en Francia, Geert Wilders en Holanda, Viktor Orban en Hungría, Nigel Farage en Reino Unido o Mateo Salvini en Italia son algunos ejemplos. Combinan de manera hábil la retórica anti-europea con una adherencia al nacionalismo y al alarmismo anti-inmigración. Es un síntoma preocupante para el porvenir de Europa.
Algunos creen que las políticas de asilo de Suecia permanecerán intactas pese a los disturbios de mayo de 2013 y que tal vez los votantes del Sverigedemokraterna pueden haber alcanzado ya un techo. Si bien la situación en distintos lugares no es unívoca, hay indicios claros en los países con historiales de gestión de minorías a ser más acogedores con la inmigración. Sin embargo, las recientes olas de partidos anti-inmigración podrían cambiar el panorama general en el futuro, incluida la propia Suecia. Lo que aquél resulte es una incógnita.
El norte, siempre la libertad
Los partidarios de las políticas más restrictivas contra la inmigración como sucede en Dinamarca podrían aducir que las cosas no les van nada mal en dicho país. Pese a sus elevados impuestos y a que el Estado consume más del 55% del PIB, tiene en contrapartida unos índices de libertad bastante aceptables. Asimismo, los indicadores económicos muestran que disfruta de una envidiable renta per cápita (similar a la de Suecia pero con una tasa de paro, además, menor que la sueca). ¿Por qué cambiar, pues, su política de admisión de inmigrantes?
Siendo importante el progreso económico, todavía lo es más la defensa de la libertad en cualquiera de sus formas.
Suecia haría bien en continuar creando riqueza e impulsando la liberalización de su economía iniciada a principios de los 90 para poder seguir costeando su bienestar y su modo civilizado de vida, incluida la generosa y tolerante acogida de refugiados (e inmigrantes) procedentes del exterior de sus fronteras.
El fracaso de la integración de las últimas oleadas de inmigrantes en Suecia es un desafío importante para dicho país. Pienso que se debe a un sistema asistencial dispendioso y a las políticas multiculturales disolventes de la sociedad de acogida; ambas causas desincentivaron fatalmente su deseable integración en el mercado laboral.
Hemos pasado somera revista a dos países nórdicos, ambos admirables en muchos sentidos. Sin embargo, en el asunto de la inmigración creo que el acercamiento de las autoridades suecas a la misma, pese a sus fallos o debilidades, es hasta la fecha más alentador y adaptativo que el de las danesas.
(Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX y XX)