Por Carlos Alberto Montaner
A veces no se puede evitar la indignación. Ésta es una de ellas.
El señor Jorge Elbaum es un sociólogo, periodista y ex director de la DAIA (Dirección de Asociaciones Israelitas Argentinas). También es kirchnerista y un experto en la más abominable de las prácticas del debate de ideas: las calumniosas insinuaciones descalificadoras.
Eso es profundamente deshonesto y muy especialmente cuando proviene de alguien que, en el mismo artículo con que se deshonra como intelectual, "Consternación y preocupación", publicado en Página 12, se atreve a escribir: "Tenemos -también- que denunciar estos manejos comunicacionales en tanto judíos comprometidos con nuestro pueblo, revalorizando la ética milenaria que nos exige una actitud compatible con la verdad, la dignidad humana y la vigencia de los derechos humanos".
Es una lástima que no se aplique sus propios criterios. Eso se llama hipocresía.
Parece que al señor Elbaum le molestó que yo dijera, en una sinagoga del sur de Florida -texto publicado por Infobae-, que "tanto Alberto Nisman como Leopoldo López se sacrificaron personalmente defendiendo la democracia".
¿Qué tiene que ver con la ética y la vigencia de los derechos humanos el implícito respaldo de Elbaum a la injusta prisión de Leopoldo López -defendido por más de treinta ex presidentes latinoamericanos, y entre ellos un peronista y un radical--, cuando repite que el joven político venezolano es un golpista y no lo que realmente es: otra víctima de un narcogobierno, una deleznable cleptocracia, que tiene un centenar de presos políticos en las cárceles y decenas de estudiantes muertos durante las manifestaciones callejeras?
¿Cómo se atreve el tal Elbaum a asegurar que yo soy "un conocido integrante de la CIA comprometido en gran parte de (sic) los golpes militares en Centroamérica y el Caribe, el último de los cuales fue en Honduras, contra el presidente electo Manuel Zelaya"?
¿Por qué miente? ¿Por qué repite estas fantásticas infamias, absolutamente falsas, fabricadas por los servicios de inteligencia de la dictadura cubana con el ánimo de desacreditarme? También me han acusado de terrorista, de estar tras el golpe contra Chávez del 2002, de intentar lo mismo contra Rafael Correa.
Sólo un fanático o una persona profundamente ignorante puede creer esas ridículas mentiras, típicas, además, de todas las tiranías totalitarias, y muy especialmente las formadas en la tradición del KGB, para quienes todos, desde Octavio Paz hasta Jorge Luis Borges, estaban al servicio de la embajada de Estados Unidos.
Si el señor Elbaum hubiera tenido un mínimo de honradez, si hubiera sido consecuente con los estándares éticos que proclama, al menos hubiera citado los múltiples escritos en los que niego tajantemente esas falsedades -el libro El otro paredón, por ejemplo-, o, si no me creía, debiera haber mostrado las pruebas de sus afirmaciones mentirosas, algo imposible porque, sencillamente, no existen.
¿Por qué Elbaum suscribió todas las calumnias sembradas por la dictadura cubana? Porque, si no le importa difamar la memoria de Alberto Nisman, ni al propio Leopoldo López, ni a los argentinos que no simpatizan con el gobierno de CFK, y ni siquiera a sus ex compañeros judíos de la DAIA, muchos de ellos, seguramente, ex amigos, a los que les atribuye intenciones traidoras en contubernio con los extranjeros para perjudicar a su país, dado que no es capaz de entender que tienen criterios diferentes, ¿qué puedo esperar yo, un cubano enemigo del régimen estalinista de los Castro con el que acaso (no me consta) simpatiza?
Lo que hace el señor Elbaum, por cierto, es incurrir en el mismo procedimiento de los fascistas antisemitas que divulgan desde hace más de 100 años ese infecto panfleto conocido como Los protocolos de los sabios de Sión, escrito (o plagiado) por la policía política zarista para enlodar a los judíos en conspiraciones inexistentes. ¿Cómo es posible que quien ha sido una víctima de esos sucios procedimientos recurra a ellos para imponerse en un debate político?
No me lo explico, pero no puedo evitar un profundo sentimiento de indignación por lo que acaba de escribir.