Por Álvaro Vargas Llosa
Con su huelga de hambre de 30 días en la cárcel militar de Ramo Verde, que le ha costado 15 kilos de peso y tendrá consecuencias para su salud de las que todavía no se tiene noticia pero ya se tendrá, Leopoldo López ha obtenido un triunfo notable. Ha forzado a la dictadura de Nicolás Maduro a convocar elecciones parlamentarias para el 6 de diciembre y dar marcha atrás en algunos aspectos de su política represiva.
El ex Presidente boliviano “Tuto” Quiroga habla del “triplete de Leo”, refiriéndose a que el líder opositor venezolano ha obtenido una fecha para los comicios con garantías de vigilancia internacional, la unidad de la oposición y la toma de conciencia de la comunidad internacional. Tiendo a estar de acuerdo.
Recordemos que cuando Leopoldo entró a la cárcel hace 16 meses el régimen había logrado dos cosas importantes para su supervivencia. Una, la desunión de la oposición, era especialmente grave: desde 2010, cuando se forjó para afrontar los comicios parlamentarios de aquel año, la unidad de los líderes y grupos democráticos había sido responsable de evitar la consolidación totalitaria. La segunda, la ceguera internacional, había permitido la mascarada electoral mediante la cual Maduro, tras usurpar la Presidencia violando la propia Constitución chavista a la muerte de su antecesor, había conseguido atribuirse una victoria electoral para seguir en el cargo.
El comportamiento heroico de López en vísperas y después de su encarcelamiento logró disminuir la división opositora entre quienes eran partidarios de buscar una salida con movilizaciones callejeras bajo una estrategia de resistencia civil y quienes, como Henrique Capriles, preferían una vía más resignada ante lo que juzgaban un régimen imposible de remover en el corto o mediano plazo. También logró despertar de su letargo, hasta cierto punto, a la opinión pública internacional, sobre todo a las democracias liberales. Pero ninguno de estos logros se dio con la intensidad necesaria para modificar la realidad.
Una buena prueba de ello es que, mofándose de todas las normas, escritas y no escritas, del juego democrático, Maduro se negó a poner fecha a los comicios parlamentarios de este año, muy importantes porque de ellos depende que el régimen siga haciendo escarnio de la legalidad bajo el mando de Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional y hombre en la mira de la justicia estadounidense. Fue por eso que Leopoldo López, a quien la dictadura había maltratado con privaciones, castigos y palizas, tomó una decisión valerosa para llevar los logros ya obtenidos a un nuevo nivel. Su huelga de hambre y la de otros presos políticos como Daniel Ceballos colocaron al régimen en un escenario distinto. Dejar morir a López -que demostró estar dispuesto a todo- hubiera acarreado un costo muy alto. Tan alto, que incluso la pandilla de forajidos que se ha apoderado de Venezuela le temió.
El resultado ha sido la convocatoria electoral bajo observación internacional, la unidad de la oposición y el despertar de los gobiernos civilizados del mundo. No hay -faltaría más- garantía alguna de que todo esto conduzca a una transición. Pero sólo con un fraude masivo podrá Maduro, hoy repudiado masivamente en todas las encuestas, derrotar a una oposición que tiene ya la masa crítica popular que tanto buscó. Y ese fraude, en el nuevo escenario, tendrá un costo internacional que ni el petróleo a precios caídos, ni el castrismo pro yanqui ni la China cada vez menos generosa con Caracas podrán compensar