(Artículo extraído del capítulo 21 de La Acción Humana)
Lo que compra el empresario en el mercado laboral y lo que obtiene a cambio por los salarios pagados es siempre un rendimiento definido que obtiene de acuerdo con su precio de mercado. Los usos y costumbres que prevalecen en los distintos sectores de mercado laboral no influyen en los precios pagados por cantidades definidas de rendimientos concretos. Los salarios brutos siempre tienden hacia el punto en que se igualan al precio por el que el aumento resultante del empleo del trabajador marginal puede “venderse” en el mercado, fijando el pago a partir del precio pagado por los materiales requeridos y el interés originario sobre el capital necesario.
Al sopesar los pros y contras de contratar trabajadores, el empresario no se pregunta lo que obtiene el trabajador como salario que lleva a casa. La única pregunta relevante para él es ¿Cuál es el precio total que tengo que pagar para obtener los servicios de este trabajador? Al hablar de la determinación de los salarios, la cataláctica siempre se refiere al precio total que el empresario debe gastar para una cantidad definida de trabajo de un tipo definido, es decir, a los salarios brutos. Si las leyes o costumbres mercantiles obligan al empresario a hacer otros gastos aparte del salario que paga el empleado, los salarios que se llevan a casa se reducen en proporción. Esos gastos accesorios no afectan a los salarios brutos. Su incidencia recae completamente sobre el asalariado. Su cantidad total reduce el nivel de los salarios que se llevan a cas, es decir, los salarios netos.
Es necesario apreciar las siguientes consecuencias de este estado de cosas:
No importa si los salarios se fijan por tiempo o a destajo. Asimismo, donde se paga por tiempo, el empresario sólo tiene una cosa en cuenta, a saber: el rendimiento medio que espera obtener de cada trabajador empleado. Su cálculo descuenta todas las oportunidades que la jornada laboral ofrece a holgazanes y tramposos. Se deshace de los trabajadores que no rinden el mínimo esperado. Por otro lado, un trabajador dispuesto a ganar más deba trabajar a destajo o buscar un trabajo en que se pague más porque se espera un mayor rendimiento medio.
Tampoco importa en un mercado laboral no intervenido si los salarios se pagan diaria, semanal, mensual o anualmente. No importa si el tiempo de preaviso es más largo o más corto, si los contratos se hacen por periodos definidos o por toda la vida del trabajador, si el empleo conlleva una jubilación y una pensión para é, su viuda y sus huérfanos, vacaciones pagadas o no, cierta asistencia en caso de enfermedad o invalidez o cualesquiera otros beneficios y privilegios. La pregunta que afronta el empresario es siempre la misma: ¿Me merece la pena realizar un contrato así o no? ¿No pago demasiado por lo que recibo a cambio?
Consecuentemente, la incidencia de las llamadas cargas y beneficios sociales acaba recayendo en los salarios netos del trabajador. Es irrelevante si el empresario puede o no deducir las contribuciones de todo tipo de seguridad social en los salarios que paga en efectivo al empleado. En cualquier caso, estas contribuciones recaen sobre el empleado, no sobre el empresario.
Lo mismos es cierto en relación con los impuestos sobre los salarios. Aquí tampoco importa si el empresario tiene derecho o no a deducirlos de los salarios que se llevan a casa.
Tampoco el acortamiento de la jornada laboral es un regalo gratis al trabajador. Si no compensa la jornada reducida aumentando su producción en proporción, los salarios disminuirán también en proporción. Si la ley que decreta un acortamiento de la jornada laboral prohíbe esa reducción en los salarios, aparecerán todas las consecuencias de un aumento en los salarios decretado por el gobierno. Lo mismo pasa en relación con todos los demás llamados beneficios sociales, como vacaciones pagadas y similares.
Si el gobierno otorga al empresario un subsidio por emplear a ciertas clases de trabajadores, sus salarios netos aumentan por la cantidad total de ese subsidio.
Si las autoridades otorgan a cada trabajador empleado cuyas ganancias quedan por debajo de cierto mínimo estandarizado una asignación que aumenta su ingreso hasta este mínimo, el nivel general de salarios no se ve directamente afectado. Indirectamente, una caída en los salarios podría producirse en la medida en que este sistema podría inducir a buscar trabajo a gente que no trabajaba antes y así producir un aumento en la oferta de mano de obra.[1]
[1] En los últimos años del siglo XVIII, en medio de la consternación producida por la prolongada guerra con Francia y los métodos inflacionarios de financiarla, Inglaterra recurrió a esta provisión (el sistema de Speenhamland). El objetivo real era impedir que los trabajadores agrícolas dejaran sus trabajos y fueran a fábricas donde podían ganar más. El sistema de Speenhamland fue así un subsidio oculto para la nobleza rural, ahorrándoles el gasto de salarios mayores.
Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.